Los secretos del corazón poderoso
Jorge Valdano decía que un futbolista juega tres partidos por jornada: el primero en el camerino (el imaginario); el segundo en la cancha (el real); y el tercero en la almohada (el hipotético, el del "yo pude haber hecho...").
El filósofo del Real Madrid, ex campeón del mundo con Argentina, y uno de los mejores escritores sobre el fútbol, no dijo, pero tampoco lo ha negado, que ganar el primer partido, el del camerino, es fundamental para triunfar en los otros dos. No hay un lugar del estadio donde más se sufra o se goce que en el camerino.
Razones para entender y conocer los secretos que tienen al Medellín en un momento de idilio con su afición, de puntero en el torneo, y con un técnico como Leonel Álvarez con el corazón de león.
Lo del domingo en el Atanasio Girardot, ante Nacional, se comenzó a ganar desde el camerino. Había tensión, como en cualquier gran gesta, pero Leonel ya está curado de grandes momentos. Sólo que ahora es el técnico del poderoso, sin dejar de ser por un minuto el jugador que siempre ha sido, un ganador.
Medellín ganó el clásico desde el camerino. Y Leonel tiene la culpa, porque ha sido capaz de ponerse al mismo nivel de sus jugadores y éstos nunca se han puesto al nivel del técnico. No hasta ahora. No el domingo. Leo tiene la ascendencia de un padre sobre sus hijos y la templanza de un general sobre sus soldados. Cada uno sabe su rol.
Pero, claro, Leonel sabía con quién podía vencer en la batalla, la del clásico, tan importante como ganar la guerra, y nombró desde el camerino a sus guardianes de campo. De atrás hacia adelante, el técnico del poderoso diseñó el asalto: le prohibió a Samuel Vanegas tirar pelotazos y jugar por arriba. A Choronta y a Ganiza les ordenó seriedad y disciplina para tener el balón y no perder la figura táctica, y a Jackson lo mandó a hacer del frente de ataque rojo un "campo de concentración" verde. Había que evitar la salida por los costados y "construir" lo más cerca posible del arco de Nacional una especie de zona de polígono para montar toda la artillería.
El hombre para conseguir esos espacios era Mosquera, a quien Leonel también le puso tarea: enfrentar al "Ringo" Amaya y provocarlo, pero con buen fútbol.
Como enjaulado, Leonel caminó, de lado a lado, la zona habilitada para el calentamiento y repitió una y otra vez las claves para el triunfo: tener la pelota, no levantarla, no desarmar la figura y esperar, como una fiera, el momento preciso para atacar. "Necesitamos mantener el arco en cero y esperar un segundo para romper el de ellos", era su mensaje.
Para entonces, ya había hecho la tarea de hacerles sentir a Jackson el calor de sus manos sobre el rostro; a Choronta lo que es jugar con agresividad y a Ganiza que el orden y la seriedad son partes fundamentales del éxito.
A Mosquera lo dejó bailar en lo más profundo del camerino, al son de una salsa picante que salía a bocanadas de un equipo de sonido tan grande como la armonía y la amistad del grupo de jugadores y tan fuerte como el latido del corazón de Leonel y de sus más cercanos colaboradores.
Ganar desde el camerino. Ese podría ser el secreto del Medellín. O de Leonel.