San Lope de Aguirre
El 27 de octubre se cumplieron cuatrocientos cuarenta y siete años de la muerte de Lope de Aguirre, en Barquisimeto. Después, fue desmembrado y entregado a los perros.
Nadie añadió una fama peor a un inmenso sacrificio como Lope, que recorrió América cumpliendo el espíritu de su tiempo a sangre y fuego, antes de ser cazado, por hombres del montón. Al apuñalar a su hija Elvira, engendrada en una mujer americana, se excusó diciendo que le evitaba el asco de compartir un lecho con hombres que no la merecían. Yo sospecho en Aguirre a un puro que también fue un canalla a pesar de la altanería aparente.
Un retrato de la fiera incomparable dice un rostro de huesos largos, nariz formidable, y ojos insomnes. Apenas pegaba los ojos a ratos, de día y de noche permanecía armado, alerta, temeroso de las celadas de los amigos y de los enemigos por igual. Desconfiaba en los hombres. Pero estaba lleno de confianza en Dios a su extraño modo.
El rey fue un adversario a la medida de su orgullo de fachada. Le escribía cartas de insolente. Pero Lope también practicó una rara humildad. Amó la vida tanto que luchó por vivirla hasta el encono como el que sabe que la porción de los vivos es la Tierra y debemos aceptar también su miseria. No soportaba que se rezara frente a él, sabedor de que sus pobres oraciones no le aseguraban el cielo en que creía ni sus actos por impuros que fueran podían concederle la terrible inmortalidad del infierno. Tal vez perteneció a una secta de alumbrados, era un iluminado, y cubría su fe de los inquisidores. Lope pensaba en el cielo como en un don que le sería otorgado a pesar de sus crímenes como una gracia. Tal vez vivió en carne viva las grandes discusiones teológicas de su tiempo y se aferró a la filosofía que profesaba con horrible lucidez.
Repetía: la Tierra para el que más pueda, y el cielo para el que Dios quiera. Eso sintetiza su religión y cifra su carácter. Como confiaba en Dios no desde el fondo de un alma que no le pertenecía sino desde la levantisca carne no podía acatar el mandato del rey ultramarino. Pero tampoco quería ser rey, sabía que es lo mismo que ser nada, que todo es sueño. En cambio coronaba a su gusto reyes de pacotilla, inferiores a él, que después tiranizaba a su amaño por el terror y la intriga. Aguirre se limitó a vivir la vida que le dieron sin preguntar de dónde vino la carga ni hacerse ilusiones. Despreciaba el propio dolor y el ajeno. Y debió desdeñar también las efímeras posesiones terrestres como un asceta, pues murió en extrema pobreza, arriesgando además la peor de las miserias: el odio de los que tuvieron la desdicha de convivirlo. Al final de su vida firmaba: El Peregrino.
Si reconociéramos la relatividad de nuestra bondad, Lope, llamado también El Loco, y El Tirano, aterraría menos. Y podríamos dedicarle sin escrúpulo una oración de vez en cuando antes de dormir ya que él no pudo hacerlo. El peso de sus culpas también nos pertenece. Y su maestría: el convencimiento en el valor de nuestras obras es una torpe vanidad. Lope sabía que no podemos mejorar el mundo sin el favor gratuito de Dios. Y que es imposible empeorarlo.
Levantemos entonces una oración a su alma tiznada. Lope de Aguirre no fue peor que nosotros. Simón Bolívar, que lo supo, le otorgó una póstuma recompensa al considerarlo Precursor de la Independencia Americana.