Pa' machos
Viernes, 8 p.m., una sala de cine a reventar. Escena en la pantalla: a mediados del siglo XX, J. Edgar Hoover (interpretado por Leonardo DiCaprio), cabeza del FBI, reflexiona con su amigo Clyde Tolson (Armie Hammer) sobre la necesidad de que exista una "señora Hoover".
Tolson, perfecto dandy, de una belleza arrebatadora, se para del sillón y le grita a J. Edgar: "Puedo ver a través de ti: ¡eres un hombrecito asustadizo, duro y horrible!".
Se van a las manos y, tras un violento forcejeo sobre el piso de una habitación de hotel, se besan.
(Clint Eastwood nos hizo creer que su mejor arma era la que desenfundaba de su cinturón vaquero? hay que verlo dirigiendo películas como J. Edgar).
En el teatro la carcajada -de predominante sonoridad masculina- no se hizo esperar. Una risita sofocada como las del matiné infantil, cuando el príncipe y la princesa se besan. La reacción pudorosa del que observa algo malo o prohibido a su juicio.
La sociedad latina, tan coercitiva con las mujeres, nos concede ciertas "licencias" negadas a los hombres: saludarnos de beso entre nosotras, el derecho a tocarnos las manos cuando compartimos una buena noticia en el transcurso de una conversación; o despedirnos con un "te quiero".
Los hombres necesitan subir el etanol a niveles inopinados -¡llenar la mesa de botellas!- antes de aflojar una expresión de afecto entre machos. Y no hablo de cursilerías intempestivas: me refiero, exactamente, a la libre expresión del afecto.
Estamos tan anquilosados en la compostura de la lectura social, que los mismos legisladores cavilan mil veces sobre la conveniencia o no del matrimonio homosexual, o si las parejas de un mismo sexo pueden adoptar niños.
Este es el libreto que nos entrega la sociedad y del que pocos se libran: cincelado entre montañas, con la bendición de la iglesia, la escuela y la familia. Y lo más grave: con la intervención de expertos en el comportamiento humano, dispuestos a detener cualquier asomo de feminidad en un "varón".
(¿Qué decir de la cátedra sobre diversidad sexual de los colegios distritales en Bogotá? ¡El colmo de la discriminación positiva!).
Es la misma lectura social solapada que rechaza públicamente al "marica", pero calla indiferente ante los flagrantes nichos de incesto en pueblos antioqueños y barrios marginados. Son los mismos que, con los lentes del prejuicio y el estereotipo, aseguran que la homosexualidad es una "desviación" o una "enfermedad", y que, si acaso, solo se les "perdona" a los genios (después de muertos, claro está) como Luis Caballero u Oscar Wilde.
¿Con cuántos amores prohibidos nos cruzamos a diario? Se sientan a nuestro lado en el metro, leen una revista detrás de nosotros en la fila del supermercado, nos rozan el hombro al caminar por la calle. Formas del afecto que no traspasan el tamiz de la lectura social, que se deben ocultar.
Al final, todo se consuma en el tipo de amor reinante por estos días, que no es el heterosexual ni el homosexual ni el bisexual: el amor por uno mismo. La prepotencia de mirarse el ombligo y pensar que sólo "la tiene clara" quien ama como yo amo? quien actúa como yo lo hago.
Y si usted se cree ajeno a este comportamiento, una vez termine de leer esta columna, vaya y abrace a su mejor amigo? si es tan macho.