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La migrante paisa que hace política en EE.UU.

Catalina Cruz partió hace 26 años en busca del sueño americano, pero se dio cuenta de que este no existe.

Periodista egresada de la facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana.

02 de enero de 2019

Mientras Catalina Cruz cuenta su historia de migrante colombiana en Nueva York se le nota su ascendencia paisa. 26 años en Estados Unidos no arrebataron de su voz el acento que aprendió cuando era niña caminando entre las calles del barrio Guayabal, en la casa de su mamá, y en el municipio de Itagüí, en la casa de su papá. De él, un hombre que fue sindicalista de Sofasa y que siempre quiso ser político o abogado, heredó las ganas de trabajar por el pueblo. Y de ella, una enfermera del Pablo Tobón Uribe que migró en medio de la época más cruda de la guerra contra el narcotráfico en busca de ese sueño americano, la verraquera de enfrentarse a todo con tal de salir adelante.

Cruz tenía nueve años cuando su familia partió rumbo a Estados Unidos. Fue un 7 de noviembre de 1992 cuando dejó atrás su época de estudiante del Colegio Santo Ángel y el Instituto Ferrini para hacer su vida en Queens, distrito de Nueva York. En sus maletas solo iban sueños porque viajaba sin papeles, entender inglés o tener algún familiar que los recibiera. De esos 26 años, 13 estuvo indocumentada y después de volver a casa un par de veces, esta Navidad vivió el regreso más pleno de todos tras convertirse en asambleísta por el distrito 39 de Nueva York. A partir de este mes, la política estadounidense tiene una paisa dentro de sus fichas que tiene como objetivo crear mejores oportunidades para la comunidad migrante y los trabajadores.

Catalina partió tras un sueño, pero en el camino fue denigrada, tuvo que luchar para sobrevivir y conoció el lado difícil de la vida en Estados Unidos. “Ese sueño americano que toda la gente pinta no existe. En ese sueño no te humillan, no te tratan como si fueras menos porque no tienes un papel. A mí me tocó muy duro”.

Al no tener papeles, su mamá tenía que aceptar cualquier trabajo que le ofrecieran: fue empleada doméstica, niñera, repartió volantes en las calles, vendió empanadas y tamales, todo “lo que se le atravesara” para poder sobrevivir. En sus intentos por regularizar su situación, un abogado le robó tres mil dólares (lo que ahora son alrededor de nueve millones de pesos) prometiendo que la haría ciudadana estadounidense: no cumplió, se llevó su dinero y Catalina creció con ese miedo que tienen muchos latinos de su distrito, una comunidad de población migrante: ser deportados.

Llegó el momento de ir a la universidad y tenía el sueño de estar en el servicio público: “Imagínate yo, sin papeles, y quería ser policía”. En Nueva York los indocumentados pueden estudiar en instituciones públicas, pero no tienen ningún tipo de beneficio económico por parte del estado y tienen que suplir la totalidad de los gastos. Entonces, a punta de trabajo su mamá le dio el dinero para el primer semestre de la universidad. Con dos empleos al tiempo, trabajando hasta cuarenta horas a la semana para pagar el semestre y ayudar en los gastos de la casa, Catalina consiguió graduarse como psicóloga forense.

El tan anhelado “papelito” que la reconocería como ciudadana estadounidense llegó a los 22 años, cuando se casó con su novio de la adolescencia. Un abogado le ayudó con su caso, dejó de ser una indocumentada y de esta forma pudo pedir la regularización de su mamá. “Vi ese poder de tener un título de abogada porque fue un jurista quien me hizo el caso gratuitamente y me ayudó a cambiar mi vida, la de mi mamá y la de mi abuelo en Medellín sin siquiera conocerlo porque tener una residencia, una ciudadanía, me da la posibilidad de ayudar a la gente”. Y fue ese abogado el que la inspiró a estudiar derecho con especialización en asuntos laborales y de migración, su segundo pregrado. Quería replicar lo que él hizo con ella.

Trump: el temor latino

Hay un secreto de familia entre los migrantes latinos: haber crecido indocumentada. Esa historia Catalina no se la había contado a nadie que no fuera de su hogar en los tantos trabajos que tuvo como abogada para personas de bajos recursos cuyos caseros querían desalojarlos de sus casas, en el Departamento de Labor del Estado de Nueva York o con funcionarios públicos. “Crecemos de una forma en que eso no se cuenta fuera de la casa porque nunca sabes quién lo utilizará en tu contra. Es el secreto familiar”. Pero en noviembre de 2015, cuando Donald Trump se convirtió en presidente de Estados Unidos, su vida cambió.

En su oficina la tristeza era un sentimiento compartido entre los trabajadores latinos y ella, la mujer que había trabajado durante más de una década por aquellos que buscaron el sueño americano y se encontraron con una sociedad cruel con el extranjero, se sentía inútil. “Empezamos a hablar de nuestras historias. Le conté a alguien que había crecido indocumentada y para mi sorpresa me dijo que también lo había hecho. Era una joven brasileña que trabajó para Hillary Clinton”. Entonces, se dio cuenta de que los migrantes en Estados Unidos están en todas partes y confirmó que el país se construyó a partir del trabajo de estos.

Que la presidencia de Trump sería sinónimo de inestabilidad para la población foránea se confirmó en septiembre de 2017, cuando su secretario de Justicia, Jeff Sessions, anunció la cancelación del DACA, programa que había creado Barack Obama en 2012 con el fin de beneficiar a personas no documentadas que llegaron como niños al país y que contaban con cierto nivel educativo. En esos días Catalina estaba en Colombia, vio la noticia por televisión y estalló en llanto. De nuevo, se sentía inútil.

El triunfo de Catalina Cruz

Al regresar el que era asambleísta en el puesto que ahora es suyo pasó a ser concejal y quedó la vacante. Su mamá le decía que no había sufrido tanto para que ella se sintiera inútil. Entonces, se lanzó a la política para conseguir ese puesto como representante del distrito 39 de Nueva York y fue así como terminó repartiendo volantes junto a su madre en esas mismas calles donde ella tuvo que repartir publicidad más de veinte años atrás cuando llegaron al país.

“Me lancé sin el apoyo del partido demócrata, de las maquinarias, a la deriva, con un sueño grandísimo y la ilusión del pueblo”. Para poder ser candidata, fue a elecciones primarias, consiguió su nominación y tuvo que competir en los comicios contra una mujer que ejercía como asambleísta encargada. Una campaña política es costosa, más si se hace en dólares, y para financiarla buscó apoyo de los latinos y voluntarios, hicieron fiestas en el Mundial en las que se encontraban con otros nacionales en restaurantes para ver los partidos de Colombia y vender empanadas. Cuenta que su contrincante divulgó fake news sobre ella diciendo que era antimigrante. Hacerle frente a su discurso, aumentó los costos de su campaña para la que consiguió alrededor de 200 mil dólares. Al final, consiguió su curul con el 87 % de los votos.

Catalina regresó a casa para Navidad y allí encontró uno de los volantes que repartió durante su campaña, custodiado por una cruz sobre una pared azul, en la casa de su abuelo materno. Mientras ella recorría las calles de Nueva York junto a su mamá, su familia en Colombia pedía que su niña, su dreamer, como se le conoce a los de su generación en Estados Unidos, tuviera éxito en su campaña política.

–¿Usted qué siente al regresar a casa con un sueño cumplido?

–No me la creo. Cuando el avión tocó lloré, lloré y lloré porque estuve concentrada muchos años en simplemente sobrevivir, en que tuviéramos techo y comida. Saber que todos esos sacrificios valieron la pena, llegar de nuevo a la tierrita que me vio nacer triunfante... Aún no me lo creo.

Para ella aún es extraño que la presenten como la asambleísta Catalina Cruz. Al escuchar esas palabras, asegura el orgullo no le cabe en el cuerpo. Con su sueño logrado ahora le esperan dos años de trabajo y después de este periodo podría aspirar a la reelección. “Mi fin es siempre buscar mejores oportunidades para representar el pueblo. Si es esta y es lo que Dios quiere pa’ mí, aquí nos quedamos, sino seguimos subiendo hasta donde Dios y el pueblo me lo permitan”, concluye.