Van 20 años Al pie de la letra
La librería de Gloria y Blanca Melo sumó dos décadas en la ciudad. Una idea que sigue creyendo en los libros.
Al pie de la letra era antes otra librería, con otro nombre, con otros dueños, con otras ideas. La iban a cerrar, pero antes de que se le llevaran los libros y fuera solo local, Gloria Melo, que era economista -ahora es más librera, que economista-, fue a ver y, como le dijo el hermano de la idea, Moisés, a hacer cuentas.
Las cuentas dieron para diez socios. Quizá dos menos. Gloria no fue socia desde el principio, aunque le dijeron que la administrara, y eso que nunca había administrado una librería. Los libros estaban ahí, por herencia familiar.
—Todos hemos trabajado con libros. Moisés estaba trabajando en una editorial. En mi casa siempre había libros.
Al pie de la letra fue el nombre, después de un concurso de muchas palabras. Pensaron en eso que dicen tanto, estudiar al pie de la letra. Les gustó. Era 1993. Han pasado 20 años.
La historia empezó pronto, con una librería en Oviedo y otra en Bogotá. Tres lugares, un nombre. En el 98 hubo una crisis. Pensaron que sería el momento de cerrar.
—Es que librerías desde lejos no funcionan —dice Gloria.
—A no ser que uno sea esclavista —interrumpe Blanca, la otra hermana, la otra dueña.
Cerraron Bogotá, después Oviedo y se quedaron con la de siempre, la de Brasilia, ahí por Suramericana, la librería que antes también fue otra librería, como si el local quisiera serlo siempre. Entonces solo fueron cuatro socios, Moisés, la esposa, Blanca y Gloria, hasta hace cuatro años, que ellas dos son las dueñas. Las dos que siempre están entre todos esos libros, como se los imaginaron desde el principio.
—Mi hermano era el que más sabía de librerías —cuenta Gloria—. Queríamos una muy distinta a la que vende solo bestsellers. No es el libro que todos venden, sino libros muy buenos, para todos. Una librería en la que se encuentren buenos libros.
Por supuesto venden de todo, porque hay que hacerlo, pero están esos libros no tan comunes, más especializados, muy ilustrados, muy especiales.
Entre los libros, Gloria y Blanca, y también Patricia García, que llegó un año después de que se abrió Al pie de la letra.
—Nosotros somos una familia —comenta Patricia.
—Ella es la que manda aquí —se ríe Gloria.
—Somos toderos. Si hay que trapear, trapeamos. A veces llaman por teléfono a preguntar por el contador. Todos tenemos todos los puestos. Es el que conteste —explica Gloria.
Blanca es historiadora. Ahora también, con Gloria, librera. Libreras, no porque se lean todos los libros. Sería imposible. Más por esa posibilidad de saber qué libros hay, recomendar, ayudar a elegir e, incluso, dejar en silencio a ese lector que quiere buscar en solitario. En ese sentido, precisa Gloria, en el de guiar, es que son libreras.
—Cultivamos los clientes. Uno les recomienda qué puede ser bueno. Les preguntamos qué han leído y qué les gusta. Después vuelven, dando las gracias. Incluso cuando son muy clientes, les decimos, no te llevés eso que no es bueno.
Van sumando amigos, como los que se reúnen los viernes, sin falta, en el murito del lado, a conversar. Van sumando historias, como la de esa familia de campesinos que cuando venían al médico, no perdonaban visita o, como Mariana, la niña de un año que, al pie de la letra, no ha faltado a la cita con librería y entra derecho a la sección de niños. Historias que empezaron esa vez, cuando abrieron las primeras cajas con libros. Eran de la editorial Norma, con libros de García Márquez.
—A veces nos preguntábamos, dice Gloria, hasta cuándo vamos a durar y decíamos, hay que esperar que se jubile Patricia. Ya se jubiló. Ya vamos a esperar que se jubile Oswaldo (el mensajero, que no tiene más de 40).
Se ríen. Sentado en una banca, al lado de la mesa de recomendados de vacaciones del profesor Jorge Echavarría, Oswaldo dice: — No creo que cierren. A la librería la quieren mucho —