Víctor Renán Barco
Murió en Manizales el senador Víctor Renán Barco. Tenía 82 años y probablemente la mitad de su vida la había pasado en el Congreso. Era el decano del cuerpo congresional de Colombia.
Tenía un estilo muy peculiar de hacer la política. Él mismo dijo alguna vez que era "manzanillo en la Dorada y estadista en Bogotá". Quienes lo conocimos en esta última condición podemos dar fe que esto -al menos en lo que se refería a su trabajo en Bogotá- era rigurosamente exacto.
No hubo reforma tributaria o ley de contenido económico importante que hubiera pasado por el Congreso durante las últimas décadas en la que la participación de Víctor Renán Barco no hubiera resultado decisiva. Siempre enriquecía las iniciativas con ideas propias. Y a menudo era quien las hacía políticamente viables.
El presidente Belisario Betancur acostumbra recordar, por ejemplo, que quien desempantanó -durante su gobierno- la que es probablemente la más importante reforma institucional del país en materias fiscales del último medio siglo, la implantación del IVA, fue el senador Renán Barco.
No fue antigobiernista. Pero siempre fue independiente frente a los diversos gobiernos, que naturalmente acostumbraban tenerlo en muy alta consideración.
Manejaba una vasta erudición sobre temas económicos y gozaba de una envidiable memoria cuando de recapitular antecedentes económicos se trataba. Su trabajo parlamentario se desenvolvía dentro de un aparente desorden que era instantáneamente ordenado por su prodigiosa memoria sobre la historia de los acontecimientos económicos del país.
Y lo hacía sin alardes, sin estridencias, casi con modestia.
Quienes frecuentamos los sectores académicos en Bogota encontrábamos a menudo- y con sorpresa -al senador Víctor Renán en los seminarios organizados por las universidades capitalinas. Pero no como conferencista: como estudiante aplicado.
Siempre participó con discreción pero con inmensa eficacia en los trabajos de la comisión III del Senado (de la que fue miembro vitalicio), y en la redacción de las reformas fiscales que se hicieron durante las últimas tres o cuatro décadas. Fue también un municipalista visceral que defendía a capa y espada los intereses de lo local frente a la voracidad del gobierno central. Su autoridad y ascendencia en el Congreso era innegable.
Tenía un estilo discreto para ejercer su influencia. Le gustaba el tono menor. No recuerdo haberlo visto nunca participando en los grandes debates de relumbrón y de cámaras de televisión. Fue un congresista más de comisión que de plenaria.
Pero siempre estaba en primera línea con la tarea bien hecha (es decir, con los proyectos de ley esmeradamente estudiados y con la lectura de las ponencias hecha a conciencia), cosa que no es frecuente hoy en día entre los parlamentarios que son más dados al show que al estudio.
Alguna vez que le ofrecieron la presidencia del Senado contestó con un chascarrillo muy suyo: "no tengo ropa para puesto tan importante", dijo; y no aceptó esa posición por la cual se destrozan a dentelladas los aspirantes hoy en día.
Quienes hemos ocupado en los últimos años la cartera de Hacienda, todos -estoy seguro- guardamos una amable y agradecida memoria del senador Barco. Colaboró con los diversos gobiernos con independencia y sin zalamerías para que el país se diera unas instituciones económicas modernas.
Detrás de una aparente personalidad hosca se escondía un ser humano amable y cooperativo; con una gran capacidad de estudio; con el don del consejo; con un humor socarrón de estirpe volteriana sobre la política colombiana; y siempre independiente y con criterios propios.
En las materias de legislación económica siempre buscó acertar, y ayudar a que los gobiernos acertaran para alcanzar los mejores intereses del país.