Mis vecinos son marihuaneros
Una persona debe saber que sus derechos llegan hasta donde comienzan los de los demás, aún cuando esté dentro de su lugar de residencia. Educar, en este sentido, tiene que ver entonces con aprender a hacer uso de la libertad y esto es algo que debe tratarse desde la temprana edad y soportarse en el ejemplo.
"Los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene". J. C. Onetti.
Los nuevos vecinos, al lado de mi casa, resultaron ser asiduos fumadores de marihuana. Aunque yo no la fumo, no le veo problema a que otro (a) la fume, porque respeto sus derechos así como espero que él respete los míos; sin embargo, comenzaron a suceder cosas que complicaron la situación de repente.
Una cuadra tranquila como la nuestra comenzó a verse, a escucharse, a sentirse y a proyectarse de formas diferentes: los nuevos vecinos hacían un uso deliberado de sus derechos. Comienzo por decirles que no sé cómo el olor traspasaba las paredes, las planchas de cemento, las puertas de madera e impregnaba mi casa a cualquier hora del día y de la noche; lo mismo decían los otros vecinos del sector.
Nunca dudé que fueran buenas personas, porque no mostraron lo contrario, pero o no les importaba en absoluto o no eran conscientes del impacto que su presencia estaba teniendo en el barrio.
Su casa vivía llena de gente joven todo el día, menores de edad generalmente con aspectos no convencionales. Me sorprendió que hubieran sembrado plantas de marihuana en el patio de la casa que estaba separado del mío por tan sólo una malla. Varias veces al llegar a mi casa, sentí temor de ser agredido por uno de ellos en el andén de la calle: ¡de esas cosas que uno no sabe si lo van a reconocer o no!
Opté por hablar con ellos y no lo aceptaron. Hablé con el dueño de la casa y dijo que no era su problema. Hablé con la Policía y aunque resultaba obvio me pidieron pruebas para poder actuar; hablé con otros vecinos para mirar qué íbamos a hacer y les dio miedo pronunciarse al respecto por temor a represalias.
Créanme que trato de tener una mirada abierta sobre este fenómeno pero ante la situación me sentí sin derechos y con la obligación de aguantar, ¡no me pareció justo!
Pienso que la discusión acerca de legalizar o no, debe licuarse a la luz de los derechos de las personas, por supuesto, pero sin olvidar el sentido común: si el consumo fuera legal, de todos modos en este caso se necesitaría de regulación y de control, pero especialmente de educación.
Es decir, una persona puede fumar marihuana porque simplemente es su elección hacerlo, pero subyacen normas socialmente preestablecidas, como sucede con todas las demás cosas de la vida.
Una persona debe saber que sus derechos llegan hasta donde comienzan los de los demás aún cuando esté dentro de su lugar de residencia.
Educar en este sentido tiene que ver entonces con aprender a hacer uso de la libertad y esto es algo que debe tratarse desde la temprana edad, que debe soportarse en el ejemplo y que todo el sistema debería ser funcional a ello.
Por ahora digo que este concepto deberá estar sujeto a un proceso dinámico de discusión que poco a poco vaya afinándose en la práctica. Por mi parte, mis vecinos son marihuaneros, las gentes del barrio estamos preocupados por lo que ocurre y a estas alturas del partido, ya no sé si los protagonistas de esta discusión son ellos o somos nosotros.
Por otro lado, despenalizar implica que "ya no es malo hacer lo que antes no se podía hacer", es decir, que quien lo haga ya no es culpable porque lo que hace ya no es malo.
Ambas posiciones traen consigo un mundo de cosas nuevas que inevitablemente chocan con las convencionales, por eso el tema es complejo.