Histórico

Muertos dan de comer a los vivos

01 de noviembre de 2008

Cuando los hijos de Orlando Lotero estaban pequeños, su casa vivía llena de ataúdes. Las piezas, la sala, los corredores se veían colmados de torres de cofres y ellos jugaban entre ellas. Era que allí, en la misma vivienda de Manrique, estaba la fábrica.

Los chicos lo veían pasar horas enteras encerrado en su cuarto, inventando diseños para los estuches, valiéndose de cartón paja y lápiz. Cuando la bulla de los juguetones era excesiva, salía del cuarto y exclamaba: "¡Silencio, niños! ¡Estoy trabajando y no me dejan concentrar!"

Y le daban las dos de la madrugada creando un diseño nuevo.

Toda la vida -Orlando tiene 68 años, el oficio lo aprendió de su padre- se ha caracterizado porque en medio de una conversación bien puede quedarse como en las nubes, la mirada detenida en algún punto u objeto por unos minutos y, de pronto, saca su lápiz y su libreta de apuntes: ese objeto le inspiró un nuevo modelo.

El último lo ideó hace poco tiempo. Lo llama Catedral y lo obtuvo observando su mesa de noche. Son cajones fúnebres con unos esquineritos que recuerdan las cornisas de las edificaciones clásicas.

Beatriz, Jerson, Fabio, Jorge, Nelson, Wálter, los hijos, ya son mayores. Trabajan en la fábrica de ataúdes -que ya no es en la casa, sino por Juan Del Corral, sector de funerarias-, lo mismo que algunos de sus hijos, primos y tíos. Porque para los Lotero hacer cofres funerarios es su pan diario.

Están tan familiarizados con esos cajones de metal o madera, los mismos que a otros causan pavor, que se acomiden a ensayarlos para probar la resistencia de los materiales.

Los Lotero coinciden en que los ataúdes han cambiado. Primero eran sencillos. Tipo sarcófago, como el de Drácula, explican. Y los colores eran negro, gris y morado. Hoy tienen diseños variados y colores diversos. Los hay pasteles y hasta con los de la bandera del equipo de fútbol que amó su habitante.

Cuando van a un velorio, ellos, los Lotero, no pueden evitar concentrarse en el féretro. Lo miran por todas partes para ver si lo hicieron ellos y, claro, para criticar los acabados.