Ellas dejan la huella latina en la política de EE. UU.
Estas cuatro mujeres nacieron en familias de migrantes y ahora son las primeras oficiales estatales electas.
Periodista egresada de la facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Sentada en una sala del centro de Medellín, Julia Salazar, senadora del estado de Nueva York, recuerda el día que Sonia Sotomayor se convirtió en juez de la Corte Suprema de Justicia. Corría 2009, el expresidente Barack Obama la había nominado. Su nombramiento la hizo la primera puertorriqueña en conseguir un asiento en el máximo órgano de justicia estadounidense.
Para ese momento, Julia tenía 14 años, estaba en secundaria y quedó “impactada”: Sonia era un sí se puede. Nueve años después ella estaría tocando la puerta de más de 100.000 casas con ayuda de los 800 voluntarios que se sumaron a su campaña para ser ese “sí es posible”. Y lo fue. No solo para ella, sino para otras mujeres de origen colombiano que alcanzaron a llegar a la política de ese país en el último año.
Puede ver: La migrante paisa que hace política en EE.UU.
Ya una había dado el paso antes, en noviembre de 2006. Se trata de Patricia Torres, quien fue elegida como senadora por el Partido Demócrata en Minnesota, un estado en el que de sus 5,3 millones de habitantes, solo 448 mil son extranjeros, y el 1 % de esos foráneos es de origen hispano. Torres nació en Popayán, pero creció en Pasto y en la década del 80 migró a Estados Unidos, donde formó un hogar con un ciudadano norteamericano.
Años después, otro grupo consiguió una conquista similar en 2018 y EL COLOMBIANO habló con ellas.
Julia Salazar
A sus 27 años se convirtió en senadora del estado de Nueva York, Estados Unidos. Y a los 28, nueve meses después de conseguir esa curul que la hizo la mujer más joven en llegar al Congreso neoyorquino –y una de las primeras descendientes de colombianos en ser oficial electa– cuenta entre sonrisas cómo pasó de estudiar Historia a ser senadora.
Ella es Julia Salazar. De padre bogotano y madre norteamericana, nació en Miami en un hogar de migrantes. Creció en Estados Unidos y lo colombiano que tiene lo aprendió de la familia de su papá, un piloto que hacía vuelos entre los dos países, y que la mantuvo conectada con las raíces que dejó en la sabana. No habla español, pero lo entiende y se siente orgullosa de ser una “latino women”.
Salazar no es la única. Junto a Jessica Ramos fueron las dos primeras colombianas en llegar al Senado de Nueva York, un estado donde 4,4 millones de personas, de sus 19,3 millones de habitantes, son de origen extranjero, según datos de la oficina censo de ese país. Y de esa cifra de foráneos, 3,7 millones, como Salazar y Ramos, son latinas.
Puede ver: La colombiana que llegó al Senado de Nueva York
A ellas las une su descendencia y oficio y el deseo de quedarse en cargos estatales, sin aspirar al gobierno federal.
Solo hasta 2018 a Julia Salazar se le pasó por la cabeza presentarse al Congreso. Militaba en el Partido Demócrata como voluntaria y hacía parte del movimiento de los “demisocials” (demócratas socialistas), el mismo grupo al que pertenece el actual precandidato a la presidencia y senador Bernie Sanders.
Su lucha estaba inspirada en la búsqueda de la equidad para arrendatarios, un problema que lleva años en Estados Unidos porque las rentas son costosas. Estaba inquieta, sentía que tenía que hacer algo para que más personas como ella tuvieran “condiciones sanas de arrendamiento”.
Entonces, una de sus amigas le contó que se abriría una vacante para la candidatura demócrata de su distrito, Brooklyn, y comenzó su carrera electoral.
Tuvo que pelear la nominación del Partido Demócrata y cuando por fin la ganó supo que tenía una silla asegurada en el Congreso para las elecciones de noviembre de 2018 porque en un estado como Nueva York –especialmente en Brooklyn o el Bronx– con dificultad gana un republicano.
Nathalia fernández
Mientras Nathalia Fernández cuenta su historia, las palabras en español e inglés se hilan en una sola frase. Cuando logra terminar una idea su rostro se alumbra con una amplia sonrisa. Ella quería hacer la entrevista en español para ensayar su idioma natal, que practica cuando viaja a Magangué, Bolívar, un municipio situado a las orillas del río Magdalena donde nació su mamá.
Su acento tiene más que un aura de la costa colombiana porque también es de descendencia cubana: su papá llegó a Estados Unidos cuando era niño, donde conoció a su mamá. Su español lo aprendió en familia, en su casa en Nueva York, en los viajes a Magangué, en las visitas a la finca de su abuelo, en Bogotá o hablando con otros migrantes latinos.
De todas, esta mujer de 31 años fue la primera en convertirse en oficial electa, el 24 de abril de 2018, en unas elecciones atípicas para suplir una vacante que se abrió en la Asamblea del Bronx. Ya para los comicios de noviembre de 2018, el voto demócrata la ratificó en el cargo. “Todos me decían que era la primera colombiana en entrar al New York State Goverment. Me siento orgullosa”, dijo.
Fernández, quien había pasado por el trabajo comunitario con adultos mayores, la oficina de la Gobernación y la jefatura del equipo del exasambleísta Mark Johns, vio llegar a las otras mujeres a los cargos públicos, latinas que hacen política en un país con un presidente como Donald Trump, reconocido por su discurso misógino y xenófobo que lo ha llevado hasta efectuar redadas contra migrantes indocumentados.
Y justo el mandato del republicano fue el motivo por el que terminó aspirando a un cargo público. “Su llegada enojó a muchas e inspiró a otras que ahora se preparan, buscan que su voz sea escuchada y que estemos representados”. Ahora esta colombo cubana ajusta casi una década, de sus 31 años, trabajando al servicio de ese país.
Catalina cruz
Cuando Trump ganó la presidencia en noviembre de 2015, Catalina Cruz se sentía desolada. Pocos sabían que había crecido indocumentada, un secreto que guardan las familias migrantes aún después de que regularizan su estatus. Los foráneos que estaban a su alrededor comenzaron a contar sus historias y, así, se dio cuenta que no estaba sola, que muchos como ella tuvieron que luchar para conseguir el anhelado “papelito” de la nacionalidad.
Para septiembre de 2017 la administración federal canceló el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, que beneficiaba a los indocumentados que llegaron cuando eran niños. Catalina estaba en la casa de su abuelo, en Itagüí, y al ver la noticia estalló en llanto. Se llenó de ganas de cambiar la vida de su comunidad, meta que consiguió en noviembre de 2018 cuando llegó a la Asamblea.
Desde entonces ha tenido dos regresos a Antioquia. El primero, para Navidad, cuando solo pensaba que dejó su tierra sin papeles, sin un plan certero, y regresaba, no solo como una ciudadana norteamericana, sino con un cargo estatal. El segundo, este agosto, en pleno furor de la Feria de Flores, y para intercambiar experiencias de gobierno en el Área Metropolitana.
En diciembre Catalina contó a EL COLOMBIANO que quería impulsar reformas para facilitar el acceso a viviendas en arriendo y sobre el trámite de licencias para los indocumentados. Tras un semestre de gestión, cumplió esas dos metas. “Me siento más responsable. Ese compromiso no es algo que se toma a la ligera, es un cambio de cómo miro el mundo y cómo lucho para hecerlo mejor”.
Y la sigue luchando junto a sus compañeras. Estas mujeres tienen en común haber empezado su vida como funcionarias de cero: recorriendo las calles para entregar volantes, presentándose puerta a puerta ante aquellas personas que no las conocían, porque no hacen parte de familias que han estado en el poder, y buscando financiación comunitaria porque le dijeron “no” a las empresas.
Vanessa Agudelo
Cuando los papás de Vanessa Agudelo tenían 25 años estaban buscando suerte en Estados Unidos: limpiando casas, trabajando en restaurantes o como mecánicos hasta por 20 horas al día para sumar los dólares que necesitaban para subsistir. Y cuando esta joven nacida en el 92 cumplió esa edad, fue electa como concejal de la ciudad de Peekskill, donde ellos compraron su primera casa cuando ella era apenas una niña.
Vanessa nació en Estados Unidos, pero entre los vínculos con Pereira de su mamá y las visitas a Itagüí para estar con la familia de su papá logró que su español fluyera casi a la perfección.
Acogió un activismo ambientalista: los animales, el cambio climático y el uso de los ríos para enseñar a su gente cómo defender la naturaleza de la contaminación. Fue así como se convirtió en la representante de esta ciudad de 24 mil habitantes con un presupuesto de apenas 36 millones de dólares.
En su gestión trabaja por la defensa de la cuenca del río Hudson, que atraviesa Peekskill y en donde hay varias iniciativas de exploración de la cuenca que, a su juicio, contaminarían el ambiente y afectarían a su comunidad.