Un país de inventores frustrados
COLOMBIA ES PAÍS de inventores. Pero la tramitología de las patentes y la falta de apoyo al talento criollo desmotivan a creadores.
En el ensamblaje del primer bus de dos pisos de tecnología criolla en 1985, Carlos Julio Vargas Mendosa, con ayuda de 20 muchachos voluntarios, tardó apenas seis meses. En cambio, en el trámite de la patente de este invento suyo ante la Superintendencia de Industria y Comercio se llevó seis años.
Carlos es uno de los inventores con más patentes en el país: tiene 51. Todas ellas para el transporte. Y ese tiempo de trámite, seis años, es uno de los factores que desmotivan a los inventores colombianos. Especialmente a los independientes.
Primero hablemos de él. Este hombre apenas sí estudió más que el legendario Thomas Alba Edison, el del bombillo: la primaria y unos años de bachillerato. Nació en Zetaquira, un pueblo boyacense, el 5 de abril de 1931.
De joven abrió una miscelánea y creía que en este apacible oficio se ganaría la vida por siempre. Sin embargo, dueño de un gran ingenio acompañado de la tendencia "a corregir lo que observaba mal hecho o perjudicial", su sino tenía que ser industrial.
Mantenía preocupado porque su pueblo no contaba con un automotor que llevara y trajera a sus habitantes hasta Miraflores, otro pueblo de Boyacá. Y no descansó hasta que pudo mandar a ensamblar uno en Bucaramanga. Al cabo de unos meses fue a la ensambladora, vio el trabajo y no quedó satisfecho con algunas partes. Planteó a los fabricantes sus puntos de vista y ellos hicieron las modificaciones respectivas.
Así fue familiarizándose con el tema de la creación... y con el del transporte.
En el tiempo de La Violencia "salimos 11 familias de Zetaquira. A los liberales nos llamaban Cachiporros, un apellido que no me gustaba. Ser desplazado es doloroso, pero llegamos a Bogotá, la ciudad para todos". En la capital siguió vinculado a la industria de carros. En 1959 fundó Carrocerías El Sol y Transportes Autosol. En la primera ha hecho 70 inventos. El bus de dos pisos y el hospital ambulante -con quirófano, sala de recuperación y todo- son los que resultan más asombrosos. También tiene ambulancias, portezuelas de cierre vertical...
Pero como casi todos los inventores, son muchas sus frustraciones. Ellos por el tema de las patentes, él por la falta de apoyo a la tecnología nacional. Su bus de dos pisos no fue aprobado por la alcaldía de Enrique Peñaloza para el proyecto de transmilenio. Éste, en su momento, fue citado al Congreso para explicar las razones de su rechazo. Y dijo que Carrocerías El Sol era una empresa pobre, caduca y proscrita y que prefería tecnologías extranjeras más seguras. En Ecuador le compraron algunas unidades de su tractobús de dos pisos.
Monopolio y copia
Esta triste historia es parecida a la que nos cuenta un inventor de Medellín. Jaime Ramírez. Él, un ingeniero electrónico que hace inventos sobre medida, como los sastres, dice que cuando estaba trabajando para un parque de atracciones científicas, había ingenieros que lo primero que hacían era voltear el aparato para ver dónde había sido hecho, para desdeñar lo colombiano.
Este paisa inventó la primera máquina para el recaudo de la cuota moderadora de una empresa prestadora de salud, en Bogotá. El usuario digitaba el número de la cédula y en pantalla aparecía lo que debía pagar. Metía billetes y monedas y la máquina le devolvía. "No faltaron viejitos que metieron el billetito de mil pesos por la ranura de los tiquetes y cuando iba a darle vuelta a la máquina, me lo encontraba allí".
Eso de que Jaime inventa sobre medida no es un invento. Luego de diseñar y ensamblar los primeros dispensadores de café y comestibles, a la empresa que fundó con su amigo Mauricio Serna, otro electrónico, llegaba, por ejemplo, un comerciante a decirle que uno de sus dispensadores lo estaban asaltando por la noche. Que los vigilantes de un sitio volteaban el aparato y, sacudiéndolo, vaciaban el contenido. Y ellos se quedaban algunos días pensando qué hacer. Al cabo, le proponían una alarma vinculada a su celular, el cual, en el momento del robo, sonaba y emitía el mensaje: «error 34» y con esto era suficiente para que el negociante volara hasta el lugar y cogiera en flagrancia a los pillos.
Nunca patentó un invento. Y ahora que se animó a hacerlo con uno, una máquina para la explotación minera, ¡se la copiaron! Como ya había matriculado el aparato en la Superintendencia, tenía el monopolio de su comercialización. Tenía contrato con una carbonera del Cesar con oficinas en Barranquilla. Venía suministrándole el equipo regularmente, hasta que, al cabo de unos meses no le volvieron a pedir ninguna. Llamó y le dijeron que otros proveedores estaban vendiendo más barato el mismo artefacto. "¡No es posible! -exclamó Jaime-. Yo tengo la patente y el derecho exclusivo de comercialización". Los dueños decidieron no seguir comprándole a ninguno de los dos, hasta que la situación se aclare. Ahí está a la espera de que se resuelva la demanda que interpuso para que le devuelvan su invento y el monopolio de su mercado.
Tercos, insistentes, con exceso de confianza en sí mismos, los inventores son dueños de un espíritu especial, pero se pierden en el laberinto de los trámites.