Víctima de los errores del alto gobierno
Entiendo la molestia profunda en que está el alcalde de Medellín Alonso Salazar ante las intrigas y ataques de que ha sido objeto en las últimas semanas. Al contrario de lo que se piensa en algunos círculos de opinión no ha sido el Alcalde quien se ha buscado estos problema y las respuestas que ha dado a sus detractores han sido especialmente mesuradas. Ni comparación tienen sus declaraciones con las que salen del Palacio de Nariño cuando se presentan episodios de esta naturaleza.
¿De qué tamaño es la injusticia que se está cometiendo con el Alcalde? La afrenta es especialmente dolorosa si se piensa en la condición humana de Salazar y en los grandes esfuerzos que hizo la anterior administración por contribuir al proceso de paz con las autodefensas.
Alonso Salazar es ante todo un intelectual y un escritor que ha dedicado buena parte de su vida a estudiar la tragedia innombrable que ha vivido Medellín y su juventud desde mediados de los años ochenta. Animado por un humanismo genuino ha clamado por la superación de la violencia en una ciudad asediada por la criminalidad y el conflicto violento.
Fue eso lo que lo llevó a la política. Sin más recursos que su producción intelectual intentó varias veces, sin lograrlo, acceder a puestos de representación hasta que felizmente se encontró con Sergio Fajardo, venido también de la reflexión académica y absolutamente comprometido con la idea de cambiar las costumbres políticas, y ganaron la alcaldía de Medellín para sorpresa de todo el mundo.
Se llenaron de ilusión cuando se inició el proceso de paz con las autodefensas. No era para menos, habían soñado siempre con un proceso de reconciliación para la ciudad y el gobierno nacional anunciaba por fin la posibilidad de dar un paso serio en esa dirección. Sergio desde la alcaldía y Alonso desde la secretaría de gobierno acompañaron al presidente Uribe y al Alto Comisionado de Paz en ese proceso con un fervor que no tuvieron otros mandatarios locales.
A pesar de que sabían que no eran ellos quienes controlaban las negociaciones ni el proceso de reingreso a la vida civil de los paramilitares dedicaron enormes esfuerzos humanos y materiales para que saliera adelante un verdadero proyecto de desarme, desmovilización y reinserción de todas las fuerzas narcotraficantes y paramilitares.
Pero el proceso de paz saltó hecho trizas porque se había diseñado mal desde el alto gobierno. En la mesa de negociaciones no se abordó ni la entrega de las rutas y redes de narcotráfico; ni la disolución de las alianzas entre paramilitares, dirigentes políticos, líderes empresariales y miembros de la fuerza pública; ni el control de territorios y poblaciones. Solamente se procedió a la desmovilización de los aparatos armados visibles y el resto se lo dejó a la aplicación de la ley de justicia y paz.
Buena parte del poder de narcotraficantes y paramilitares quedó intacto. El forcejeo que no se dio en la mesa de negociaciones se trasladó al momento de la reinserción. Lo que se ha visto en Antioquia es la manifestación de ese poder subrepticio que había quedado en manos de mandos medios o de personas que tenían una gran jefatura pero no eran visibles ante la opinión. Las tramoyas de los políticos descubiertos en sus alianzas con los paramilitares. También el coletazo de quienes fueron extraditados.
Metido en semejante berenjenal el alcalde Salazar ha empezado a hacer valer la legalidad, a buscar salvar lo que queda del naufragio de la paz con los paramilitares, a denunciar a quienes le fallan al proceso, a destapar contubernios, a concentrar sus esfuerzos en la atención a las víctimas que dejó el conflicto. La respuesta no se ha hecho esperar. La arremetida ha sido dura y concertada. Quieren forzar a la alcaldía a un régimen de complicidades como la que se instauró en tiempos pasados en la ciudad.
El descaro mayor ha venido de funcionaros nacionales que tuvieron gran responsabilidad en la negociación con los paramilitares y que ahora se atreven a señalar a Fajardo y a Salazar de condescendiente con los jefes de las autodefensas. ¡No hay derecho!