Sobre el asesinato de J. Garzón
Estábamos sentados cerca de una pequeña arboleda de esas que dejan en las fincas ganaderas para que las reses esquiven el calor del mediodía. El peso de la conversación lo llevaba un conocido jefe paramilitar. Hablábamos de muchos temas que entonces eran de actualidad y de uno que seguía (y sigue) en la memoria de los colombianos: el asesinato del humorista Jaime Garzón.
En medio del diálogo, cité las respuestas que Carlos Castaño -a quien ya habían asesinado- siempre me dio. Él aseguraba que no había ordenado el crimen, que no era su autor intelectual y que algún día revelaría la verdad sobre aquella muerte.
"Me presionan para que diga lo que creen algunas ONG que sé. Ya llegará el momento de la verdad, pero no será antes de que termine el conflicto colombiano y todos los actores la digamos. Nunca hablé con Garzón por teléfono, nunca le envié mensaje alguno y jamás lo declaré objetivo militar", me había respondido Castaño la última vez que lo entrevisté.
Entonces, aquel jefe paramilitar con el que dialogaba junto a un abrevadero desbaratado en Urabá, rodeado por un asesor y por la cúpula de su bloque, me hizo un par de apuntes que vale la pena recordar, diez años después de que a Colombia le acribillaran su risa más aguda:
"En realidad Carlos (Castaño) no fue quien pidió la cabeza de Garzón, pero sí sabía detalles del operativo. En los días del asesinato estábamos reunidos en una finca y él y un asesor de las AUC, que veía comunistas en todas partes, esperaban noticias al respecto. El man ese era un loco y 'pedalió' (empujó) a Castaño y a la comandancia a cometer varios asesinatos de personajes" que él consideraba 'guerrilleros de cuello tortuga'.
Garzón murió tiroteado en un cruce vial de Bogotá. Yo estaba lejos del país y a través de la naciente internet sentí el dolor de la gente, porque se habían ido al cielo las burlas, los sarcasmos y las retahílas de Heriberto de la Calle, Néstor Helí y Godofredo Cínico Caspa.
Con los años descifré, apoyado en otros testimonios, que el Godofredo Cínico Caspa de Garzón se parecía bastante al personaje que interpreta en la vida real aquel ex asesor fascista y delirante de los paramilitares, hoy en problemas porque le gusta bastante escuchar llamadas telefónicas ajenas.
Godofredo, revestido con la soda cáustica de Garzón, personificaba aquella mentalidad más perversa y oscura de los fanáticos que creen que la eliminación física de los otros los salva de los juicios que luego les hace la historia por negar la libertad de pensamiento, por querer reducir a cenizas cualquier libro que escandalice sus morales, por hacer todo lo contrario a lo que les dicta el Cristo tolerante de sus camándulas.
Se ha ido Garzón, pero sus bromas resucitan, su humor inteligente siempre se abre paso entre las filas de sicarios que este país suele contratar para que lo protejan de quienes amenazan con matarlo de una carcajada.