Histórico

SUFRIR ES PARTE DE CRECER

09 de noviembre de 2013

Desde que somos pequeños, todos hemos sufrimos golpes, caídas, raspaduras, frustraciones… y hemos llorado, a veces un poco y otras veces mucho. Pero después unos minutos, una curita, un beso y un abrazo de la mamá o la solidaridad de nuestros amigos hizo que el dolor cese y que nos olvidara lo sucedido.
 
Sin embargo, cuando somos grandes, las caídas incluyen más que una rodilla raspada o un chichón en la frente. Por lo general son experiencias que nos dejan heridas, no en el cuerpo sino en el corazón y también en el ego. Por eso sobreponernos a la tristeza y recuperar la alegría es un proceso que nos exige una buena dosis de esfuerzos.
 
Es cierto que, cuando algo nos sale mal, cuando fracasamos o sufrimos cualquier clase de golpe, no es fácil volver a sonreír y olvidar la decepción. Sin embargo, con el tiempo podemos ver que las penas y los reveses de la vida no son sólo una desgracia sino a menudo experiencias que nos enriquecen porque nos ayudan a desarrollar la valentía, la capacidad de lucha y la fortaleza emocional que necesitamos para superar los reveses, así como el valor para luchar y seguir adelante con optimismo.
 
Como padres todos queremos que nuestros hijos vivan muy felices y por eso hoy nos esforzamos como nunca por librarlos de cuanta decepción, pena o dolor los puedan hacer sufrir. Pero, a pesar de nuestras buenas intenciones, no les estamos haciendo ningún favor. Por su bien, es fundamental que los niños enfrenten dificultades y vivan decepciones, que se frustren y que se sientan tristes a ratos.
 
Todas las experiencias duras y dolorosas son experiencias que fortalecen el carácter y enriquecen el corazón de los niños. Lo importante es estar a su lado, no para evitárselas ni tampoco para negárselas, como solían hacer nuestros padres en el pasado, pero sí para apoyarlos y animarlos a superarlas. Recordemos que nuestra función como padres no es aliviar sus cargas sino fortalecer su corazón y enriquecer sus almas.