Histórico

Se impone el miedo del crimen

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10 de julio de 2011

En columnas pasadas he escrito sobre Uribe y sobre Santos. También he escrito sobre militares, paramilitares y guerrillas. Alguna dedicación he dado al narcotráfico y al crimen organizado. Recibí comentarios, la mayoría respetuosos y constructivos y, muy ocasionalmente, algunos agresivos y amenazantes.

En la columna pasada escribí sobre el miedo al crimen como una forma de gobierno y quién dijo miedo.

Mis palabras desataron reacciones virulentas, como nunca antes en más de dos años que llevo escribiendo en El Colombiano. Esos lectores cuestionaron mis intereses. Se preguntaban por qué defendía a los criminales y atacaba la democracia. Los recursos discursivos empleados son particularmente sencillos: me acusan (por mis opiniones) de estar del lado de la guerrilla, ser un criminal y hacer daño a la sociedad. El contenido sencillo los convierte en mensajes efectivos y contagiosos para hablar del crimen. Desafortunadamente, es a partir de este tipo de vociferaciones que se forman las opiniones sobre el crimen en nuestra sociedad.

Los comentarios derivados de mi pasada columna "Y que se haga el miedo?" me permiten reafirmar que se hizo el miedo y es este miedo del crimen y de los criminales el que rige y regirá muchas de las decisiones públicas en campos de política social y criminal.

El miedo del crimen y de los criminales es un poderoso recurso que reorganiza simbólicamente el mundo estructurándolo en ejes dicotómicos: el bien y el mal, los de aquí y los de afuera, y amigos y enemigos. Estas construcciones tienden a "establecer orden en un universo que parece haber perdido sentido". (Teresa Pires do Rio Caldeira). Este es su poder.

La manera como hablamos comúnmente sobre el crimen y los criminales está llena de imprecisiones, exageraciones y distorsiones. La mayoría de las representaciones del crimen están hechas en Hollywood, pero las creemos como si fueran nuestras. Nunca nos aburrimos del crimen ni de los criminales. La repetición de las escenas y de los cuentos penetran todos los días nuestro mundo. Paradójicamente nos deleitan mientras reproducen el miedo.

Sobre esos cuentos del crimen y no sobre el crimen en sí, construimos referentes sociales y cedemos nuestros derechos como ciudadanos-del-bien para que se haga frente (como sea) a "lo indeseado".

Ante lo dicho, formulo una aclaración, aunque sutil, trascendental. Rechazo el crimen violento, y abrazo el dolor y el trauma experimentados por las víctimas. Sin embargo, no comparto que ese dolor y ese miedo del crimen que se deriva de la experiencia vivida sean explotados y manipulados para que todos los ciudadanos vivan con miedo.

Para quienes experimentan el crimen violento directamente, el hecho representa "un acontecimiento que tuvo el poder de interrumpir el flujo monótono del día a día, cambiando su esencia para siempre; un acontecimiento que sobresale a causa de su absurdo y su gratuidad". (Caldeira) Para ellas, el Estado y la sociedad deberían tener una respuesta integral para atender las consecuencias.

Para quienes el crimen violento es sólo representación (que es la gran mayoría), hago un llamado para que no caigan presa de los prejuicios, la discriminación y la clasificación estereotipada que acompañan los cuentos del crimen. El crimen violento es un problema serio y cierto que debe ser abordado prácticamente y no simbólicamente.

Las decisiones que tomamos sobre el crimen y los criminales nos marcan a todos. No lo hagamos con miedo. Tomemos decisiones con información técnica que nos permita encarar el crimen violento efectivamente. Evitemos confundir la respuesta a problemas sociales apremiantes con respuestas populistas al miedo del crimen. El miedo sólo conduce a la especulación y la inflación punitiva.

Hoy se vive con miedo en Medellín y en Bogotá. No nos digamos mentiras: hoy se vive con miedo en Colombia. Es hora de hacer frente a la generación del miedo como forma de gobierno y buscar respuestas coherentes a problemas penales y sociales que no dan espera.