Histórico

Fernando Araújo, un triunfador de la vida

01 de enero de 1900

Fernando Araújo, un triunfador de la vidaPasó por uno de los dramas más duros que puede vivir un ser humano. Después de seis años de secuestro escapó de sus captores y hoy ocupa el segundo cargo más importante del Gobierno. Un homenaje al valor de un padre que se la jugó toda para volver a ver a sus hijos.

Esa mañana del 4 de diciembre de 2000 todo había ocurrido como de costumbre. Luego de ayudar a su hijo menor en una tarea de ciencias, se fue a cumplir con su rutina diaria de ejercicios. Mientras trotaba por las calles de Bocagrande, un grupo de hombres lo secuestró.

Pasó un tiempo antes de enterarse de las causas de su plagio y sólo meses después supo que se había convertido en uno de los rehenes canjeables de la guerrilla. 

Fernando Araújo estaba recién casado. Tenía cuatro hijos de una primera relación y llevaba tres meses de feliz matrimonio con Mónica Yamhure. El reloj se le detuvo, no solamente en cuanto a tiempo sino a sentimientos. ?Mis sentimientos quedaron congelados; todo el amor a Mónica, a mis hijos, a mis padres y a mis hermanos?.

La primera carta la escribió un año después de estar secuestrado. Allí les decía a sus hijos: ?Querido Luis Ernesto: me quedé en el momento en que te iba a recoger en el aeropuerto porque llegabas de Bogotá ese día?. A Ferni: ?Me quedé pendiente de que el miércoles íbamos a la finca?. A su hijo Sergio: ?Contigo fue el último con quien estuve, sé que te quedaste esperándome a que volviera para ayudarte en tu tarea sobre la Luna?. Y a su hijo Manuel: ?Me habías dicho que querías ir a ?motilarte?. Todavía estoy esperando la oportunidad de acompañarte?.

En los primeros meses de su cautiverio Fernando lloraba. Pero luego decidió que en lugar de dejarse llevar por la nostalgia, mejor se acordaba de los buenos momentos y le daba gracias a Dios por todas las cosas positivas que le habían pasado en la vida.  ?Todos los días, a las 3 de la tarde, rezaba una oración de acción de gracias y mentalmente me ubicaba frente al altar de la Iglesia de Bocagrande en Cartagena?.  

Los días interminables
El tiempo pasaba, pero él no perdía las esperanzas. Éstas giraban en torno a tres posibilidades: ?Que se diera el acuerdo humanitario, la posibilidad de un rescate o que yo escapara. Esa era mi obsesión. Había días en los que pensaba: ?De aquí no voy a salir nunca?. Y comenzaba a hacer cuentas… si salía en 10 años tendría 55, si salía en 20, 65 y así sucesivamente. Estando en esa situación uno piensa de todo: que te pueden matar, que va a haber canje, que te vas a quedar ahí para siempre?.

Las mañanas eran más angustiosas que las tardes, tal vez porque amanecía aturdido por los sueños de la noche. Por eso no le gustaba quedarse quieto y se ponía a hacer ejercicios desde muy temprano. Conservar su estado físico le permitía resistir las largas jornadas, las dificultades y el hecho de poder enfrentarse a una eventual oportunidad de fuga.

De 5 a 8 de la mañana oía radio. Era su mejor compañía. Y los periodistas, aquellos amigos que le transmitían los mensajes de su familia. Fernando Araújo nunca experimentó momentos de delirio y siempre conservó la lucidez a pesar de las circunstancias. Sus ansiedades y angustias las superaba con la ayuda del sicoanálisis, terapia que alguna vez le habían practicado.

Durmiendo con el enemigo
Aunque logró hacer relaciones relativamente cordiales, Fernando nunca perdió de vista que esos ?muchachos? podían matarlo en cualquier momento si así se los ordenaban. De hecho, fue testigo muchas veces de las conversaciones que sostenían después de un combate con el Ejército y contaban el número de muertos de esos enfrentamientos.

?Aquellos eran los días más duros, cuando me enteraba de que había muerto gente?.
Lo cierto es que su relación con los guerrilleros que le cuidaban se limitaba a explicaciones que le pedían sobre el significado de algunas palabras que leían o para que les ayudara a escribir mensajes en fechas especiales.

Los guerrilleros en el monte saben que van a morir jóvenes. Un 30 de diciembre, Fernando tuvo una experiencia dolorosa cuando uno de los muchachos le dijo: ?Vea, este año ya no me mataron?. Y al día siguiente, en una operación contra el Ejército, fue dado de baja.

?Los guerrilleros son, en su mayoría, muchachos que ingresan a la subversión muy jóvenes, desde los 12 o 13 años. Son muy ignorantes, reciben un proceso de adoctrinamiento con un lavado de cerebro. Los hacen sentir que el mundo está en contra de ellos, que son los salvadores y que el resto de la humanidad es mala. Viven en una burbuja, en un mundo muy cerrado, apenas enterados por lo que escuchan en las noticias. Muchos quieren escaparse pero no pueden. Yo les decía que ellos estaban más secuestrados que yo, porque un día yo me iba a ir… y ellos en cambio, no podían hacerlo?.

Un largo duelo
Una de sus agonías era la incertidumbre con respecto a su esposa. Con el paso del tiempo dejó de recibir sus mensajes. ?Yo empecé a hacer conjeturas sobre lo que podría haber pasado. Los mensajes de mi familia llegaban y la excluían a ella. Viví una etapa larga de un duelo. Pensaba que había muerto o me había dejado?.

En uno de sus cumpleaños en la selva, recibió un mensaje de ella. ?Me di cuenta que había dejado de acompañarme porque lo que decía no concordaba con la fecha. Supe que ya no estaba. Después de dos años y medio me enteré de que su decisión había sido rehacer su vida y lo entendí?.

Escapar, la única salida
Fernando estaba sentado en una hamaca, tratando de sintonizar un programa de radio cuando escuchó helicópteros que sobrevolaban la zona. En un comienzo no se percató de que venían a buscarlo, pero el sonido se hacía más y más nítido. ?Me levanté a recoger mis cosas y a prepararme para salir. Tenía claro que si no era capaz de escapar con ellos ante un posible rescate, me asesinarían?.

De repente se escucharon disparos y los hombres que lo cuidaban se escondieron detrás del árbol donde estaba su hamaca. ?En ese momento me tiré al piso y logré arrastrarme como una salamandra hasta un punto donde podía correr. Yo no huí por valiente sino por cobarde, para evitar que me mataran?.

Eran las 10 de la mañana del domingo 31 de diciembre de 2006 cuando se fugó. Después de arrastrarse alrededor de cien metros, se paró y comenzó a correr todo lo que pudo. A eso de las 2 de la tarde llegó a una pista aérea abandonada y ahí vio un avión. Comenzó a hacerles señas, pero no lo vieron. Permaneció escondido hasta las 5 de la tarde. A esa hora continuó caminando hasta la medianoche en dirección hacia el Norte.  ?Lo primero que comí fue un cactus que encontré en el camino. Lo abrí y me comí el interior, eso me dio fuerzas para seguir?.

Así siguió caminando durante cinco días. Al sol y al agua trataba de descansar por tramos, apenas sobreviviendo a punta de la voluntad que tenía de volver a ver a su familia.

El 5 de enero de 2007 salió por fin de esa selva espesa y se encontró con miembros del Ejército. La imagen que todos recuerdan de Fernando Araújo es el momento en que se bajó del helicóptero, haciendo la señal de victoria. ?Yo me sentía un triunfador de la vida, había logrado superar el secuestro, desafiando todos los peligros posibles, y a la muerte?.

Una nueva vida
El encuentro con los suyos le devolvió la felicidad perdida y los días siguientes a su liberación fueron de júbilo. Descubrió que tenía un nieto de 20 meses. También tuvo momentos de pesar, porque poco a poco se fue enterando de las muertes de algunos amigos queridos. ?Lo más duro fue tener que enterrarlos a todos a la vez?.

Pero en ese instante ya nada podía opacar su felicidad. Incluso enterarse de que Mónica se había casado y hasta tenía un hijo, no le rompió el corazón. Ya no era tiempo para entristecerse, ahora miraba al futuro más esperanzado que nunca.

Los exámenes médicos diagnosticaron una hernia inguinal que debía operarse de inmediato. Estando todavía en recuperación, un domingo en la noche lo llamó el presidente Uribe y le ofreció la Cancillería.

?Me sentí muy comprometido con la oferta. Lo más difícil de la decisión fue sopesar el tiempo que quería compartir con mis hijos, pero decidí que iba a tratar de verlos constantemente y a estar en contacto permanente?. Esa era su mayor incertidumbre, porque Fernando confiesa que miedo no sintió. Creyó honestamente que era capaz de asumir el cargo con toda la responsabilidad posible.

El héroe
Hoy, Fernando vive el presente con optimismo. En todas partes lo quieren saludar, es el héroe de un flagelo terrible. En Miami, una señora se le acercó y le dijo que quería abrazarlo. ?En todas partes la gente es muy solidaria y cariñosa, nunca pensé que algo así podría pasarme?.

Con 10 kilos más y tiempo para hacer lo que no pudo por tantos años, confiesa que todavía no ha hecho muchas de las cosas que soñaba estando en cautiverio. ?Hice una lista. Uno de mis deseos era irme a vivir al exterior, aprender inglés, escribir un libro y dedicarme a mis hijos. También ver todas las películas que habían ganado el Óscar, aprender a cocinar, leer biografías, viajar, estudiar genética?.

Por lo pronto, su mayor sueño es hacer un buen papel como Canciller: ?Sueño con servirle a Colombia de la mejor manera posible desde este cargo. Sueño con un país en paz, sueño con un país seguro?.

Y también quiere disfrutar del ahora. ?Vivo el presente porque es la única forma de superar una tragedia tan grande como es estar secuestrado; tratar de hacer de cada día, el mejor?.

Después de haber vivido seis años en una condición casi de monje y de estar en contacto permanente con la muerte, Fernando ha asumido una filosofía muy esencial: ?Enfrentarse continuamente al hecho de si al otro día vas a estar vivo o no, te hace dar cuenta de que en realidad casi todas las cosas sobran, lo que vale es la vida y el amor?.

Un artista en el trapecio
En uno de esos días de cautiverio, Fernando leyó un cuento de Frank Kafka que él califica como la mejor metáfora de su dura experiencia. La historia es acerca de un trapecista que trabajaba en un circo. Todos los días, luego de hacer sus presentaciones, regresaba al trapecio y ahí vivía. Sólo se bajaba para trasladarse de una ciudad a otra.

?La realidad supera la ficción y yo era el trapecista. Me tocó vivir seis años en una hamaca y solamente me bajaba cuando me trasladaban de un campamento a otro. Mi vida la hice toda allí y fue una buena compañera, así que no tengo nada contra ella?.



La Libertad
Fernando Araújo Perdomo
Canciller colombiano
Columnista invitado



Durante mi secuestro medité sobre la libertad y concluí que ésta no es una realidad exterior dependiente de las circunstancias, sino que existe en función de nuestra realidad interior.

Para mí, la libertad no es la posibilidad de elegir entre diferentes alternativas. La libertad requiere de principios, orden y respeto. La verdadera libertad significa aceptar lo que no hemos elegido. Hay circunstancias que nos impone la vida y cuando las aceptamos, somos libres. Para acceder a la libertad interior hay que entrenarse en la aceptación gustosa de multitud de cosas. Esto incluye aceptar nuestras limitaciones personales y nuestra fragilidad e impotencia frente a situaciones de la vida. La libertad real está en nuestros corazones.

Al cuestionar el sentido de la vida, reorientar nuestras metas y revaluar nuestros propósitos, debemos acoger la vida en su integridad, y en consecuencia aceptar cualquier acontecimiento exterior. Pensamos que es difícil aceptar las cosas que causan dolor, pero desde mi experiencia personal, sé que sólo cuando aceptamos la realidad de nuestra vida comenzamos a ser libres y felices.

La libertad interior se relaciona con el concepto de proactividad que Stephen Covey presenta en sus libros. Por lo general, asimilamos la proactividad con tener iniciativa. Sin embargo, la proactividad significa asumir la responsabilidad de nuestras vidas y dejar de responsabilizar a los demás de lo que nos sucede.

Durante mi secuestro, no pude cambiar mi realidad exterior durante seis años, hasta que se me presentó la oportunidad de fugarme. Sin embargo, en medio de las limitaciones en que me encontraba, fui responsable de mi actitud y de la manera como enfrenté mi experiencia, consciente de que no hay manera de devolver el tiempo y que por eso no podía resignarme a perderlo.

Aprendí a ser paciente, a ser consciente del momento y a vivir el presente. El futuro es incierto, el pasado ya pasó. En mi caso, un 4 de diciembre, mientras trotaba fui secuestrado; estuve en el monte seis años y el 31 de diciembre de 2006, mientras escuchaba la radio, sucedió un ataque militar que me permitió fugarme. Luego de cinco días de caminata en el monte, volví a la civilización.

Después, en febrero, mientras me recuperaba de una operación quirúrgica, el presidente Uribe me ofreció ser el Canciller de los colombianos.

Mi experiencia me ha enseñado que la paciencia da serenidad y tranquilidad. Ser proactivo nos permite asumir responsabilidades y enfrentar los desafíos de la vida con alegría y compromiso vital. La libertad, en su dimensión integral, nos engrandece y enriquece nuestra vida y la de los demás.