Tiberio se jugó las cartas por la medicina
ADEMÁS DE ANESTESIÓLOGO y de ser especialista en tanatología, paliatología y dolorología, Tiberio ha sido el cronista de la medicina en Antioquia y el doctor que le tomó el pulso a la magia mientras lo hacía con sus pacientes.
Desde que su bigote se volvió blanco, los pacientes que tienen la vida contada, lo confunden con Gabriel García Márquez. Y cuando les habla sobre la relatividad del milagro, se les parece más a Albert Einstein. Pero si se levanta un telón repleto de canas y sale una carcajada destemplada, reconocen a Tiberio, el doctor que hace magia, o a Maqroll, el mago que alivia el dolor.
Si Medellín es el Hollywood de la medicina en el país, Tiberio es una de esas estrellas de la historia de la salud que debiera estar repartiendo autógrafos por doquier si su letra no fuera tan fea, y si la mayoría de sus fans no estuviera en el cielo.
Ser pionero le venía en el RH de la sangre. Al abuelo Víctor lo molestó la comida vinagre y fue el primero que llevó nevera a San Andrés de Cuerquia. A su papá lo cuestionó el olvido y llegó con la cámara fotográfica que nunca antes vieron en el pueblo. Y a Tiberio lo inquietó la agonía y fundó en la ciudad dizque una clínica del dolor.
El síntoma
Había una vez un pueblito rodeado de montañas que a principios del siglo pasado vivía entre el estupor y la fantasía. Mientras monseñor Builes anunciaba la desaparición de la aldea por culpa del incumplimiento de las normas morales, el padre Erasmo rompía las reglas de la razón cuando aparecía un pañuelito entre sus manos. Uno anunciaba la catástrofe en que las montañas se vendrían encima y el otro presentaba un show de magia en la plaza.
A mediados del siglo XX, el médico se unía al despliegue de trucos cuando le entraban al moribundo que dejaba la pelea a machetazos y al rato salía un campesino de su consultorio sin rastros de sangre y con todas las señales de vida.
Otro ilusionista de la época fue Enoc, el proyeccionista andariego, que en los años 30 exhibía historias en movimiento de pueblo en pueblo. Tiberio descubrió el cine de ruana y bajo el cielo nublado del norte antioqueño que le presentó los mostachos mexicanos y al personaje de sombrero, bastón y bigotito, que le produciría una banda de sonoras carcajadas cada vez que lo viera en la pantalla.
Muchas décadas después cuando llegara a Europa vuelto un médico especialista en anestesiología y reanimación, buscaría a Chaplin en helicópteros y ambulancias mientras atendía las urgencias de París y cogía la experiencia que necesitaría cuando lo invitaran a la tragedia de Armero una década más tarde.
Como no lo encontró, en honor al ídolo de la comedia, en 1989 celebró sus 100 años de nacimiento, así hubiera fallecido 12 años antes. Todos los 16 de abril compra torta con champaña y le hace su fiesta de cumpleaños. Y a su hija menor la bautizó con el nombre de la última esposa de Charles Chaplin: Oona Álvarez.
El diagnóstico
Tiberio es el "padre del dolor en Latinoamérica"; el primo hermano de la atención en desastres en Colombia; el hijo natural de la anestesia en Antioquia y el amigo con derechos de la crónica médica en Medellín. Antes de rastrear la estirpe de los ancestros de su terruño natal, durante 50 años le ha hecho el árbol genealógico a la otra familia de la escuela que lo volvió doctor.
Por sus manos no solo pasó un cementerio entero de pacientes terminales a quienes Tiberio les dio voz por primera y última vez, sino también los pioneros, decanos y maestros de la salud a quienes intervino con cuestionarios y les extrajo los recuerdos que disecó en sus textos antes de que se los llevaran a la tumba.
Además de retratar con sus letras a todos los padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos de la medicina paisa, hizo exhaustivas pesquisas sobre los chistes, datos curiosos y escándalos de todas las épocas en la Facultad de Medicina de la U. de A. Registró que en 1844 se hizo en Medellín la primera cesárea de Latinoamérica. Que a principios de siglo XX las paredes de la sala de cirugía eran de color azul para espantar a los mosquitos y que las lecciones de anatomía se hacían sin guantes, en compañía de los muertos y del sepulturero del cementerio de San Lorenzo.
Narró la primera cirugía de corazón que se realizó el 22 de febrero de 1934 gracias a la puñalada que le metieron a un tal Raúl. Anotó que Lucía era el nombre de la secretaria del decano en 1935 cuando se estrelló el avión de Gardel. Que los primeros transplantes de órganos se los hicieron a los sapos, serpientes y curíes que los estudiantes cazaban en el Valle de Aburrá. Y fue el pionero en tocar el tema de la diarrea que siempre causaron los nervios a los jóvenes que presentaban el examen de admisión a la Universidad de Antioquia.
La fórmula
Aunque ya se lo diagnosticaron sus propios colegas y sus síntomas de terquedad aguda son evidentes, Tiberio reconoce que goza de una obsesión crónica. Es el editor de los chistes macabros de enfermos con cáncer; el recopilador de frases célebres sobre el dolor en la fase terminal; el curador de dibujos alusivos a la muerte en la sala de recuperación; el autor de un diario con reflexiones éticas en casos imposibles y el coleccionista de sus cartas cruzadas con los mejores magos del mundo.
Desde antes de jubilarse Tiberio les advertía a sus alumnos que se aferraran a una pasión, porque a los médicos solían llegarles temporadas de tedio con un sofocante antojo de deserción. Y como en su vida real un milagro es un mal pronóstico o un cáncer que se escapa y reaparece a los meses, Tiberio se formuló una sobredosis de magia para soportar el sufrimiento de sus pacientes y, como lo dice un mago amigo, "...burlar las leyes de la lógica mediante una sonrisa".
Solamente una vez se sintió en un apuro cuando mezcló medicina con magia. Ese día prendió la mechita de la vela como de costumbre en su consultorio, revolvió la baraja, la miró fijamente a los ojos y le dijo a la paciente en un tono sigiloso mientras le mostraba los naipes: "Toma una, bocabajo". Y antes de que sacara una carta para que Tiberio adivinara si era de trébol, pica, diamante o corazón, se acostó de repente con la mirada hacia el suelo.
Gracias a sus misivas contactó y trajo al Gardel de la magia, René Lavand, que por poco se suma a la historia de las tragedias de extranjeros en Medellín. Este argentino de más de 70 años, que perdió su mano derecha en un accidente desde niño, casi pierde la otra cuando le tiraron la puerta del carro encima y le machucaron la zurda en el Pueblito Paisa. Siquiera ya había presentado el espectáculo porque la cutícula, como por arte de magia, cambió de color y terminó con las uñas negras.
"A veces me llama Chaplin y me dice: ¿Qué hubo, no va a escribir sobre mí?", dice Tiberio con un poco de dolor en sus palabras creyendo que le hará falta tiempo para cumplirle a tantos sueños. Varios colegas le han dicho "tomalo con calma" o "Andá más despacio", pero solo le ha hecho caso a tres. Leyó que la cronofagia es una epidemia que muchos padecen que consiste en perder el tiempo. A su maestro, Héctor Abad Gómez, le oyó decir que los gomosos siempre hacían falta. Y al filósofo Fernando González le aprendió que lo importante era el camino y esa lucha por llegar porque "quien ha llegado es porque está muerto".