San cualquiera
Una vez le pregunté al padre Nicanor a qué santo en especial se encomendaba, a cuál tenía tanta devoción que mantuviera su nombre a flor de plegaria. Suponía que se iba a dejar venir con un santoral en retahíla: san Juan de la Cruz, santa Teresa, santa Teresita, etc., etc., etc.
Pero no, se me quedó mirando con ojos de inmensa ternura y como enjaulando vuelos en la boca, cerró los labios y se hundió en el silencio.
-Perdone, tío. Tal vez haya sido una malsana curiosidad de mi parte. Hay intimidades que uno no tiene por qué comentar.
-No, hijo, lo que pasa es que me temo que no me vas a entender. Hace mucho tiempo que mi santo de cabecera es cualquiera. Mejor dicho: san cualquiera.
-¿Se refiere, padre, a cualquier santo?
-No, me refiero a "san cualquiera". Ponlo entre comillas, si quieres, para que se entienda.
-San cualquiera. Cualquiera como yo, como usted, como Mariengracia?
-Sí, cualquiera puede ser santo. Todo ese inmenso número de seres humanos que calladamente son fieles a sus destinos y a sus vidas, a sus obligaciones, a la misión que Dios, su Dios, les encomendó y llegaron, o llegarán, al cielo "con las manos vacías", según expresión de Teresa de Lisieux, pero llenos de confianza y amor.
-Usted cree entonces, tío, que, como decía el padre Calixto, su colega y amigo común de tan grata recordación, el cielo está lleno de santos anónimos, desconocidos, que jamás fueron ni serán canonizados.
-No tanto el cielo, sino la tierra, el mundo, la sociedad que nos rodea están llenos de ellos. Fue precisamente el padre Gustavo Vélez el que me hizo descubrir este misterio de la santidad anónima, a la que siempre aspiró, un día que me trajo una columna de uno de sus autores preferidos, el sacerdote y periodista español José Luis Martín Descalzo, ya fallecido también, con un título extraño: "San Martínez".
- La santidad de la gente común y corriente, que me parece una buena propuesta. Sin devocionismos, sin misticismos, sin milagros. O con el único milagro que se justifica: ser fieles a la vida, a la condición humana. Santos de a pie, que van por la calle.
-El autor citado dice que mejor que hablar de "olor a santidad", él prefería hablar de "olor a buena gente".
-Muy bonito lo que usted dice, tío, pero sí será posible ser santo en este mundo tan dolorido, tan estridente, tan enredado. Aceptando, en gracia de discusión, que haya alguien hoy que quiera ser santo. Suena poco atractivo.
-León Bloy hablaba de la tristeza de no ser santo. De todas maneras, para que lo dicho no se nos quede en blablablá, te dejo de larga postdata este "decálogo para un hombre que quería ser santo", del mencionado Martín Descalzo y que "san cualquiera" nos ayude y proteja. Lee, pues, y medita, muchacho:
"Amarás al Señor tu Dios y en cada cosa/ descubrirás su voz, su luz, su sombra.
Cantarás cada día al levantarte,/ sonreirás al tiempo que te crece delante.
Al cruzar los umbrales de tu puerta, un momento/
detendrás la pisada y dirás: estoy contento.
Tenderás la sonrisa como una mano a todos/
tendrás a flor de labios las palabras 'amor', 'claro', 'nosotros'.
Amarás el silencio del templo, y el quedarte/
largo tiempo en un ángulo, y decir sólo: Padre.
Al sentir en tus manos el roce del dinero/
sentirás alegría? y un poquito de miedo.
No creas que tu esfuerzo ennoblece el trabajo,/
sino que es el trabajo quien redime tus manos.
Amarás a tu esposa y a tus hijos; y el pobre/
conocerá tus pasos, tu mano y no tu nombre,
Soñarás en ser mártir treinta veces al año/
y lo serás seiscientas en el afán diario.
Te dormirás soñando que hay una mano blanca/
que te cierra los ojos, mientras tú dices: "Gracias".