Histórico

Sobre el voto inútil

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28 de mayo de 2010

En casi todas las elecciones que me ha tocado analizar en esta columna en los últimos veinte años, el tema del voto inútil ha salido siempre a relucir en vísperas de unos comicios electorales. Porque creo que puede ayudar a algún lector a la hora de votar, reproduzco algunos de los conceptos que he expresado al respecto.

Estoy convencido de que en sana democracia no existen votos inútiles. Ni los de las tercerías, ni los de los candidatos que las encuestas -ese dudoso profetismo de victorias y derrotas- relegaron y condenaron anticipadamente al fracaso. Tampoco el voto en blanco es inútil. No lo es ni siquiera la abstención. Y no hay votos ni posiciones ideológicas inútiles en democracia, porque lo que ésta propone es precisamente la pluralidad de opciones, el derecho a disentir y a distanciarse, la búsqueda de nuevos caminos, aun en contra de los partidos tradicionales o de aquellas fuerzas que ostentan apoyos mayoritarios.

No sólo es discriminatorio sino peligroso para la democracia, tachar de inútil un voto, cualquiera que sea. Para los dictadores son inútiles los votos, por peligrosos, ya que amenazan su hegemonía, y por eso suprimen el derecho al sufragio. También lo son para quienes quieren tomar el poder con las armas; por eso amenazan siempre con boicotear las elecciones.

Descalificar, pues, a un grupo de votantes, por más minoría que sean, con el argumento de la inutilidad de sus votos, suena a eso que llaman la dictadura de las mayorías. Que es dictadura, al fin y al cabo. O es darles la razón a quienes se han puesto por fuera de la ley y del sistema porque creen, precisamente, que los votos, todos los votos, son inútiles. Y por eso hay que borrarlos del mapa, aunque sea a bala.

Democracia es pluralismo y el ejercicio electoral es el camino para dar cauce a ese pluralismo. Entre nosotros, por fanatismo, por intereses creados, por simple cultura (o incultura) política, o mejor por pura politiquería, se tiende a descalificar cualquier propuesta política que presente programas y propuestas distintas a las del candidato oficial del gobierno de turno.

Si bien se miran las cosas, hay que concluir que muchas de las guerras y confrontaciones que hemos padecido y padecemos y el caos que nos acosa, han sobrevenido porque se les ha cerrado el paso, con la muerte física o con la muerte política, a las tercerías. Y se olvidan las colectividades tradicionales o dueñas del poder que el inmenso deterioro que sufren es porque no han permitido la existencia de otras fuerzas, de derecha o de izquierda o de centro. O las han suprimido o las han tenido que asumir, manteniendo así en su interior un cuerpo extraño que ha acabado por hacer híbridos sus credos y sus ideologías. Cuando en una democracia lo que hay que preservar es la existencia de una pluralidad clara y definida.

Y hay otra cosa. Si se miran otros horizontes, se puede apreciar que los grandes cambios históricos de los países y los pueblos los han dado tercerías que cuando nacieron y crecieron eran tachadas de inútiles, de ensoñaciones fantasiosas.

No se hable, pues, de votos inútiles. La democracia no es solamente un sistema para votar, para elegir. Es mucho más. Es, sobre todo, el derecho a ser dueños de las propias convicciones, el derecho a mantener un sistema de gobierno o a cambiarlo, a pensar distinto, a no tragar entero, a disentir. Para eso se va a las urnas.

Lo decía Balmes: "Si se quieren evitar las revoluciones, hay que propiciar las evoluciones". O como dice Morín, el del Pensamiento Complejo: "Donde se pronuncia la palabra revolución siempre aparece la violencia. Optemos por el cambio tranquilo, por la metamorfosis. Y como dijo Heráclito hace muchos siglos, no olvidemos que si tú no buscas lo inesperado, nunca lo encontrarás".

Para ello sirve el voto inútil.