SER HOMBRE DONDE NO HAY HOMBRES
¿Qué cosas cambia la guerra en una sociedad? Cambia más a los vivos que a los muertos. Los muertos quedan congelados en sus nichos de ideas, costumbres, querencias. Pero los sobrevivientes sufren revolución inesperada en sus cabezas. Es que la guerra es propagación de miradas torvas sobre los semejantes, siembra de más guerras.
Gonzalo Sánchez-Terán, poeta español que trabajó en África con refugiados, escribió desde Chad la siguiente iluminación sobre la toxina profunda de la guerra: "cuando caminas entre hombres armados, no eres alguien que caminas, eres un hombre desarmado".
Un hombre desarmado no es nadie, entre gentes de guerra, pues para estos la estima se tasa en función de poder de fuego. El jefe guerrillero recién muerto en combate es importante porque llevaba misiles tierra-aire. Los aviones drones, sin piloto de carne y hueso, son pleno orgullo de ejércitos vivientes.
La guerra suprime entre los hombres la naturaleza y dignidad humanas. Los transforma en capacidad de destrucción, en garra, colmillos, garfios. En un batallón los muertos son números, bajas que se comparan con idéntica contabilidad enemiga. De ahí que los combatientes no tengan nombre sino apellidos o alias. Son todos iguales porque cada uno es fusil y bala, calibre y tino.
El rabino Hillel, conocido como el Viejo o el Sabio, quien murió a los ochenta años poco después del nacimiento de Cristo y quien según Renan fue maestro de este Jesús, consagró una sentencia que apunta contra la corrosión de la guerra: "en un lugar donde no haya hombres, esfuérzate por ser hombre".
Es que el mal de la guerra trasciende los cipreses de los cementerios, se mete en calles y casas, donde quiera que convivan personas desnaturalizadas por la helada mirada del enemigo. Su insidia es celular, infesta la estructura íntima de la sociedad. Salta por encima de las trincheras hechizas, salpica ciudades, mancha cerebros juveniles, da lógica a barras bravas del deporte, emponzoña lengua de políticos, aturde de alarmas los barrios.
Ser alguien aunque se camine desarmado, ser hombre cuando no hay hombres: estas son maneras esenciales de hacer paz, que no figuran en agendas ni negociaciones. Sin ellas, no obstante, es imposible acabar con la guerra neuronal que engendra las sucesivas guerras.