Histórico

SÓLO HAY DOS IDEOLOGÍAS, LA DECENTE Y LA INDECENTE

09 de marzo de 2014

Estoy seguro de que fue al sapiente psicoterapeuta austriaco Victor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido y el método de la logoterapia, a quien le leí hace tiempos esta frase tremenda: "Sólo reconozco dos razas humanas, la de los hombres decentes y la de los indecentes".

¡Qué cuento de racismo y de discriminación por el color de la piel, como los que impusieron los nazis contra la humanidad y que padeció el mismo Victor Frankl… Pero también: ¡Qué cuento de ideologías de derechas e izquierdas y de todo ese caleidoscopio de grupos y movimientos que pugnaron por ganar curules en el Senado y la Cámara… En circunstancias como las que presenciamos durante el proceso electoral, puede ser atinado este parafraseo: "Sólo reconozco dos ideologías políticas, la de los hombres decentes y la de los indecentes".

Mientras en muchos pueblos se reeditó el antiguo ritual folclórico del clientelismo y el intercambio de votos por tamales o por promesas, en las ciudades, incluida Medellín, se advirtieron casos inquietantes y al menos sospechosos, como por ejemplo el que podría tipificar (y que lo investiguen los llamados a hacerlo) un método sutil para confundir y disuadir a los ciudadanos al cambiarles en forma repentina el sitio de votación.

Dos Colombias que muestran dos estilos de aplicación de la malicia, la mala fe y la picardía, fuentes de corrupción, han vuelto a manifestarse en la jornada dominical: En aldeas y pueblos, el viejo manzanillismo impone las tradicionales reglas de juego de la compraventa de conciencias. En los centros urbanos menos subdesarrollados en materia de cultura política, las técnicas de direccionamiento artificioso de los electores parece que tienen apoyo tecnológico y se disimulan con la máscara del respeto del derecho al sufragio.

La sola admisión de piezas engañosas de propaganda, por encima de normas elementales de ética de la publicidad en la televisión de presunto carácter nacional, indica un retroceso penoso, una legitimación sin controles de la trampa y el todo vale, como si desde las alturas del Estado no hubiera ni la mínima intención de enseñar juego limpio.

Voté, pese al escepticismo, para ayudar a elegir a varios senadores y representantes excelentes, que les den ejemplo, a los que no lo son (pues también los hay malos, regulares y hasta pésimos) de integridad, de coraje y de voluntad de servicio al país. Es preferible una democracia imperfecta, llena de vicios e incongruencias, a un asfixiante régimen despótico y totalitario como el fascismo del Siglo Veintiuno.

En esta nación de 46 millones de habitantes, divididos sólo en dos ideologías, la mayoritaria de los hombres decentes y la minoritaria de los indecentes, quise hacer valer mi cuarenta y seis millonésima cuota de poder.