Histórico

Política Colombiana para Principiantes

12 de mayo de 2010

Mi amigo, el intelectual brasileño Celso Furtado, con quien caminábamos por París en 1985 después de haber participado en una conferencia en la OCDE, me comentaba que Colombia era un país extraño, del cual era poco lo que se sabía en el sur del continente. He tenido bastantes oportunidades de comprobar la vigencia de esa observación. En buena parte, ese desconocimiento debe atribuirse a la insularidad de la clase dirigente colombiana y a la falta de profesionalismo de nuestro servicio diplomático. Sea como fuere, el hecho es que, con pocas excepciones, aún para latinoamericanos cultos, Colombia sigue siendo tierra incógnita. Me divierte constatar, por ejemplo, que comentaristas de negocios y empresarios chilenos utilizan el clisé 'nación cafetalera' para referirse a un país donde el café tiene un peso económico menor del que tiene el cobre en la economía de Chile.

Amistades latinoamericanas me llaman a expresar su perplejidad respecto al panorama político nacional y a solicitar que les explique qué está pasando. Desaparecida la opción de otra reelección, la sucesión presidencial ha pasado a ser más interesante y menos predeterminada. La actualidad colombiana les parece más inescrutable que de costumbre. Lo que sigue es un intento por explicarles un proceso que parece haber tomado por sorpresa a los propios colombianos.

A partir de la decisión de la Corte Constitucional, declarando inexequible la ley que habría abierto la posibilidad de un tercer período presidencial, se derrumbaron varios mitos promovidos por los ideólogos del régimen y los promotores de la reelección indefinida. El primero: que por tratarse de una inteligencia privilegiada, el actual mandatario era la única persona capaz de gobernar a Colombia. Por lo tanto, las alternativas se limitarían a escoger entre la reelección y el caos. El segundo: que la popularidad presidencial primaba sobre el ordenamiento institucional de la nación. Eso implicaría la existencia de un supuesto estado de opinión como etapa superior del Estado de Derecho. El tercero: que Álvaro Uribe era un líder invicto, por lo cual resultaba inútil oponerse a una voluntad avasalladora y triunfante.

Los hechos posteriores a la decisión mencionada confirman que los colombianos valoran el Estado de Derecho como la mejor defensa de las libertades individuales y los derechos humanos. Confían más en las instituciones democráticas que en un hombre fuerte. El país contempla sin sobresaltos el final del gobierno.

Hay seis candidaturas presidenciales que gozan de credibilidad nacional. En la práctica, la elección se perfila como una escogencia entre la continuidad, representada por Juan Manuel Santos del Partido de la U, y el cambio, representado por Antanas Mockus del Partido Verde. Por su plena identificación con la obra y la doctrina de Uribe, el Partido de la U es percibido como una propuesta de extrema derecha. Sin ser de oposición, el Partido Verde es percibido como una propuesta de centro.

Santos tiene a su favor el apoyo presidencial y la maquinaria electoral. Pero también hereda los pasivos del régimen. Existe inconformidad con una forma autoritaria de ejercer el poder político. El culto a la personalidad ha cubierto las paredes de un pasillo de entrada a la Casa de Nariño con fotografías de Álvaro Uribe. Además de ser de mal gusto, este despliegue de narcisismo contraviene la tradición de sobriedad republicana que caracteriza a la personalidad histórica colombiana.

Habida cuenta del ritmo al cual evolucionan los acontecimientos, resulta arriesgado predecir el resultado de las elecciones. A la fecha, el entusiasmo juvenil y el deseo de cambio favorecerían a la Ola Verde. Parafraseando al filósofo Obi-Wan Kenobi, la Fuerza está con Antanas Mockus y con sus compañeros.