Histórico

Miguel Antonio Caro, el economista

10 de agosto de 2009

Se conmemoran por estos días los cien años del fallecimiento de Don Miguel Antonio Caro. De él se recuerda que fue, por supuesto, un gran constitucionalista: su proyecto de Constitución dentro del consejo de delegatarios fue la espina dorsal de la que habría de convertirse en la Carta de 1886. También se le identifica como un intelectual agudo, latinista, gramático, temido polemista y político de alto fuste.

Pero poco se recuerda al Caro economista. El pensamiento económico de Caro está unido indisolublemente a lo que fue la obra económica de la Regeneración, que aún está por rescatarse por la historiografía colombiana.

El peso colombiano nace en 1885 -como tantas otras monedas- en los fragores de una guerra civil. Esta conflagración terminó ganándola militarmente en la Humareda el gobierno del señor Núñez apoyándose -no solo en las tropas conservadoras- sino en las planchas de emisión de dinero del Banco Nacional.

Al terminar la guerra se planteó una discusión trascendental en la que el señor Caro jugaría un papel decisivo. ¿El país debía volver a la moneda respaldada en oro, o debía permanecer en el papel moneda de curso forzoso que había visto la luz en medio de los fogonazos de la guerra de 1885? ¿Era el peso recién nacido un título de deuda que debía redimir el Estado, o era un título fiduciario? ¿Convenía para el desarrollo económico mantener el papel moneda que hacía viable una estructura de tasas de interés más bajas y de mayor liquidez?

Don Miguel Antonio Caro defendió con brío y erudición admirable la tesis de que el papel moneda era un título fiduciario; que no era una obligación redimible a cargo del Estado; y que lo propio de todo gobierno era ejercer la soberanía monetaria que consistía precisamente en emitir y regular autónomamente la cantidad de moneda que se le suministraba a la economía.

En esta formidable polémica Don Miguel Antonio se enfrentó -con argumentos opulentos de lado y lado- a nadie menos que a Don Miguel Samper, acaso la mente más lúcida del bando contrario, es decir, el de aquellos que rechazaban el papel moneda, que reclamaban un pronto retorno a la convertibilidad, y que en el fondo negaban la soberanía monetaria de los Estados.

En esta polémica (que quedó recogida en la edición que hizo en 1956 el Banco de la República con agudo prólogo de Carlos Lleras Restrepo) el señor Caro consignó estas frases clarividentes para el momento en que se escribieron: "El país necesita y seguirá necesitando la moneda fiduciaria, forma fecunda y moderna del crédito. La moneda de papel, como la imprenta, como el vapor, como el telégrafo, forma parte de la civilización moderna".

La Regeneración hizo uso con moderación, y aún con circunspección, de las facultades de emisión monetaria que desde ese momento se reivindicaron para el Estado. Los grandes excesos vendrían luego, durante la guerra de los mil días. El famoso dogma de los "doce millones" -como límite de la emisión fiduciaria- que postuló el señor Núñez en su célebre discurso del 4 de junio de 1887 se cumplió con severidad.

Esta nueva visión de la moneda y del papel del Estado en el ejercicio de su soberanía monetaria sirvió para bajar sensiblemente las tasas de interés a finales del siglo XIX. Lo que a su turno hizo posible la expansión cafetera de las cordilleras Central y Occidental y la implantación de las grandes ganaderías en los valles del Magdalena y del Cauca.

O sea: la política monetaria de la Regeneración abrió las ventanas por donde entró el aire fresco a la moderna economía colombiana. Y a don Miguel Antonio Caro se le debe no poco de este avance decisivo.