Putin, el último encuentro de la gira de Biden en Europa
El presidente relanza el multilateralismo y enfoca en China el mayor reto de Occidente.
Periodista de la Universidad de Antioquia con estudios en escritura de guión de ficción y no ficción.
A Europa y a Estados Unidos los une algo más que la política. Partiendo de ambas orillas, la historia de Occidente se ha escrito cruzando una y otra vez el Atlántico. De la costa norteamericana salió en barco el nuevo mundo al que Winston Churchill pidió rescate cuando en 1940 temía la invasión nazi del Reino Unido. 81 años después, Joe Biden desembarcó en la isla en su primera gira internacional. La Europa que ha encontrado, sin embargo, no es la que alguna vez Churchill encomendó a Estados Unidos.
La agenda internacional, que terminará este miércoles con un encuentro con Vladimir Putin, presidente de Rusia, se ha desarrollado desde el pasado 9 de junio reuniendo a los hombres y mujeres más poderosos del planeta. Al G7, a la toma del té con la Reina Isabel, en los palacios británicos y de la Unión Europea, en la OTAN, en cuanta reunión o cumbre que haya liderado, el mensaje de Biden es idéntico: “Estados Unidos ha vuelto”.
“Después de la presidencia de Donald Trump que creó muchos problemas de entendimiento, Biden quiere reintroducir las alianzas históricas y los objetivos comunes”, explica Emilio Viano, profesor de la American University de Washington DC y analista político, “por eso ha querido subrayar que Europa puede volver a confiar en EE. UU.”. El péndulo de la diplomacia parece favorecer de nuevo los lazos entre ambos lados del Atlántico.
“El comportamiento de los Estados Unidos en las dos primeras décadas del siglo XXI ha ido de un extremo al otro: del neoaislacionismo al intervencionismo internacional”, se lee en el libro Guerras que cambiaron al mundo, de Carlos Alberto Patiño, doctor en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana. Los hombres que han ocupado la Casa Blanca se han decidido por uno u otro, según el contexto.
Desde Bill Clinton hasta Barack Obama, pasando por George W. Bush (hijo), la política internacional de EE. UU. se ha debatido entre el aislacionismo y contención respecto a los asuntos internos de cada Estado, hasta una participación activa, como la que propició Bush en el mundo, tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, con la guerra contra el terrorismo. “El aislacionismo que aplicó Trump está quedando atrás”, explica Mauricio Jaramillo Jassir, analista internacional de la Universidad del Rosario, “la gira por Europa confirma el cambio”.
Hay nubarrones que todavía tienen que ser despejados. “Para los europeos no está tan claro lo que quiere Biden”, señala Viano, “el presidente ha tomado decisiones unilaterales que no ha consultado con sus socios”. La más reciente, la reunión con Putin, una cumbre clave para Europa, pues comparte frontera con Rusia. Otra más mediática fue la liberación de patentes de las vacunas anti-covid que el norteamericano decidió apoyar sin acordarlo con los líderes europeos, no muy convencidos de la pertinencia de la decisión.
“Entonces claro que Europa le da la bienvenida a la nueva política de Biden”, dice Viano, “pero señala que no quiere siempre ser dada por sentado”. Las heridas no serán fáciles de curar y los retos comunes no dan espera.
China y las diferencias
La nueva fase en las relaciones internacionales encuentra el ambiente crispado en ambos aliados. Biden llegó a una Europa dividida, en la que Reino Unido ya no solo no es un socio de la Unión Europea, sino que incluso es uno de sus mayores competidores. “Una Europa que vive un relevo generacional, con la salida de Ángela Merkel del poder en Alemania”, agrega Jassir, “y que enfrenta desde hace unos años desafíos a su proyecto a través del surgimiento de movimientos populistas en países como Hungría o Polonia, que fueron muy cercanos a Trump”.
“Unos cambios que no son muy diferentes a los que sufrió Estados Unidos”, agrega Viano, “la derecha es más agresiva en temas como la inmigración y está teniendo más influencia sobre la política y las elecciones. Una ola de nacionalismo que viene resurgiendo con fuerza aquí, donde Trump sigue siendo un actor político importante, y en varios países de la UE. Por eso la intención de Biden de encontrar un frente unido”.
China se ha mostrado como el blanco aparentemente más viable para concentrar esa unión. Biden se ha apuntado varios éxitos en la intención de hacer del gigante asiático el nuevo gran rival. Logró el compromiso de los líderes de las naciones más ricas del mundo, el G7, de lanzar un plan conjunto de inversión para impulsar la construcción de obras en las naciones del llamado “tercer mundo”, una iniciativa que busca competir claramente con la famosa “Ruta de la seda”, uno de los planes chinos para financiar la construcción de puertos y carreteras en todo el mundo.
Puso de acuerdo a las naciones europeas en la firma de un comunicado que pide una investigación fiable sobre los orígenes del coronavirus; demanda respetar las libertades fundamentales en Hong Kong; y denuncia los abusos de los derechos humanos en Xinjiang, territorio chino habitado por varias minorías étnicas. Sin ser suficiente, Biden también logró elevar el tono de la OTAN, que denominó a China como un “reto sistémico” al orden internacional.
“La OTAN se convierte en una suerte de defensora del orden liberal frente a una China agresiva. Algo que tiene mucho de retórica y de narrativa, porque el mundo necesita a China en la lucha contra el terrorismo y en la reactivación económica”, dice Jassir, “ después de sentirse amenazada por Trump, que puso en duda su utilidad, la OTAN elige a China como el enemigo y el contrapeso ideal”.
No necesariamente es así para todos los socios europeos. “Hay países, más que todo del este de Europa, que tienen muchas inversiones chinas”, señala Viano, “ahí tampoco hay necesariamente un acuerdo unánime. Pero es un comienzo, una gira para introducirse y desarrollar el ideal del multilateralismo”. Rusia es el otro gran foco de la gira, que terminará con una reunión clave con Putin, tras acusaciones de lado y lado.
La cumbre histórica
Biden y Putin se conocen de tiempo atrás. Ambos son protagonistas usuales en la política internacional desde hace varios años y tuvieron contacto cuando el primero era vicepresidente de Obama y el segundo primer ministro ruso. Será el primer cara a cara, uno rodeado de acusaciones que tienen en su punto más bajo las relaciones diplomáticas entre ambas potencias.
El caso más reciente data de marzo pasado, cuando Biden respondió afirmativamente en una entrevista a la pregunta de si consideraba un asesino a su homologo ruso.
“Será una cumbre tensionante de la que no se puede esperar algo definitivo que vaya a provocar cambios entre los dos países”, prevé Miguel Martínez, investigador de Relaciones Internacionales de la Universidad Externado, “las sanciones a Rusia por la anexión de Crimea (2014) y por la captura del opositor Alekséi Navalni continuarán. Será un primer acercamiento”.
Es posible que ambos líderes usen el encuentro en Ginebra para reiterar sus posiciones y defender las líneas rojas que han impuesto. Los epílogos que se escriban sobre la primera gira internacional de Biden no dependerán de los resultados de su cumbre con Putin. Pese a lo logrado respecto a China, tampoco esto parece tener la capacidad de definir el éxito de Biden.
“Estados Unidos necesita mostrar de forma inequívoca que tiene una política clara para enfrentar los desafíos internacionales. Ese es el gran desafío de Biden”, finaliza Patricio Navia, profesor y politólogo de la Universidad de Nueva York, “mostrar que EE. UU. tiene una doctrina que va a aplicar y que a partir de ella todos pueden saber cuál va a ser su posición”. Un logro del que solo el tiempo podrá dictar sentencia, del que depende en gran medida que Europa recupere la confianza que algún día depositó Churchill en el nuevo mundo.