Histórico

Los oficios, siempre útiles en la ciudad del presente

Los oficios, una combinación de motivación y habilidades, son hoy una alternativa para incorporar a la juventud sin mayores opciones a un entorno laboral digno y muy competitivo.

17 de noviembre de 2013

En el Encuentro Iberoamericano de Oficios, realizado en Popayán, los maestros restauradores Carlos Mario y Antonio Muñoz se llevaron los aplausos.

Los hermanos Muñoz, que son tres, pero al encuentro no asistió el mayor, Rossi, porque estaba haciendo los planos para volver a levantar la destruida capilla colonial de su pueblo natal, La Vega, Cauca, son reconocidos en Popayán porque participaron en la restauración de la Catedral, los templos y recintos sagrados arrasados por el terremoto del 31 de marzo, Jueves Santo, de 1983.

Carlos, el menor de los tres, dijo, en medio de la disertación, que él estudió para ser educador, pero por su mal genio desistió, ya que las tizas se le volvían harinas en sus manos cuando un estudiante no entendía lo que le explicaba.

Por eso acudió, hace 30 años, a su hermano mayor, Rossi, quien también es poeta y pinta al óleo, para que le enseñara los secretos del oficio de la construcción, el cual había aprendido de su padre. Su otro hermano, Antonio ya llevaba 10 años de ayudante de Rossi.

Luego del terremoto y tentados por el trabajo que para los albañiles generaría reconstruir la capital caucana, los hermanos Muñoz, salieron de La Vega y se instalaron en Popayán, donde conocieron al arzobispo de la arquidiócesis, monseñor Samuel Silverio Buitrago Trujillo, quien en su calidad de arquitecto les enseñó los secretos de la restauración de estructuras coloniales.

Fue así como con sus manos restauraron la catedral Nuestra Señora de la Asunción, la Iglesia de San Francisco, las capillas de Popayán y la Imprenta municipal, donde está ubicada la Escuela Taller.

De esa manera se especializaron en el arte de recuperar estas obras arquitectónicas coloniales y, desde ese momento los empezaron a llamar para trabajar en templos y casas antiguas de Cali, Pereira y Armenia, después del terremoto del 25 de enero de 1999.

Por esa experiencia, los tres hermanos Muñoz fueron llamados, hace 17 años, a ser maestros de la Fundación Escuela Taller de Popayán. Allí Carlos retomó su carrera de educador, pero esta vez los alumnos no son niños de una escuela rural, sino, jóvenes pobres del sur de Colombia, la mayoría con estudios hasta noveno grado, quienes comprenden que no pueden perder esta oportunidad de labrarse un futuro laboral digno.

Antonio, con 41 años de experiencia en la construcción, indicó que les enseña a los futuros albañiles cómo hacer las cosas bien, porque ellos saben cuándo una obra les puede colapsar. “Llegan los dueños, algunos ingenieros o arquitectos y dicen que hay que ahorrar recursos y utilizar menos cemento o hierro y con el tiempo las obras se vienen abajo, entonces la culpa no recae sobre ellos, sino sobre el oficial, quien solo se dedica a cumplir órdenes. “A mis jóvenes de Popayán les digo: no les dé miedo decirles a los patrones que por ética no pueden utilizar menos de los materiales que requieren las obras, porque como oficiales se les enseña qué se necesita para que un edificio perdure por muchos años”, dijo este hombre humilde vestido de camisa roja, con los logotipos de la Escuela Taller, bluyines y botas de obrero mediacaña negras.
 
Propuesta para Medellín 
El arquitecto oriundo de Valladolid, Luis Villanueva, responsable del programa de Patrimonio de la Cooperación Española recordó que las escuelas taller nacieron en su país en 1985 para recuperar el patrimonio arquitectónico ibérico. Pero con la celebración del quinto centenario del descubrimiento de América fueron replicadas en Colombia, empezando con la ciudad de Cartagena. Luego vinieron la de Popayán, Mompox y Bogotá.

“Las escuelas taller dan cobertura a un sector específico de la población, en su mayoría, jóvenes vulnerables de comunidades marginales, sin futuro, porque no tienen formación ni recursos para llegar a ella. Estas entidades, que también se pueden llevar a las cárceles, son un proyecto integral que les abre las puertas a estos muchachos a esa capacitación y los beneficiados no son solo para ellos y sus familias, sino la ciudad, porque hacen sus prácticas rehabilitando el patrimonio material e inmaterial de cualquier población.

Además agregó, estas escuelas en Colombia ya han dado un salto adelante con la recuperación de oficios como el de la filigrana en Mompox y la cocina tradicional en el Cauca.

Informó que, por la crisis económica que afecta su país la cooperación ya terminó, pero el Ministerio de Cultura de Colombia asumió la financiación e, incluso creó otras cuatro escuelas taller: Barichara (Santander), Buenaventura, Salamina (Caldas) y Tunja,

Pero, en medio de todas estas ventajas, también hay otra recuperación que las ciudades deben tener en cuenta: los maestros artesanos, que por sus edades y el desarrollo tecnológico han sido relegados, porque son ellos los que capacitan a los muchachos en esos oficios, algunos olvidados, como, cantería, fundición de metales, forja, vitrales, talla en madera y cuero, construcción y reparación de instrumentos musicales, alfarería restauración de pintura mural, mampostería estructural, cerámica, electricidad, mecánica, entre otros.

Este experto le recomendó a Medellín pensar en estas escuelas para que los jóvenes en conflicto, habitantes de calle, minsuválidos y muchachos sin alternativas laborales aprendan en poco tiempo y sin costos, ocupaciones y oficios con los que ellos pueden llegar a ser pequeños empresarios o la mano de obra calificada que necesitan las obras importantes que realice la ciudad.

Detalló que por sus características, Medellín puede pensar en tener una escuela taller centralizada, con sucursales en todas las comunas y corregimientos.

Enrique Sánchez, sociólogo asesor del Ministerio de Cultura en materia patrimonio material e inmaterial, conformó que esa cartera hoy es el nervio de las escuelas taller, que cuenta con el apoyo del Sena que certifica a los alumnos cuando después de ocho meses de estudios culminan los cursos.

Recordó que primero en la escuela era obligatorio hacer manualidades, lo cual significaba un importante generador de destrezas. Hoy, debido a la industrialización y la globalización se están perdiendo una serie de artes como los tejidos tradicionales y la marroquinería antioqueña.

“El trabajo dignifica y por esos es importante que escuelas como la de Popayán se repliquen en otras regiones, pero poner a funcionar estos modelos dependen de las políticas e iniciativas de alcaldías y gobernaciones. En nuestro medio todos los jóvenes quieren ser profesionales y por eso los oficios son estigmatizados, pero son ellos los que históricamente han construido la nación”, concluyó.

Uno de los alumnos de la escuela Taller del Cauca es el joven de unos 20 años de edad, de rasgos indígenas, Adrián Camilo Flor Campo, quien desde marzo pasado se vinculó en el curso de carpintería, para lo cual tuvo que dejar su pueblo Cajibío, Cauca.

Por carecer de recursos y de familiares en la ciudad, una asociación campesina lo acogió y la escuela se encargó de entregarle toda la dotación requerida para sus prácticas. En diciembre será certificado y como es bachiller, espera montar su taller de carpintería con el fin de ingresar a la universidad del Cauca, donde quiere cursar la carrera de Artes Plásticas.

El subgerente de desarrollo de Artesanías de Colombia Iván Moreno Sánchez, anunció en medio del encuentro un convenio con la gobernación del Cauca, para crear el laboratorio de Diseño e Innovación sin perder la carga cultural colombiana, pero conforme a las necesidades de los mercados mundiales para aumentar la calidad y orientar los productos a mercados mundiales.

En un foro organizado en medio del encuentro con artesanos de todo el país, Luz Marina Moreno de la comunidad zenú del municipio de Tuchín, Córdoba expresó preocupación por las copias industrializadas que están elaborando empresas chinas del sombrero “vueltiao”, que identifica su pueblo y manifestó la necesidad de que en el país se proteja el derecho de autor colectivo, porque una cosa es el artesano y otra la comunidad de la cual se originan desde tiempos ancestrales los diseños de sus obras.

A esta inquietud el antropólogo mexicano José Hernández señaló que este también es un tema de preocupación en su país y ya se le presentó al Senado mexicano un proyecto para proteger los derechos culturales colectivos, lo que quiere decir que si un diseñador toma los motivos indígenas de cierta comunidad, es a ella a la que se le deben reconocer los derechos de autor.