Histórico

Vendrán tiempos peores

04 de octubre de 2008

Será el mediocre consuelo que nos quede, saber que los días más difíciles apenas están por llegar. Pero si no se trata de buscar consuelos, sino soluciones, convendrá tomar en serio lo que nos pasa y buscarle salidas a la crisis que nos asedia.

Lo que se llama el entorno internacional se nos ha dañado sensiblemente. Tendremos en nuestra contra un factor que nos ayudó notablemente y nos permitió licencias que no debimos tomar y nos arregló el mal caminar que traíamos. O al menos creímos en esos arreglos y nos entregamos a las virtudes taumatúrgicas del favorable ambiente en que nos movíamos.

Al menos por un tiempo no volverán ciertas amables golondrinas. Los capitales ávidos de las oportunidades que les concedíamos. Los créditos generosos, en cantidades indefinidas y a costos mínimos. Los compradores dispuestos a llevarse toda nuestra oferta, suplicando que la ampliáramos. Los dólares que llovían del cielo y que arreglaban el déficit de una cuenta corriente peligrosamente negativa. La inflación controlada con divisas siempre baratas, que nos permitían ahogar los brotes internos de indisciplina. En fin, las maravillas de un mundo en expansión permanente, en holgura sostenida, en equilibrio casi perfecto, todo se ha ido de vacaciones. Y nos hemos quedado con los problemas que no quisimos o no pudimos resolver cuando todo estuvo favorable. Y no solo eso. Ahora tendremos que manejar, con sacrificios enormes, nuestras propias culpas y llevar a cuestas el peso nada ligero de una situación internacional amenazante, inestable, tensa y de corto o de ningún crecimiento.

Es el momento de los grandes esfuerzos, de la disciplina, de la austeridad y la solidaridad. Ninguno de estos frutos se da silvestre, sino laboriosamente cultivado. Y para ese gran desafío, digámoslo con franqueza, no andamos bien equipados.

Preocupa que la bonanza nos haya dejado mal acostumbrados. Que estemos convencidos de que los problemas se resuelven solos y que podemos gastar con comodidad, invertir sin juicio, ahorrar sin sacrificio y comportarnos como los riquitos que aparentamos fuimos durante años felices. Tendrá que ser con sangre, sudor y lágrimas como sostengamos un nivel de crecimiento decente. Cuando al Banco de la República se le ocurrió excesivo crecer al 9% y guardar para días duros, ahora veremos lo que hará cuando nos cueste alcanzar un modesto 3 o 3.5%. Cuando el Gobierno se vea ante la alternativa de limitar gastos o inversiones, o endeudarnos para hacerlos, será la ocasión de descubrir si prefiere la costosa disciplina o la demagogia barata. Y cuando sepamos lo que es ganar un puesto de trabajo, recordaremos con nostalgia estos años en los que aumentaban tenazmente, casi por arte de magia. Cuando tengamos que sufrir por ganar un mercado, o todavía peor, para defender a dentelladas el que hayamos conseguido con harta pena, recordaremos aquellas épocas en que nos dábamos el lujo de cambiar exportaciones por capitales golondrinas.

Nunca será tan urgente una política alta, noble, valerosa. Nunca más necesario un Presidente consagrado a la alta gerencia de los asuntos públicos. Nunca más imprescindible un Congreso sensato, integrado por los mejores colombianos, consagrado al servicio de la Nación, sin escatimar esfuerzos personales. Nunca más apremiantes unas instituciones judiciales que remen a favor de los mejores intereses de la República, y no al amor de sus pequeñas pasiones. Nunca más a propósito partidos aguerridos y ordenados, alejados de la politiquería y el clientelismo que suprimen las energías colectivas o las disuelven entre las miasmas de esas corruptelas.

Y es ahí, exactamente, donde el ánimo vacila y no caben los mejores vaticinios. La alta política no se deja ver en parte alguna. Los dirigentes para horas tan solemnes no se dibujan en el horizonte y en lugar de partidos tenemos montoneras ocasionales sin cohesión, sin ideas, sin capacidad de lucha. Dios permita que estemos del todo equivocados. O casi del todo.