Murieron envenenadas un millón de abejas de un antiguo apiario en Antioquia; ¿será otra matanza sin responsables?
Ocurrió en una finca del Suroeste. Las abejas descendían de las primeras colmenas productoras en el país. Afectados piden parar matanza y alertan por grave impacto.
Periodista. Cubro temas de medio ambiente.
Otra matanza de abejas ocurrió en Colombia, otro avance ignorado hacia la catástrofe ambiental inevitable que vendría tras su desaparición y de la cual no saldría nadie ni nada indemne.
Sucedió en el municipio de Andes, en la vereda La Chaparrala. Pero esta vez, además de la injustificable mortandad, se trató de un grave arrasamiento biológico, la destrucción de parte de una extensa historia familiar y un enorme daño cultural y para la educación ambiental.
Un millón de abejas que hacían parte de la histórica finca productora de la familia Rojas murieron casi de manera fulminante; las últimas de estas, lograron en su agonía hacer su última danza complicada, una inteligencia perfeccionada a lo largo de 120 millones de años con la cual dominaron y comprendieron el planeta con su lenguaje y matemáticas. Fue un último gesto instintivo que Anderson y su esposa Luisa grabaron entre lágrimas y en el que, tal vez, las moribundas abejas señalaban el lugar desde donde les llegó la muerte.
La finca apicultora de los Rojas comenzó a dar miel en 1938, desde entonces cinco generaciones han mantenido este oficio que se encarga, básicamente, de mantener vivas a las especies que garantizan que el planeta siga vivo. Anderson y su esposa decidieron ponerle su sello al negocio familiar, y además de la producción de miel, decidieron hacer un ambicioso proyecto de educación ambiental que se apoyó en el turismo para enseñar lo que todas las personas deberían saber y la mayoría desconoce: sin abejas no es posible la vida en este planeta.
Así nació el tour de las abejas hace ocho años y ahora es una de las actividades referentes en la oferta turística del vecino municipio de Jardín. Con esa finca de experiencias, la familia Rojas ha logrado enseñarle a miles de personas, entre otras cosas, que la producción de miel es muy diferente a cómo se la imagina todo el mundo. Ellos, por ejemplo, solo producen 20 kilos al año por colmena, una producción reducida y cualificada, que delata la cantidad de supuesta miel que existe en el mercado. La miel, advierte Anderson, es el tercer alimento más falsificado en el mundo después de la leche y el aceite de oliva. Cuando ese dato cae como plomo sobre los visitantes del tour, los Rojas aguardan la pregunta inevitable para mostrarles la importancia de esos insectos que vuelan a su alrededor y la dimensión del potencial desastre.
Los abuelos de Anderson, hace casi 90 años, producían 120 kilos por colmena al año y sacaban producción cada dos meses. Las abejas no han dejado de trabajar incansablemente, lo que están dejando es de existir. Aparecen en esa fórmula del desastre los monocultivos, el uso de agroquímicos y la deforestación.
Solo hasta 2021 habían muerto 176.000 colmenas en Colombia. Los análisis, lentos y burocráticos, han apuntado hacia el uso de cientos de agroquímicos como detonante de la matanza inacabable.
En 2023, el Instituto Colombiano Agropecuario prohibió el uso de fipronil, un pesticida usado indiscriminadamente en cientos de cultivos, sobre todo en los monocultivos que se expanden por miles de hectáreas cada año: aguacate, café, cítricos y pasifloras. Su responsabilidad en la matanza de abejas está comprobada. Pero los hechos mostraron que el mero anuncio no era suficiente. Antes de esta decisión, el país había prohibido el uso de 195 agroquímicos, pero investigaciones de universidades y de los propios apilcultores han encontrado en los últimos diez años que muchos se siguen usando, incluso el propio fipronil, camuflado en 15 moléculas que siguen envenenando suelos y ambiente. Las mismas investigaciones publicadas en 2021 demostraron que al menos 14 tipos de neonicotinoides, insecticidas sintéticos y neurotóxicos, seguían ampliamente presentes en el país, hasta para tratamientos de mascotas.
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La omisión para controlar esas moléculas llevó al Estado a enfrentarse a una demanda de $700.000 millones por la muerte documentada de casi 9.000 millones de abejas. Alrededor de la finca de los Rojas, donde ocurrió la matanza, hay extensiones de café. Según el Instituto Humboldt, el 12% de todas las especies de abejas en el país se encontraban en los Andes, y en esa región, el Suroeste fue un histórico santuario de abejas nativas, pero ahora hay municipios como Támesis o Valparaíso donde los polinizadores entraron en franca desaparición.
Este panorama, para una familia de apicultores como los Rojas, significa que el cerco se cierra con desesperanza. Hace cuatro años perdieron otro millón y medio de abejas, también muertas por envenenamiento.
Además de mantener una de las primeras colmenas productoras del país, que logró renovar su población cada seis semanas a lo largo de casi nueve décadas, los Rojas tienen uno de los santuarios de abejas nativas más importantes de Colombia en el que conservan 21 especies como la angelita, la paratrigonas, la nannotrigonas, partamonas, fulviventris, meliponas migrenses (como la que apareció por primera vez en Medellín hace dos meses) y la boca de sapo, todas recuperadas pacientemente en miles de rescates en varios municipios por décadas y que, aunque no poseen aguijón ni la fama de las apis melliferas que producen principalmente la miel, cumplen, según explica Anderson, roles en los ecosistemas fundamentales, pues son responsables de polinizar el 80% de las plantas que crecen en el planeta y de activar la cadena natural que permite la producción del 70% de los alimentos. Esta meliponicultura ha sido fundamental para rescatar del olvido a especies nativas de meliponas nativas que se presumen en amenaza de extinción por la pérdida de su hábitat para la expansión de prados para ganado y monocultivos.
Pero, además de todo esto, también poseen un banco genético enorme en el que han logrado mejorar el fenotipo de las productoras de miel para hacerlas menos agresivas, más activas, más resistentes a enfermedades. Todo ese trabajo, esa riqueza biológica, ese esfuerzo de conservación está cada vez más en riesgo, y ahora la familia lo que exige es que por fin este tipo de matanzas en todo el país dejen de ser paisaje y empiecen a haber sanciones a los responsables.
Ahora al ICA, apunta el productor, hará los análisis para concluir qué arrasó con 15 de las colmenas más antiguas del país, con más de 60 años. “¿Hasta cuándo va a seguir esta matanza? ¿Quién va asumir la responsabilidad de este desastre?”, demanda Anderson.