Sanfermines terminó con dos orejas para El Juli y dos cornadas para Juan Mora
De dos en dos se repartió la suerte en la última corrida de los Sanfermines: dos orejas para El Juli, que salió de nuevo a hombros por la puerta grande de la Monumental pamplonesa, y dos cornadas, una de ellas grave y extensa, para Juan Mora, que aún sigue siendo atendido en la enfermería de la plaza.
En unos intensos cuarenta minutos se repartió el eterno cara y cruz de la Fiesta en la última corrida de los Sanfermines. Cuarenta minutos de reloj, desde que el cuarto toro corneó secamente a Juan Mora en el escroto al recibirlo de capote hasta que El Juli paseó las dos orejas del quinto tras un nuevo despliegue de torero destreza.
Pero no fue esa la única herida que sufrió el veterano torero extremeño, sino que, vendado en el mismo ruedo, permaneció al frente de la lidia de un ejemplar de Cuvillo bruto y feo de hechuras, áspero y descompuesto de embestidas. Notablemente afectado en su movilidad, Mora pasó apuros con el capote, con el que luego cayó en la misma cara del toro, aunque esta vez sin resultar herido.
La segunda cornada llegó al rematar una airosa serie de naturales, otra vez sin suficiente fuerza para irse de la cara del áspero toro, que aprovechó para levantarle de nuevo los pies del suelo e inferirle la herida más grave de las dos, en la cara superior externa del muslo derecho.
Antes, Juan Mora se había doblado con él por bajo con poder y sabor, sometiendo sus bruscas embestidas, para luego ponerse a torear al natural con un aire añejo y gallardo, despreocupado del peligro. La plaza vibró con el gesto de Mora en esas dos series de muletazos con la zurda, pero instantes después la moneda cayó de cruz dejando sin recompensa uno de los mejores momentos de la feria.
Con Mora en le enfermería, siguieron las emociones, porque El Juli volvió a hacer un alarde de poder y maestría con el quinto, un astifino toro de Cuvillo que se movió con aspereza y mal estilo. Como el pasado martes, el madrileño hizo valer el temple de su muleta y, con una apabullante seguridad, con una férrea quietud, no sólo impidió que el astado tropezara su templada muleta sino que lo movió a su antojo en pases de cada vez más largo recorrido.
Así se sucedieron varias tandas mandonas hasta que El Juli, en demostración de su superioridad, se enroscó al toro en varios circulares de ida y vuelta, en dilatados pases de pecho, en molinetes recreados y en adornos airosos. Se entregó el toro y se entregó la plaza, que coreó el clásico grito pamplonés de "Juli-Juli" cuando el triunfador, tras una estocada trasera y desprendida, paseaba orgulloso las dos orejas del astado.
El resto de la corrida tuvo mucha menos historia, porque los tres primeros toros mostraron un absoluto descastamiento -el segundo llegó a echarse desfondado en la arena y el tercero se tambaleó sospechosamente- y el sexto sólo respondió a cabezazos al infructuoso intento de Sebastián Castella por no irse de vacío.