Histórico

Santa Laura nos enseña que no podemos seguir en “obra negra”

El Arzobispo de Medellín reflexiona sobre la importancia de seguir el ejemplo de Laura Montoya, ideal humano en carne y hueso.

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10 de mayo de 2013

Como bien sabemos, el próximo 12 de mayo el Papa Francisco canonizará en Roma a la beata Laura Montoya. Es un acontecimiento muy grande para nosotros, que no puede pasar desapercibido y que debemos celebrar con gran entusiasmo y con verdadero provecho.

Se trata del reconocimiento de la santidad en una persona que ha nacido, ha vivido y ha realizado su misión entre nosotros. Esto entraña una enorme alegría, pero también una profunda responsabilidad.

Laura Montoya es una mujer excepcional por su inteligencia y por los rasgos superiores de su personalidad; es una maestra que innovó metodologías pedagógicas y que era capaz de cautivar con su enseñanza. Es una escritora de atildada pluma y aún de doctrina propia; una misionera que se entregó con amor apasionado por los más pobres de su tiempo, una benefactora de la humanidad que aún sigue viva en sus hijas, las religiosas que fundó. Pero, lo que ahora nos admira y conmueve más es que Laura Montoya es santa.

Generalmente, no tenemos el concepto auténtico de santidad. Pensamos que es un mandamiento pesado, que es una particularidad de personajes lejanos, que compete sólo a algunos seres excepcionales, que conlleva fenómenos extraordinarios; en definitiva, que no es para nosotros.

El Concilio Vaticano II nos recordó que todos estamos llamados a la santidad. Esto significa que es algo propio y necesario a nuestra naturaleza. Por tanto, si no somos santos estamos en “obra negra” todavía; algo nos falta en la conquista de nuestra libertad, en la experiencia de la verdadera felicidad, en la realización de nuestra misión en el mundo, en la configuración con el modelo definitivo de la persona humana que es Cristo. Por algo decía León Bloy que “la única tristeza es no ser santo”.

Si analizamos a fondo la realidad de nuestras vidas y sus causas, lo que nos falta es santidad.