Histórico

Tejer bolillo, pan de cada Díez

03 de octubre de 2008

En Sabaneta, todo el mundo sabe que en la casa de las Díez, tejer bolillo es una actividad cotidiana como hacer la comida, comer, lavar, barrer, trapear o dormir.

Lastenia teje todo el día. Con horario rígido de ocho a doce y de dos a seis, se sienta en una silla de mimbre en el patio central de su casa, el cual, como es cubierto, sirve de taller. A sus ochenta y nueve años, teje sin gafas; según cuenta, lo que sufren sus ojos son cataratas y cuando el oftalmólogo la puso a escoger los lentes, ella como que se confundió entre dos muy parecidos y seguro escogió los que no eran porque no se siente cómoda con ellos. Por eso prefiere mantener los anteojos guardados.

Elvira hace la comida en las mañanas y teje en las tardes. Interrumpe a las cuatro para ir a misa. La iglesia de Santa Ana queda a media cuadra.

Gloria, por su parte, como ha sido alcaldesa de Sabaneta tres veces y sigue teniendo una gran actividad cívica, teje en la sala, con la puerta de la calle abierta y un contraportón de reja cerrado, porque atiende a muchas personas que llegan a saludarla o a contarle problemas a ver si ella puede tejerle alguna solución. Y a veces sale a hacer diligencias en la Administración local o al centro de Medellín.

Así empezó todo
Lastenia aprendió a tejer bolillo cuando tenía 11 años. A ella le enseñó una tía. Le enseñó a hacer las carpetas y los cuadros de adentro hacia fuera. Recuerda el primer mantel que tejió por encargo: fue para Margarita Mena de Quevedo, una señora prestante, cuya familia tenía finca cerca de la casa de ellas, situada entonces en la vereda San José.

Elvira aprendió a tejer bolillo antes de los 10 años. A ella también le enseñó una tía. Desde entonces teje colchas para su cama, carpetas para su mesa de noche y manteles para el comedor de la casa y piezas para las casas de los hermanos y las sobrinas. De su mente y de escasas revistas sobre este tejido, una de ellas con textos en holandés que ella no tiene en cuenta, hace los diseños de sus trabajos. Ahora prepara los motivos decembrinos: carpetas con mula y buey, la Virgen María...

Gloria aprendió a tejer bolillo a los cinco años. Le enseñó su mamá -que no era la misma de Lastenia pero sí la de Elvira, porque la de aquella murió y el papá volvió a casarse y a sumar hijos hasta llegar a 10-, quien mantenía trabajando para las iglesias. Los párrocos le encargaban manteles para el altar y mantos para los santos... Los diáconos le pedían ornamentos para la ordenación. Y paradójicamente, a la insistencia de la pequeña Gloria para que le enseñara, le contestaba que no podía porque no tenía hilo, pues el de cada trabajo lo aportaba el dueño. Hasta que Gloria encontró una estopa azul de fino hilo extranjero y, tras desenredarla, y de labrar ella misma con navaja los pequeños bolillos de madera de nigüito, se dispuso a aprender.

Lastenia y Elvira tejen con el diseño hecho a lápiz sobre papel, prensado con alfileres largos y cabezones a un cojín que descansa en una mesa frente a ellas. Gloria, por su parte, con una máquina de bolillo. Es un rodillo de madera forrado en tela acolchonada, a la cual se prensa el diseño. Con una mano, ella va haciendo rotar el rodillo.

Las tres, enredan los hilos que van pegados a los bolillos, revolviendo éstos con una rapidez y habilidad que quien mira y no sabe cree que se trata de una acción mecánica y al azar, pero que si mira bien se da cuenta de que es cuidadosa y va siguiendo los dibujos del papel que hay debajo: flores, mariposas, aves. No hay agujas, aparte de una lengüeta que se aburre sin apenas usarla, pues sirve para cuando una puntada queda suelta y es preciso atarla a otras.

Que tradición no se pierda
Lastenia recuerda que antes, el negocio se movía. Mucha gente encargaba trabajos de bolillo. Cuando las parejas se casaban, no era raro que quisieran el ajuar en este tejido: sábanas, manteles, individuales... Y cuando iban a tener un bebé, uno con camisas, capota, manoplas, escarpines y hasta el faldón con el que bautizaban tanto a hombres como a mujeres. De Cali, Pereira, Bogotá y Medellín, muchas personas pedían sus trabajos.

Elvira teje y recuerda que las Piedrahíta, otras tejedoras de bolillo de Sabaneta, eran expertas en tejer vestidos de novia. Pero se disolvieron. Cada una tomó su rumbo y no volvieron a tejer.

Gloria teje y recuerda que anteriormente usaban hilo de algodón porque la gente tenía más tiempo de planchar la ropa; ahora, hilo poliéster.

Mientras un aroma emerge de la cocina como promesa de un delicioso almuerzo e inunda la casa, las tres mujeres celebran que el bolillo, una tradición que aprendieron de mujeres antiguas, por ahora no se vaya a perder, porque a todas sus sobrinas y a mucha gente en Sabaneta ellas se han encargado de enseñarles.