La monarquía inglesa se aferra a Isabel II para sobrevivir
La reina sigue siendo un símbolo querido por los ingleses. Su descendencia, no tanto.
Periodista de la Universidad de Antioquia con estudios en escritura de guión de ficción y no ficción.
Sir Paul McCartney parece definir a Isabel II en los primeros versos de Her Majesty, una canción compuesta en 1969. “Su Majestad es una chica simpática, pero no tiene mucho que decir”. Fiel a un poder más simbólico que real, la reina de Inglaterra ha hecho del silencio el pilar de su reinado, el más largo en la historia de su país. En 1997 tardó cinco días en dirigirse a una nación que lloraba la muerte de la Princesa Diana. Una ausencia que casi le cuesta el trono y un riesgo que no repitió esta semana, cuando 24 años después, un escándalo de consecuencias aún imprevisibles tocó a su familia.
La entrevista de Meghan Markle y el príncipe Enrique tuvo una rápida e inusual respuesta de Isabel II. Menos de dos días después de ser emitida, el Palacio de Buckingham expresó su “preocupación” ante la andanada de acusaciones de racismo que la pareja dejó correr. La reacción revela, según Hernán Olano, rector de la Institución Universitaria Colegios de Colombia y experto en el tema, “olfato político”. La pretensión de sobrevivir a un tiempo que parece resistirse con más fuerza a la divinidad de los reyes.
Isabel II sabe bien lo que es el instinto de preservación. Asumió el trono en junio de 1952, sobre los restos de un imperio británico en decadencia que lamentaba aún la pérdida de territorios en Europa, América, África, Asia y Oceanía. Se ha mantenido allí 68 años, enfrentando un mundo en constante cambio. La entrevista de su nieto, el “príncipe rebelde”, como ya era conocido en Reino Unido, la tomó por sorpresa, según señalaron medios locales. También a sus súbditos, que no tardaron en tomar posición.
Una encuesta exprés realizada por YouGov (una firma de investigación y análisis de datos inglesa) le puso cifras a una ruptura que se antoja generacional. El 48 % de los encuestados entre 18 y 24 años expresó estar a favor de la pareja, mientras el 55 % de los mayores de 65 años se solidarizó con la familia real. La popularidad de la reina, una figura que su nieto y su nuera salvaron de toda acusación, se mantiene en una abrumadora aprobación de más del 70%, según revelaba la misma encuestadora a inicios de enero. Su heredero, sin embargo, no refleja la misma aceptación.
Los tiempos siguen cambiando y la carga de Isabel II, a sus casi 95 años, es cada vez menor. La reina sostiene el pasado y el presente de su casa, ¿su sucesor podrá mantener su legado?
Annus horribilis
Con las cenizas aún calientes del incendio en su residencia, el Castillo de Windsor, Isabel II cerraría 1992 con la promesa de no volver hacia atrás. “No es un año que recordaré con placer intenso. Se ha convertido en un annus horribilis (año terrible)”. Durante los últimos 12 meses la familia había copado las portadas de los medios con los divorcios de su hija mayor, la princesa Ana; y del príncipe Andrés, duque de York; y los constantes problemas de la pareja conformada por su heredero, el príncipe Carlos y lady Diana. El annus horribilis se extendería hasta la muerte de su nuera en agosto de 1997 y, ¿por qué no? hasta el siglo XXI.
“Lo único que puede salvar a la monarquía británica es que Carlos abdique”. Olano menciona al primogénito de una generación real que tilda de “perdida”. No es el primero en deslizar la idea de que el príncipe de Gales, de 72 años, no está listo para el trono. En 1993 el propio parlamento inglés dudaba de lo apropiado que sería su reinado.
Los años de constante escándalo por su relación con Camilla Parker Bowles han ido quedando atrás, no sin secuelas. Carlos de Inglaterra tiene una popularidad, según YouGov, de apenas el 59%, muy por debajo de su hijo, el príncipe Guillermo, quien es aceptado por un 76% de los británicos. El porcentaje de súbditos que quieren que su futuro rey abdique dejando el trono a Guillermo representa el 41% de los encuestados. El paso al costado que, según ha reiterado el heredero, no está de ninguna manera en consideración, cerraría una generación que, tal como dice Olano, ha significado muchos quebraderos de cabeza a Isabel.
Los últimos han sido de tal envergadura que la estabilidad de la monarquía se ha vuelto a poner en duda. No es solo Megan y Enrique. Antes de ellos, el príncipe Andrés se retiró de la vida pública después de que su nombre fuera relacionado junto al del estadounidense Jeffrey Epstein, un magnate que fue condenado en vida por delitos sexuales contra menores de edad en EE.UU.
La crisis tras la revelación de que el entonces conocido como favorito de la reina podía haber tenido una relación de amistad con Epstein, se ahondó cuando Andrés concedió una entrevista que los medios de su país calificaron como un desastre de comunicación pública. La maniobra de exponerse al público también fue utilizada por Diana, en la famosa entrevista de 1995 con la cadena BBC donde afirmó que “éramos tres en ese matrimonio”, en relación a la vida extramatrimonial que llevaba Carlos. Y ahora la estrategia de hablar a los medios es protagonizada por su hijo, Enrique, que se abrió sin disimulo con Oprah Winfrey. Si el silencio de Isabel II suele entenderse como una de sus mayores virtudes, salvo contadas excepciones, la incapacidad de callar que arrastra al resto de su familia es el origen de un annus horribilis que más parece ser necesario ya extender en plural.
Las próximas semanas serán claves para saber si la monarquía que comanda Isabel II sana las heridas de la entrevista de Megan y Enrique.
Aunque el partido Laborista (de corte más liberal) ha pedido investigaciones sobre los presuntos episodios de racismo, el gobierno conservador del primer ministro Boris Johnson ha eludido la polémica y se ha limitado a señalar “la mayor de las admiraciones hacia la reina, por su papel unificador del país”.
La reina sigue siendo el escudo de una monarquía que depende de ella para huir de aventuras reformistas. No parece que mientras viva vaya a ser protagonista de una. Basta ver si su casa, los Windsor, el linaje que lideró un imperio en apogeo y decadencia, sobrevive a su figura. Isabel II sigue siendo el “símbolo de unidad” que se propuso ser desde sus primeros discursos como reina. Su legado no parece gozar de su misma fortaleza