Histórico

Una nueva inteligencia

Se suprime el DAS, motivado, entre otras, por su propio descontrol, y queda el país a la espera de lo que será una nueva Agencia de Inteligencia, que sepa cumplir de verdad con sus funciones. Si ya de por sí la labor de los organismos de inteligencia es compleja, hacerlo dentro de la ley impone un compromiso ineludible. Los escándalos dejan un pésimo balance institucional.

07 de noviembre de 2011

Hacía énfasis nuestro editorial de ayer en la necesidad de la calidad institucional, pública y privada, para el desarrollo de un país. No sólo para la competitividad económica, sino para el cabal cumplimiento de toda una serie de normas que permiten la convivencia dentro de la mayor estabilidad democrática. A reglas claras, conductas limpias.

Luego de años de anuncios de muerte anticipada, el Gobierno al fin decidió suprimir el Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, la agencia estatal de inteligencia civil, cuyo creciente desprestigio ya no daba más de sí. La calidad institucional del ente había sido enjuiciada duramente por los propios Jefes de Estado. Y el aporte a la del resto del aparato estatal estaba totalmente manchado. Tantos escándalos pulverizaron sus éxitos.

Como servicio secreto con competencias en la lucha contra la delincuencia, su labor muchas veces pasaba forzosamente desapercibida. Muchas redes delincuenciales fueron desarticuladas mediante un buen trabajo. Pero como generador de información filtrada, no pudo autorregularse ni controlarse. Pasó la raya.

No ha sido fácil, para ninguna democracia contemporánea, la convivencia entre un orden constitucional diáfano y democrático, con la actuación de los servicios de inteligencia. La propia actividad de éstos, su operatividad, recopilación de información y acción encubierta las coloca muchas veces en los márgenes mismos de la legalidad.

Lo decía con especial crudeza un fiel representante del realismo cínico en la política, el expresidente español Felipe González. Refiriéndose a ciertas actuaciones del espionaje español, anotó: "Es legal y al mismo tiempo ilegal. Y eso no tiene arreglo (...) Los servicios de inteligencia, el espionaje, nos parece una tarea sucia. Y lo es". Esto lo dijo, exactamente, hace un año.

En el caso colombiano, el DAS tenía el agravante de tener que cumplir funciones dispares: desde protección a personalidades, o incluso a "lagartos" con ansias de figuración social, hasta el registro de emigración e inmigración. Desde las tareas de recolección de información para prevenir el delito, hasta operaciones de contenido político. Desde expedir el insólito "certificado judicial" hasta cumplir labores de policía judicial y criminalística.

Esta multiplicidad de objetivos fue señalada en el informe final de la Comisión de Reforma del DAS, entregado en marzo de 2006. Se recomendó en su momento que perviviera el DAS, pero desprendiéndose de funciones que no le correspondían a una agencia de inteligencia. Esto último se hizo ahora, pero liquidando la institución.

Y terminando la cuestionada entidad no se soluciona el problema. Se necesita, claro está, una entidad de inteligencia sólida, con vigorosa capacidad de recopilar y analizar información, válidamente obtenida mediante mecanismos escrupulosamente lícitos. No se puede iniciar un tortuoso camino de repetición de vicios, suficientemente conocidos por la opinión pública y condenados no sólo por su ilegalidad, sino incluso por su torpeza.

Queda por iniciar el cumplimiento de una verdadera política de inteligencia y contrainteligencia. Con toda clase de garantías y precauciones, que deberán ser cumplidas por la Agencia que para tal efecto se va a crear. Que, esperamos, cuente con mejor suerte que la entidad que ahora recibió tan lánguido y poco llorado entierro.