Por Piedad, no más show
Las próximas liberaciones de torturados responden básicamente a tres objetivos: Uno, lograr un despegue que permita sacar a Cano del cerco militar que lo ahoga. Dos, resucitar a Piedad para que sea considerada una Teresa de Calcuta o candidata al premio Nobel de Paz. Tres, demostrar que las Farc son muy buenas personas y que se sepa en todo el mundo.
Según el testimonio de todos los que han estado en los campos de concentración de la guerrilla y han escrito al respecto, si la guerrilla realmente quiere liberar a sus secuestrados y torturados basta con que los lleven al río o pueblo más cercano y los entreguen a la gente. De hecho, es lo que sueña el secuestrado, volarse y llegar a un pueblo o al río. Ahí está la libertad.
Por eso no se entiende, a no ser que responda a una putrefacta intención, el show que se monta para las diferentes liberaciones. Empieza con un anuncio de una posible liberación para crear la expectativa y jugar con la alegría de las familias y del país. Luego se llaman a organismos internacionales y a otros gobiernos para que intervengan. Se multiplican las ruedas de prensa para dar a entender que los secuestradores son muy buenas personas y muy respetuosos y humanos. Se da tiempo para que vengan periodistas de todo el mundo a mostrar el show en el que hay unos protagonistas mostrándose como salvadores y mesías. Se pide que el Estado respete el show y que permita los bombos y los platillos. Se dan horas, coordenadas, sitios. Expectativa máxima para que la gente esté pendiente de la maravillosa hazaña que es lograr que se cumpla con el derecho humanitario. Puede ser que dure días, u horas, puede ser aquí o allá. El suspenso aumenta, todos nos pegamos al televisor.
Al fin de toda la parafernalia montada con fines políticos internacionales aparecen los helicópteros de la libertad. Bajan primero los supuestos héroes que armaron el show . Se pavonean con ropas blancas de pureza extrema y con una sonrisa que finge ser sincera pero que en realidad es una burla a un país. Luego hablan las víctimas de la guerrilla con evidente emoción y alegría, inocentes del show que montaron a costa de su dignidad. Claro, no liberan sino a unos pocos, porque el show debe continuar. Los secuestrados les sirven para no desaparecer de las pantallas de la televisión y para crear una imagen hipócrita de bondad y benevolencia.
¿Seguiremos siendo tan tontos? Por Piedad, suéltenlos a todos. Ya los 30.000 muertos por las Farc son suficientes. No queremos otros 40 años de lucha inútil y de desolación y pobreza.
Valdría la pena cuantificar cuánto vale este sinsentido del conflicto interno. Cuantificar lo que gastan el Estado y los terroristas y con ese dinero proponer los planes de desarrollo que requiere el país y sus regiones. Seguro que será más benéfico y productivo. Ese podría ser el pacto de paz. Pero parece que no hay con quién porque nos tienen acostumbrados al engaño en el que podemos volver a caer.