Un angelito del campo sueña con las pasarelas
EN UNA FINCA de café y pancoger del Suroeste nació hace 11 años Daniela López. De allí salió desplazada en brazos de su madre cuando tenía dos años, y hoy, en medio de la pobreza, asombrosamente, alimenta su sueño de ser modelo.
De la Loma del Venado, por allá en un monte del corregimiento Sabaletas, el 11 de enero del 2000 brotó algo más que café y yuca: nació un angelito de ojos verdes y cabello rubio que se convirtió en la alegría de Diana Alzate y Lubín Antonio López, sus padres.
-Es la niña más hermosa de la familia-, dijo don Julio Alzate, el abuelo de la bebé, a quien sus padres bautizarían con el nombre de Daniela, una dulce criatura que era toda risa, llanto y luz.
Para ese entonces, la guerra arreciaba duro. Guerrilleros y paramilitares disputaban a muerte diversos territorios de Antioquia. Y Sabaletas, lejano corregimiento de Santa Bárbara, en el Suroeste, fue uno de los escenarios donde las balas empezaron a tronar en las noches y las madrugadas.
A las voces de "tan linda mi niña" que le decían al oído padres, abuelos y tíos, a Danielita también le tocaba escuchar disparos. La cosa se calentó en la Loma del Venado, pero don Julio y sus hijos resistían los embates de la confrontación. Nada debían, nada temían, era la consigna.
¡Claro! Vaya explíqueles eso a los actores de la guerra y verá lo que pasa. Lo supieron don Julio y su familia, que a mediados del 2002 no tuvieron más opción que huir. Lo hicieron luego de que una serie de asesinatos sacudiera a Sabaletas y sus veredas, pues el campesino puede oír disparos, pero ya cuando le toca ver cabezas mochas la cosa es diferente.
-La primera vez mataron a siete en la parte baja, después llegaron a Sabaletas, reunieron a la gente y en presencia de todos mataron a cuatro, y después decapitaron a otros en el morro de allá al frente como a las 5:00 de la mañana-, recuerda don Julio y señala el lugar.
Las balas, narra, se oían en todo el monte y hasta zumbaban cerca de los muros de la casa campesina. Los ojitos verdes de Daniela, por primera vez, se abrieron grandes, pero del susto.
Allí, entre cafetales y sembrados de plátano, yuca y naranjas, residían todos: Danielita y sus padres, su hermanita Katherine, en ese entonces de cinco años, sus 8 tíos y su abuelo. Era todo un familión el que estaba en peligro de caer en una guerra que no era propia, pues todos se ganaban el pan humildemente cultivando la tierra.
Y no quedó otra opción: había que salvarse, coger lo que se pudiera y, monte abajo, rodar con las ilusiones desechas. Diana, con el angelito en brazos, y en su mente todas las incertidumbres.
El sueño y la pobreza
Con muy poquitas cosas, pero la vida a salvo, el familión llegó a una pequeña casa de Santa Bárbara. Allí quedó el porvenir arrumado en tres piezas y la miseria acosando las vidas. No había trabajo, no había esperanza y el único salvador era un hermano de Diana que contribuyó con el pago del arriendo. Nada más. Sólo el amor de todos y los ojitos hermosos de Danielita para consolarse.
-Yo no resistí, no había ni qué comer y me volví pa'cá a trabajar-, cuenta ahora don Julio, 9 años después y sentado en la misma puerta de esa vieja casita de la Loma del Venado de la que un día se fueron todos. Gente amorosa y noble, campesina como la que más, que pagó con el desplazamiento el precio de vivir en una zona en disputa por los actores del conflicto.
-Él sufría mucho viéndonos así tan pobres y mejor se volvió a la finca-, cuenta Diana. La guerra mermó intensidad y el viejo pudo quedarse. Allí está hoy en lo suyo: cultivando la tierra.
Pero sus hijos y sus nietas nunca regresaron. Los ojitos de Danielita ya no alumbraron más los cafetales sino que se quedaron alegrando la vista de los habitantes de Santa Bárbara. Y el angelito empezó a tejer sus sueños.
Tal vez porque muchos la convencieron de que si Dios le había dado tanta belleza era por algo o a lo mejor porque ella misma se sintió muy hermosa o el mismo Dios le instaló la obsesión, Daniela empezó a alimentar el sueño de convertirse en modelo.
-Desde chiquita empezó con eso. Le decíamos que era linda y la gente la mimaba, pero nunca le hablamos de modelaje-, cuenta Diana, de la que heredó la verdura de sus ojos y mucha de esa belleza natural que tiene.
Y esa misma Diana que un día huyó monte abajo con su niña en brazos, es la misma que lleva más de seis años sacrificándolo todo por el sueño de su hijita.
Por su condición de desplazada, Acción Social empezó a hacerle a la familia una asignación mensual. Y créanlo, la mamá nunca se gastó el dinero. Ahorró cada peso, al principio para un proyecto de vivienda que nunca se llevó a efecto y luego, cuando vio fracasado el intento de la casa propia, cambió de plan.
-Guardé esa plata para pagarle el modelaje. Por acá ella no iba a darse a conocer ni estudiar y como eso es costoso, hice el sacrificio-.
Nadie podrá imaginar la felicidad de Danielita cuando su mamá le confirmó que podía entrar a una academia. Diana alcanzó a recoger algo más de dos millones de pesos y en noviembre pasado la niña empezó clases.
Fueron dos meses de dicha en los que la minibarbie conoció una pasarela, se codeó con niñas y jovencitas de la ciudad que soñaban lo mismo y aprendió sus primeras poses.
-Iba bien, pero en diciembre la agencia salió a vacaciones y cuando volvimos en enero ya habían cerrado, se robaron la plata de todas-.
El escollo no acabó ni con el sueño de Daniela ni con el apoyo incondicional de la mamá, que buscó y buscó y ubicó en el Parque Lleras a la agencia Stock Models, donde le recibieron a su hijita y hoy la alistan, cada sábado, para que un día sea una diosa de la pasarela.
Lo que las compañeras de Danielita no saben es que ella no llega a la academia de un barrio de Medellín ni que la llevan en carro o en moto y luego la recogen, como hacen con muchas. De la mano de doña Diana, la niña del cabello rubio, la nariz pulida y los ojitos verdes, arriba cansada y sudorosa, tras caminar más de veinte minutos desde la Terminal del Sur.
Lo hace a pie, porque ambas se vienen en bus desde Santa Bárbara con la plata precisa para el pasaje. No hay para un bus ni para taxi, tampoco para tomarse un refrigerio que calme la agonía para emprender, pasado el mediodía, el viaje de regreso al pueblo, también a pie hasta la terminal y luego en bus.
-Los pasajes se los da el papá, 20 mil pesos contados-, dice Diana. No hay pa'más. Daniela tampoco exige más. Su mente está puesta en las pasarelas y las revistas y todo lo demás es secundario.
-Quiero ser modelo porque me gusta y quiero ayudar a mi mamá con una casa, ella hace muchos sacrificios-, comenta Danielita; que no se queja del cansancio; que no reniega porque el viaje cada ocho días sea larguísimo desde Santa Bárbara hasta el Parque Lleras. Que tampoco pide ni un yogur.
Con sus ojitos verdes y su carita de Barbie, quiere conquistar la pasarela. Es todo. Este jueves estuvo en el cafetal de su abuelo, donde le mostraron sus raíces, y sólo expresó asombro. No se quejó porque tuvo que escalar el monte caminando durante más de media hora a pleno sol del mediodía, casi reventándose las piernitas. Allí abrazó a su abuelo, comió sancocho de gallina y posó feliz para la cámara.
Y no lo dice ella, pero sería lo más justo del mundo: Danielita merece una oportunidad. Un poquito por su desbordante belleza. Otro poquito por sus sacrificios. Y el otro, como un premio a esa madre que lo ha hecho todo por el sueño de su hijita.
Porque a veces, en casa, no hay ni para la comida, porque el jefe del hogar no vive con ellas. A veces tampoco hay para los servicios y el arriendo lo sigue pagando un hermano, "hasta que pueda, porque él tiene su propio hogar y es pobre como nosotras", advierte Diana.
Ese día, ella y sus angelitos -porque Katherine también es hermosa- podrían quedar en la calle a la piedad de Dios. Aún así, la familia se la juega toda. No hay nada en casa, pero está paga la cuota de la academia. Y se tienen los pasajes para el otro sábado.
-Dios todo lo puede y ahí nos va llevando-, se dice la mamá.
A este angelito que nació en un cafetal y que un día la guerra aventó a los sufrimientos del desplazamiento, la niña más bella que han visto mis ojos y que me hace imaginar que así era la actriz Nicole Kidman cuando estaba niña, ojalá una pasarela le recompense tantos sacrificios. La minibarbie del campo pide una oportunidad. Sólo eso.