San Judas raja y presta el hacha
Puede decirse que Marta Álvarez Valencia predica y practica. Porque desde hace más de 20 años no hay miércoles en que no esté vendiendo imágenes, veladoras y novenas de San Judas Tadeo en la puerta del templo de este santo en Castilla, ni rezándole para que sus hijos y yernos no pasen un solo día de su vida sin trabajo. Y a fe que le ha atendido sus plegarias.
Por delante de su puesto de artículos religiosos ha visto pasar a miles de peregrinos con caras largas por las tribulaciones y, días después, a los mismos con rostros rozagantes por las bendiciones recibidas del patrono del trabajo y de los casos difíciles y desesperados. "¡Qué más que me tiene parada, a mí que soy asmática!"
Ella qué se va a acordar de todo el mundo, si en diciembre "llega hasta gente de Estados Unidos". Pero lo más seguro es que en los últimos dos años haya visto a Érika Cristina Velásquez y Yaneth Duque, dos mujeres que llegan sin falta a rezar la novena de las tres y media de la tarde y quedarse en misa de cuatro. Tal vez ignore sus nombres.
Ellas son dos vecinas de Robledo Miramar que han incorporado en su rutina ir caminando hasta el templo. Y todo porque el esposo de Érika, Germán Vélez, estuvo más de un año desempleado y, cuando ya la desesperación les desbordaba el ánimo, le hicieron caso a la mamá de ella que les habló del poder del santo. Y les contó lo que dice en la primera página de los Siete miércoles de San Judas Tadeo, un libro de oraciones que vende Marta: Judas sólo tenía en común con el traidor su nombre; tuvo el privilegio de haber sido amigo de Jesucristo y de su familia desde que ambos eran adolescentes, y fue su admirador en la juventud. Por eso tiene tanta influencia para resolver los casos más difíciles.
"Cuando íbamos en el tercer miércoles, lo llamó un señor de Rionegro para que le manejara un carro. Es tan bueno ese trabajo, que ese señor le entregó el camión del todo, como si se lo hubiera regalado, y no sabe ni siquiera dónde vivimos nosotros. Le paga bien y puntual. Mi esposo no terminó los siete miércoles, pero yo los finalicé por él. Claro que a veces, cuando él está por aquí, nos acompaña a rezar".
Marta le vendió el librito de oraciones a Roberto Lozano a mediados de los ochenta. Todavía lo tiene. Ajado y un poco sucio, pero entero. Lo imprimían sin gracia, con una carátula blanca marcada con el título, a diferencia de hoy que tiene la imagen del santo portando una rama de palma en la mano derecha y un hacha en la izquierda. Quizás era zurdo. Roberto es un comerciante de Laureles que no falta en el santuario de San Judas para darle gracias al patrono porque nunca le faltan negocios.
"En esa época la multitud de peregrinos era mayor -recuerda Lozano, quien no se sienta en una banca, sino que permanece de pie en la nave más cercana a la puerta lateral-. No había por dónde andar. Era como la de María Auxiliadora, en Sabaneta, pero disminuyó en los años de violencia en Castilla. Ésta se acabó y la gente está volviendo".
Y contó que, a veces, él reza la novena; en otras, los Siete miércoles..., o hace la Cuarentena de San Judas: "el primer día rezo un Padrenuestro; el segundo, dos; el tercero, tres, y así sucesivamente hasta cuarenta".
Dos mujeres, una joven y otra anciana, llegan todos los miércoles tomadas del brazo y así permanecen en la iglesia cuyo techo forma un arco gótico. Son Bibiana Molina y su mamá, Carmen Arango. ¿Que si le tienen fe a San Judas? "Con decir que mi hija salía de la casa para el Sena, a averiguar si había empleo para ella, ¡y yo para la iglesia! ¿Y cuánto estuvo varada ella, vos Bibiana? ¿Seis meses si acaso? De eso hace más de ocho años y nunca más se ha quedado desocupada".