Histórico

LOS MÉRITOS DE LA ESPERANZA

31 de julio de 2013

La semana pasada, recibí muchos mensajes sobre mi columna, "Tragedia colombiana" (El Colombiano: 25/07/2013). Me acusaban de ser pesimista y tomar la cómoda posición de criticar desde el púlpito de los medios. Tenían razón, la columna parecía condenar al fracaso los esfuerzos de todo un país.

Ahora bien, la vida tiene formas extrañas de responder nuestras preguntas. En efecto, durante toda la semana pasada me encontré con personas capaces de recordarme que, aunque nuestro país padece enormes problemas, hay esperanza.

En la columna del jueves pasado, decía que la tragedia colombiana podía resumirse en el círculo vicioso de la ausencia estatal, la irresponsabilidad política y la apatía ciudadana.

La ausencia estatal ha sido el más profundo de los problemas históricos de nuestro país, pero sería terriblemente injusto decir que nadie está intentando atenderlo. La Política de Consolidación y Reconstrucción Territorial, adelantada por un buen número de agencias gubernamentales desde el año 2006, busca llevar la presencia del Estado colombiano a los olvidados rincones que antes se habían dejado a merced de los bandidos.

Respecto a la irresponsabilidad política, la semana pasada conocí a un concejal de un municipio del norte de Antioquia, cuya disciplina y sentido de servicio me devolvieron la esperanza en la política colombiana. El concejal ha sido tan exitoso en su gestión que los líderes de la región han intentado convencerlo de que se lance al Congreso; este hombre, ejemplo de compromiso, se ha negado: su trabajo, dice, está en su municipio y en la finca que trabaja para vivir.

La apatía es, quizás, el más crudo de los tres vicios colombianos. Sin embargo, el pasado martes 30 de julio, la Veeduría Ciudadana al Plan Estratégico de la comuna 6 presentó su libro "Retos y Pedagogía del Ejercicio Veedor". Este texto recoge su experiencia en una labor difícil pero fundamental de la democracia local: ejercer control ciudadano.

El pesimismo es demasiado fácil, solo requiere de un ceño fruncido y una boca torcida; es un recurso de cobardes, porque se necesita de valentía para ser optimista, para creer a pesar de la evidencia contraria, para tener esperanza. El optimismo está cargado de mérito, porque precede a la acción y el cambio; el pesimismo solo lleva a la parálisis, a encogerse de hombros en signo de resignación.

Al final, prefiero el optimismo respecto a nuestro país, porque creo que incluso frente a tantos problemas, estaremos bien.