Histórico

Tasajera anclado entre la ciénaga y el mar

21 de julio de 2008

Anclado entre el mar y la Ciénaga Grande de la Magdalena, Tasajera es un poblado del Caribe que no sabe hacer otra cosa que revolver las aguas para encontrar la vida.

Toneladas de jaibas, camarones y pescados salen de allí, porque la Ciénaga es un lugar concurrido por pescadores propios y habitantes de los pueblos palafitos -Nueva Venecia, Buena Vista, Bocas de Aracataca-, asentados en las aguas, con casas paradas en zancos clavados en el lecho lacustre.

Quien mira la Ciénaga desde la orilla, desde el mercado de pescado de Tasajera, por ejemplo, ve estacas clavadas que sobresalen por la superficie del agua por todas partes y a barqueros esquivándolas a su paso en las delgadas canoas. Son señales de que en esos lugares, en el fondo, hay al menos una nasa, es decir, una trampa en forma de jaula, como de pájaro, con un hueco por el que entran las jaibas atraídas por una carnada formada por pequeños peces, pero de la cual no son capaces de volver a salir.

Gregorio López no tiene tiempo de sentarse a jugar póker con sus amigos a las once de la mañana. Es comerciante de jaibas. Pero no de los que carga la trampa y la sumerge en las aguas, sino de los que compra producción a decenas de jaiberos que permanecen muy adentro en la Ciénaga, sin apenas salir al pueblo de vez en cuando.

No tiene tiempo porque se la pasa trayendo bultos de crustáceos hasta la orilla, antes de las horas de paso del camión-nevera de una empresa frigorífica que compra la producción general, la que no llevan al mercado local.

No tiene tiempo porque además debe comprarles agua, arroz y plátanos a esos mismos pescadores, para que preparen su comida.

Hernán Samper y Jorge Carbonó comienzan su faena a las cuatro de la tarde, cuando se embarcan en sus canoas y se internan en la Ciénaga. Anclan en un sitio en el que su caserío es apenas visible y encienden mechones en galones vacíos que antes fueron de aceite para motor y que mantienen fijos en lo alto de un palo en el barco. Es el señuelo para los camarones. A éstos, como a los humanos y a las mariposas, los atraen las luces y así, embobados, se van acercando y se internan en las redes que forman un cilindro.

Allí, si hay buen tiempo, pueden descabezar sueñecitos cortos hasta el amanecer, momento en que apagan el mechón y regresan a la orilla.

No duermen de día. Vierten los camarones en poncheras y las jaibas en canastas. Después aprovechan el tiempo remendando redes con hebras de nylon y agujas de PVC que ellos fabrican. Y jugando póker en la baraja de cartas desdibujadas de Carbonó.

Aquí y allá, no faltan pick ups que amplifican música de todos los rincones del trópico.

Tasajera parece hamacarse desde mediodía bajo un Sol que sólo los niños aguantan sin sombrero ni sombrilla: los grandes, en su ida al mercado o la cantina, si no van ataviados con esos implementos, buscan refugio bajo el capacete de una bicitaxi.