Una trepada hasta el Cristo de El Picacho
Desde lo alto, lo más alto de la zona noroccidental, el Cristo de El Picacho vigila la ciudad. Y la abraza.
Con sus manos extendidas, recién pintado de blanco, este monumento religioso montado en la cima de uno de los cerros más altos de Medellín, parece invitar a que lleguen hasta él, lo toquen, le recen unas oraciones y le pongan flores.
Y es lo que hace cada dos o tres meses don Jesús Libermand Puerta, un señor de sesenta años que lo tiene como lugar de peregrinación, para pagar promesas y, claro, para darse un baño ecológico en uno de los sitios más frescos del Valle de Aburrá.
Ayer subió con sus nietos Estiven y Santiago, de 14 y 15 años, a poner su ramillete y orar. Y curioso, luego de subir escalas más de veinte minutos desde el Doce de Octubre, no estaba exhausto ni cansado. Con sudor sí, pero muy fresco, bromeaba.
-Claro que le rezo, ¿usted no le reza al Cristo que lleva en el cuello?... esto es una maravilla, siempre subo y le pongo su ramo-, dijo.
A don Jesús le duele que tiren basura en las mangas y el camino, y pide que pongan canecas y un kiosco para que vendan mecato o gaseosa, que hace falta.
-Nosotros subimos a veces con el abuelo o los amigos, es el paseadero-, dijo Estiven.
Pero si Jesús llegó desde el Doce, don Manuel Rojas, de 82 años, se vino desde Villa Sofía, en Robledo, y el trayecto no le hizo ni cosquillas. Dicho en buen paisa, "se lamió la subida" junto a sus nietas Diana y Jacqueline, de 15 y 19 años, que sí llegaron con la lengua afuera.
-Noooo, eso no es nada, lo trepo desde niño, esto se volvió un paseadero, los miércoles y domingos es mucho el gentío-, relató don Manuel, que pese a su edad, rebosa de salud. Seguro sus subidas a El Picacho le han ayudado.
Pero también le preocupa la basura, porque la seguridad es total para quienes llegan en romería a este cerro tradicional de Medellín, restaurado por la Secretaría del Medio Ambiente, que lo dotó con señales, escalas y barandas que se conservan bien.
El vigía
Como espacio respetable, El Picacho tiene su vigía. Se llama John Jaime Bolívar, tiene 54 años, y toda su vida ha estado radicado en la casa donde empieza la loma para llegar hasta el Cristo.
Él es quien motila la maleza, recoge la basura, cuida las motos y carros de las familias y turistas y en diciembre, de su bolsillo, sacó plata para pintar el monumento.
-Un gringo me regaló 20 dólares, me dijo 'pintando, pintando', y sacó el billete-.
Pero a John se le atravesó una piedra, un vecino de la Acción Comunal que le hizo quitar un kiosco donde vendía gaseosa y agua y le quiere impedir que cuide carros.
-No sé, la cogió conmigo, yo quiero aportar, ayudar a que esto esté limpio y que la gente lo disfrute. Ojalá la Alcaldía me ponga un módulo y yo mantengo esto lindo-.
Es su promesa. Ayer subimos de sorpresa a este lugar revitalizado por el turismo y los paseos de olla y lo vimos, machete en mano, cortando maleza. La verdad, se merece la oportunidad.
Con El Picacho, Medellín se ganó otro espacio de ciudad y la gente de acá y la que llega de afuera, se lo está gozando de lo lindo. Lo comprobamos ayer.