Estados Unidos

Trump: discordias, una biblia y la reelección

Su discurso acentúa la polarización. Dividir es su estrategia para movilizar bases conservadoras en comicios.

Periodista egresada de la facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana.

05 de junio de 2020

Mientras Donald Trump caminaba desde la Casa Blanca hasta St. John’s Episcopal Church, en ese caótico lunes 1° de junio cuando las calles de su país se nublaron para protestar contra el racismo, una voz le preguntó: “Señor presidente, ¿se está preparando para usar los militares contra los ciudadanos estadounidenses?”. Él, calló.

Se limitó a cruzar el parque que separa su residencia de la Iglesia que por décadas ha sido el recinto por el que se pasean los mandatarios en días festivos o antes de juramentar, pero que en la era Trump se convirtió en emblema de las protestas y de la mano dura del presidente que tomó la Biblia como un símbolo propio.

Si era o no un buen día para el republicano, es difícil de precisar. Ese lunes, entre gases lacrimógenos y carteles que rezaban “black lives matter” (las vidas negras importan) se cumplía el séptimo día de indignación nacional y el tercero de manifestaciones en los alrededores de la Casa Blanca contra el asesinato del ciudadano George Floyd.

Floyd, afroamericano, de 59 años y vigilante de seguridad, falleció con las rodillas de un policía blanco en su cuello después de clamar por ayuda porque no podía respirar, todo esto en medio de un operativo policial. Floyd fue víctima de un mal que otros afroamericanos ya han sufrido: el exceso de fuerza de las autoridades, según las investigaciones que se adelantan contra los policías que adelantaron la redada.

Ese día, antes de las 4 de la tarde, ordenaron despejar las vías de Washington, Muriel Bowser, decretó un toque de queda sin precedentes en las últimas administraciones, para poner orden al caos que empezaba a tomarse la capital. Así, sin marchantes en la calle, Trump salió.

Siempre ha sido un mandatario de confrontaciones y guiños a las cámaras para que lo inmortalicen en imágenes que posiblemente, en unos años, contarán la historia política del país, y esta vez no fue la excepción. Con la Biblia en la mano derecha y en la entrada de la capilla de los presidentes clamó que Estados Unidos es un gran país y será más grande que nunca antes.

La omisión polarizante

Trump tiene la particularidad de hablarle a un público bastante específico: conservadores, americanistas, blancos y seguidores fieles del Partido Republicano.

Para el momento de esa escena que avivó a sus potenciales votantes de derecha llevaba cuatro días sin aparecer en público y solo se pronunciaba a través de frases de 140 caracteres en la red social que, paradójicamente, sancionó; estuvo encerrado en su búnker mientras la ciudadanía cercaba su residencia y en estados como Minnesota las marchas eran hogueras en media calle.

“Hay una simbiosis entre unos odios consolidados que vienen de vieja data en Estados Unidos, pero que encuentran en Trump una figura que puede representar todos los rencores de la gente. La polarización en el país se había construido desde antes, pero la retórica del presidente y la forma como se manifiesta buscando confrontar y no conciliar ayudan más a un escenario polarizado”, explica el PhD en relaciones internacionales e investigador visitante en UCLA, Javier Garay.

En esta primera semana de junio, en medio de una pandemia y de su campaña a la reelección para noviembre de 2o20, le recordó al mundo que su gestión es un asunto de divisiones. Así, la derecha de Estados Unidos lo aplaude y los progresistas se escandalizan, al tiempo que una parte de los conservadores reprochan que use un símbolo de Dios para beneficio suyo.

Van 40 meses de su presidencia y sus confrontaciones en política exterior y en asuntos internos vuelven a marcar su agenda. En lo internacional su divorcio con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la aparente nueva guerra fría que parece tejerse con China y la participación de efectivos antinarcóticos en el Pacífico, cerca de Venezuela, rotulan su diario.

En lo local protagoniza una escena que podría darle réditos en el plano electoral jugando a aumentar la polarización del país. Llama anarquistas a las autoridades demócratas, envía a las Fuerzas Armadas a reprimir las protestas –sin aval del Congreso– para restablecer el “orden” y carga nuevamente contra los medios de comunicación y las redes sociales.

Casi al final del mandato, dice el PhD en Sociología y analista político, Jorge Galindo, “Trump decide no elevarse por encima de las divisiones que lo han definido sino atrincherarse en ellas. Es pronto, pero quizás lo que él percibe como la fuente de su victoria en 2016 podría apuntalar su derrota” para este 2020.

El presidente está en una campaña a la reelección y su mejor amigo o peor enemigo será el resultado parcial de su mandato que se tenga entre octubre y noviembre de este año, meses decisivos de la contienda. Hasta comienzos de este 2020 las cosas, en general, iban bien para él. Los estadounidenses no sentían con fuerza los embates de la Guerra Comercial con China y el empleo y la economía tenían relativa estabilidad.

Ahora, sin embargo, su gestión podría ser su talón de Aquiles. 40 millones de empleos perdidos en los últimos dos meses, ser el país con más casos de coronavirus en el mundo (1 millón 875 mil según Johns Hopkins University) y 108.278 decesos y sumando por esta enfermedad, que lo llevó a disputas con los alcaldes y gobernadores.

Así, le quedan seis meses, exactamente, para enderezar los baches de su presidencia que aparecieron en este primer semestre del año si quiere ganar la reelección. Los estimaciones de Real Clear Politics en este asunto son claras. El portal especializado en política hace un promedio de los sondeos sobre quién ganaría la presidencia y todos apuntan a que el demócrata Joe Biden podría arrebatarle la Casa Blanca en noviembre, por una diferencia hasta de once puntos.

El “orden” de Trump

Su nueva frase: “LAW AND ORDER!” (ley y orden). Así, en mayúsculas, con exclamación y en trinos diarios que la hacen ser su segunda consigna después del tradicional Make America great again (hacer a América grande otra vez). Esa misma frase la usó el expresidente Richard Nixon en 1968 refiriéndose a las protestas de la comunidad negra, lo que le hizo ganarse el respaldo de los votantes blancos y, después, la presidencia. Él, al final, terminó renunciando al cargo.

Nixon, citado por Washington Post, explicaba así su rótulo. “A menudo he dicho que no se puede tener orden a menos que se tenga justicia, porque si sofocas la disidencia, si simplemente sofocas el progreso, vas a tener una explosión y vas a tener desorden. Por otro lado, no puedes progresar sin orden, porque cuando tienes desorden y revolución, destruyes todo el progreso que tienes”.

A Nixon ese discurso le funcionó para llegar al poder, mas no está claro aún si sucederá lo mismo con Trump. Y es que los asuntos inciertos son variables. En junio de 2019 cuando lanzó su campaña a la reelección las variables jugaban a su favor. “Trump tiene el terreno abonado, pero no hay nada asegurado”, dijo en ese momento a EL COLOMBIANO el director de Ciencias Políticas de la Universidad de la Sabana, Cristian Rojas.

Rojas se refería a una incertidumbre clara de la vida: cualquier cosa puede pasar. Increíblemente lo inesperado sucedió en forma de una pandemia dejó ver las sombras de su gestión y remarcó aún más la polarización que crece en el país bajo el beneplácito del presidente que combina su mandato con un juego de confrontaciones. Su modo e gobierno, el estilo Trump que dejó claro desde la campaña.

Las cifras están jugando en su contra. Real Clear Politics también estima que el 64,9 % de los estadounidenses considera que el país va en una mala dirección, mientras el 28,8 % cree que va por buen camino.

Este domingo las protestas siguen. Nick Pickles, director de estrategia sobre políticas públicas de Twitter, dijo en una audiencia parlamentaria telematica en el Reino Unido, el jueves, que podrían suspender la cuenta del presidente por incitar a la violencia y las alertas sobre su discurso polarizante llegan desde diferentes ámbitos. De Naciones Unidas, la Unión Europea, líderes de opinión de su país y hasta en las mismas filas de su Gobierno, en el Pentágono, han llegado críticas sus posiciones recientes.

Sin embargo, le quedan dos salvavidas. Uno, el de los votantes tradicionales republicanos, a quienes convence con más de esa receta explosiva que ha dado en estos días: discordia, polarización y furia. El segundo, recomponer el país para que los números que muestre en la última fase de campaña giren la ruleta a su favor.

Cómo Joe Biden maneje su campaña, la unión del Partido Demócrata y la forma en la que aprovechen los errores del presidente también serán factores determinantes para este proceso. Hasta ahora la balanza está a su favor mientras los titulares de todo el mundo muestran una movilización en el país que no se vivía desde las marchas contra el racismo de 1992.

Trump, ese político de retratos que marcan hitos como su foto en la frontera entre las Coreas u otra observando el despegue de la nave espacial Space X, aún no deja una imagen para la historia: dejarse ver con tapabocas en público. Hacerlo sería demostrar su errática gestión en medio de la enfermedad con el temor de dañar la economía.

Y ese errror deja el interrogante de si su plan de tener una foto como presidente reelecto y, tal vez, ser el mandatario que logré llevar a Estados Unidos de nuevo a la Luna en 2024 se dará. Quizá llegue un retrato que él no esperaba, pero esto solo noviembre lo dirá.