SOBRE LA DESTRUCCIÓN
Estación Martillo, en la que se destruye sin cesar, como si el dios nórdico Thor dirigiera una caterva de walquirias enloquecidas que se gozan del dolor de los demás y engañan a los confusos llevándolos al peor de los Walhalas, sitio este al que llegan los guerreros y beben en sus propios cráneos para volver a nacer más envilecidos. Y aquí, en esta estación donde se amontonan las peores palabras y actos, los sentimientos más obtusos y las inocencias perdidas, el mundo (que solo contiene la tierra y los cielos) es un lugar peligroso. La mentira, la calumnia, la sevicia, el miedo convertido en odio, la pequeñez y el deseo que no se satisface, cumplen su tarea demoledora en este sitio tan lleno de presiones, deudas, egoísmos y esperanzas fallidas. Y es que solo basta un pequeño error, un movimiento en falso, para que se magnifique y se convierta en tragedia o en un silencio que anula al otro. W.G. Sebald, el autor de La historia universal de la destrucción, habla de bombardeos.
Esta pasión desbordada de destruir, que nos caracteriza desde la primera guerra mundial, se apoya en la ciencia, en la política, en la economía, en los mismos debates filosóficos y en las relaciones entre las personas. Y en esta destrucción dañamos la tierra y nos dañamos nosotros, que dependemos de ella. Y nos dañamos nosotros (fragmentándonos), que por estar deseando sin límite (como dice Jacques Lacan ) no pisamos ya la realidad ni la razón, la necesidad del otro y el espacio que nos toca, únicos campos posibles de construcción. Es que nos hemos vuelto emocionales, presuntuosos y desmesurados, narcisos y, como Thor (que es tuerto), vengativos y desesperados. Y en esta espacialidad desordenada, nos hacemos multitud solitaria que vaga por ahí confinándose (encerrada) de manera intensiva.
Cuando Jorge Luis Borges escribe La historia universal de la infamia, toma como personajes una serie de personas destructivas, que van desde la viuda pirata Ching hasta redentores atroces como Lazarus Morell, indicando que lo que se destruye es el inicio de la infamación, la pérdida de la dignidad y el nacimiento del laberinto ya carente de cualquier hilo de Ariadna. Y esos seres literarios, cobran forma en nuestros tiempos (quizá desde siempre existieran, pero ahora el caldo de cultivo es más propicio) y se multiplican mientras disminuyen los dignos, los de inteligencia moral (constructores de costumbres buenas) y los que hacen de sus manos y saberes posibilidades de vivir bien. Mientras tanto desaparecen la tierra, las sociedades, los hogares y la noción de futuro. Somos en la peste.
Acotación: El hombre es el único animal que construye y mejora eso que hace. El siglo XIX, fue rico en constructores y al mismo Napoléon le erigieron un arco del triunfo (el de París) como hombre que quiso ver mejor el mundo. Pero en un siglo olvidamos la tarea y nos dimos a destruir. Y no paramos. La pregunta, entonces, es si hemos fracasado al educarnos.