Voces y acentos del Magdalena
La casa de Óscar Yesid es un ejemplo de lo que es Puerto Triunfo. Él es un paisa sonsoneño, a quien lo le puede faltar la mazamorra; su esposa, Aleida, oriunda de Fresno, aprovecha cualquier ocasión para preparar tamales tolimenses, y sus hijos, los únicos nacidos en este pueblo situado a la orilla del Río Grande de la Magdalena, no desprecian un arroz con blanquillo, un pez que abunda en esas aguas y es apetecido por su gusto jugoso.
Y en asuntos de música es la misma cosa: el paisa no cambia la música popular, la de Darío Gómez, el Charrito Negro, Arelis Henao, canciones que hablan de amores difíciles; ella, prefiere la música de cuerda y los vallenatos, en tanto que los muchachos, ah, los muchachos se deciden por el reguetón.
Aleida se refiere a sus hijos como guámbitos, una expresión propia de su departamento, y Óscar, para mencionarlos, dice los pelaos. Ellos, por su parte, para hablar de sus padres hablan de los viejos o los cuchos.
Es que en Puerto Triunfo, así como en los demás municipios de la ribera Magdalena, Puerto Nare, Yondó, Puerto Berrío, en Antioquia, y también los de otros departamentos como Boyacá, Caldas, Tolima, Cundinamarca, los acentos y las expresiones son de diversas zonas del país. El más importante de los ríos colombianos es un corredor por el que transitan con facilidad y en cantidades inverosímiles, habitantes de la Costa Caribe, como el Cesar. Bolívar y Magdalena, así como de esos del centro y del sur del país. Y este fenómeno no es nuevo: así ha sido desde hace cien años. En los últimos dos, cuenta Edison Rivera, un porteño dedicado a vender El Colombiano, ha llegado un grupo importante de chocoanos: son profesores de los colegios zonales.
—En Puerto Triunfo, las personas mayores de cuarenta años no nacieron aquí —menciona el voceador—. Vinieron de otras regiones. Del Viejo Caldas hay muchos. Especialmente de Manzanares, Samaná, Marquetalia. Por eso hay tantas personas que te dicen: “Hola, vecino”, “Hola, vecina”.
—Ah, pero yo tengo una amiga que no me rebaja el “su merced” —interviene Graciela, una mujer de sesenta y dos años que pasa de prisa bajo el inclemente Sol del mediodía como si temiera que el astro fuera capaz de asarla si se detuviera un poco, pero que termina aceptando la invitación a quedarse a charlar con Edison, no sin antes decidir cuál de las sombras de los árboles de la cancha de baloncesto es más tupida para ubicarse bajo su protección.
—Ah, ya sé. Es que ella es del altiplano. ¿Y usted de donde vino, Graciela?
—Yo soy nacida y criada en Victoria, Caldas.
—¿No le digo? Del Viejo Caldas.
—Cuando nos vinimos, aquí las casas no tenían acueducto. La gente cargaba agua del río. Y había que alumbrarse con puras velas.
—A ese punto del río le decían mana. Seneida Rivera contaba que había un mohan que se robaba a las mujeres.
—Yo no sé nada del mohán. Me acuerdo que hablaban era de un duende muy juguetón que escondía la ropa que lavaban allí las muchachas. ¿Fue a Pelusa o a un hijo de Crispín al que se llevó el duende? Parece que una agüela (sic), a punta de rezos logró vencerlo. El duende, cuando no pudo más, lo dejó por ahí tirado en un zarzal y le dijo: “¡Agradezca que lo dejo por las oraciones de la mama!
—Me contó Seneida Rivera que al mohán, los pescadores tenían que dejarle tabaco y aguardiente en una piedra para que los dejara pescar tranquilos.
—Y seguro que se fumaba los cigarros y se tomaba los tragos porque al fin y al cabo eso es una persona. Una persona muy mala...
Las voces del Magdalena
Dos hombres llegan a la cancha de baloncesto de Puerto Triunfo. Uno de ellos es un tipo menudo y trigueño; el otro, macizo y curtido por la intemperie. El primero es un gaitero, profesor de música en la Casa de la Cultura; el segundo, un pescador. Deciden que quieren ir al arenero, junto a un brazo del río, a menos de doscientos metros de allí, y echan a andar.
—El folklor de Puerto es una mezcla del costeño, el antioqueño y el del interior. La música de cuerda venía por carrilera; la cumbia y los ritmos costeños subieron por el río. Casi no venían sonidos de Antioquia, pero ahora con puente y autopista... Aquí hay muchas personas de Bolívar y de Berrío y de Barranca...
—El río ha unido las costumbres de los pueblos. Unos vienen subiendo; otros vienen bajando; muchos de esos se quedan aquí por un tiempo largo, y algunos echan raíces.
Ninguno de los dos es porteño. El gaitero es de un pueblo vecino, también ribereño; el pescador es tolimense. Este cuenta que su padre no era pescador, pero, al llegar a Puerto Triunfo y ver tantos peces, dijo: “Aquí está el buen vivir”. Y echó raíces.
En el arenero, una amplia playa hecha de bancos de arena que algunos arrieros aprovechan para extraer el material para las construcciones, está al lado de un brazo del río Magdalena. El cuerpo principal del afluente pasa a unos quinientos metros de este sitio.
—En otros tiempos, el río llegaba hasta estos bancos de arena —comenta el músico—. Me acuerdo que yo aprendí a nadar, tirándome en clavados desde ese mirador.
—Así es. El agua oficial del río cubría todo esto. Pero puede volver. ¿Usted no ha oído decir que el río vuelve por lo que deja?
El músico habla de una gaita que le compuso al río y a los pescadores y a los campesinos que cultivan la tierra en las islas del afluente.
—Esas cosas me sirvieron de inspiración. “Mi Yuma” es el título de mi canto. Yuma era el nombre que le daban al río los indígenas kumanday. Por eso también mi grupo se llama Tambores del Yuma —habla y luego canta a capela, acompañado con el sonido del viento, de los pájaros y del que producen arrieros y caballos al caminar por ese terreno lacustre:
Desde tu cabeza
hasta la punta de los pies
corren por tus aguas
la alegría y el placer.
—A los pescadores nos azotan los mosquitos. Este que hay ahora no es nada al lado del piojo’e burro y el pipón que salen por la noche. ¡Epa!