Perdimos la batalla, pero ¿y la guerra también?
Lo ocurrido en Suiza, ante el COI, abre espacio para la reflexión sobre nuestra responsabilidad en el cambio y la solución de problemas.
Es un hecho, perdimos la sede de los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018. Los líderes de este proyecto merecen el reconocimiento, porque tuvieron agallas al imponerse una megameta para la ciudad como ambición, por diseñar una estrategia juiciosa y por comprometer con éxito a Medellín. Sin embargo, es importante hacer en este momento una visión crítica de esta derrota, porque aquí hay una lección que aprender.
Es muy lamentable que, según Baltazar Medina, presidente del Comité Olímpico Colombiano, los miembros del Comité Olímpico Internacional en su camino al edificio del Beaulieu Palace de Congresos tuvieran que pasar frente a un grupo de personas -sin nacionalidad confirmada- con banderas de nuestro país que portaban pancartas que decían: "Colombia, tierra de narcos y paramilitares. Colombia, gobierno narcoparamilitar". Esta es una escena que difícilmente cambió la posición del jurado, pero que, sin duda, fue incómoda para las partes.
Esta desagradable anécdota y sus afirmaciones son inaceptables, su autor intelectual se desconoce -y posiblemente no se conocerá- pero sus acciones no tienen justificación, pues son la manifestación cobarde de un comportamiento egoísta y destructor de un sueño colectivo para una ciudad que se merece la oportunidad. De otro lado, lo que sí es imperdonable es que los problemas de la inseguridad, la ilegalidad y la violencia del país no se escapan a nuestro presente y, de hecho, hubiesen sido el tema de la pregunta al Presidente de la República por parte del COI en la entrevista final por la candidatura.
Nadie niega los logros de Medellín en los últimos años, pero nuestras cifras en esas tres áreas siguen siendo alarmantes; a veces parece que creemos que es normal lo que no lo es y lentamente nos vamos deformando hasta el punto de llorar más por un árbol que por un niño descuartizado. Los dos deben ser protegidos en su justa proporción. Tenemos identificados los problemas, nos sobran los diagnósticos, nos inundan las cifras, nos desborda la pasión, pero nos están faltando el compromiso y la capacidad de ejecución.
La ciudad vive una realidad extraordinaria, es decir, fuera de lo ordinario, más allá de lo ordinario y, por lo tanto, demanda unas respuestas de igual magnitud de cada átomo protagonista de su destino. No podemos escapar del pasado, pero sí dejar de justificarnos en él y asumir la responsabilidad del futuro.
Hoy EL COLOMBIANO presenta en exclusiva el video que la comitiva preparó para el COI con el director estadounidense Brad Furman, este no fue mostrado por razones estratégicas con el fin de ganarle la sede a Buenos Aires en esos treinta minutos finales de la competencia. Imágenes únicas y emocionantes de una ciudad auténtica, que cree en su potencial. Aún hoy, vale la pena ver a 12.000 niños nuestros gritando "Te quiero Medellín", en una pieza que emociona, porque con una narrativa audiovisual honesta muestra lo que estamos logrando y vislumbra lo que podemos ser.
El antropólogo Carlos Rojas dice que la identidad son raíces en movimiento y está configurada por lo que se es, lo que se cree ser, lo que se quiere ser y lo que se rechaza. La pregunta es: ¿seguimos con la realidad y el estigma o cambiamos?
Deshonesto y falto a la labor periodística sería no informar y explicar los hechos. No se toman decisiones inteligentes ignorando realidades y evitando debates. Es el momento de encarar la realidad.
Difícilmente podremos volver a mirar la cara de un niño sin vergüenza íntima si los gobiernos, autoridades, iglesias, academias, medios y ciudadanos no nos comprometemos de manera EXTRAORDINARIA con el cambio y la creación de oportunidades de esta sociedad.