Las 87 insólitas micronaciones que reclaman soberanía
En el mundo hay, por lo menos, 87
fundadas como broma o anécdota, que ahora reclaman soberanía.
Salsero a ultranza. Volante de salida. San Lázaro me protege antes del cierre. Máster en Periodismo - El Mundo (España). Redactor Internacional - El Colombiano.
Algo de locura bastó para que Roy Bates —un militar retirado que luchó con orgullo para el Ejército británico en la Segunda Guerra Mundial—, decidiera que la plataforma marina Roughs Tower, construida por la Royal Navy en 1942 y localizada en el mar del Norte, sería un territorio soberano a reclamar para su “nación”: Sealand.
Había resultado herido varias veces durante la campaña italiana de la guerra. Tras el fin de la contienda, Bates se retiró del Ejército para dedicarse a pescar, pensando en una vida tranquila en el mar. Pero pronto quiso mucho más. Tal vez por una innata propensión a buscar respuestas en los demás, y pensando que más que un soldado sin nombre tenía que hacer historia como Roy Bates, empezó a dar a conocer su voz mediante la radio pirata.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los ingleses pusieron en marcha el proyecto de las fortalezas marinas Maunsell. Pequeñas torres fortificadas que se construyeron cerca de las costas del Reino Unido para defenderse frente a la amenaza nazi. Estaban emplazadas en los estuarios de los ríos Támesis y Mersey. Fueron bautizadas así por su diseñador, Guy Maunsell. Tras retirarlas del servicio a finales de la década de 1950, hubo poco control sobre varias de estas, en especial las que se ubicaban más lejos, en aguas internacionales.
Roughs Tower o Rough Sands, una fortaleza ubicada a solo 13 kilómetros de la costa de Suffolk —fuera de las aguas territoriales británicas, que por entonces eran de solo 6 kilómetros o 3 millas náuticas— , estaba décadas después, en 1967, abandonada a su suerte. Bates, por su parte, acababa de ser multado por violar las leyes de la comunicación radial en Reino Unido, tras ser expulsado por las autoridades del Fuerte Knock John, hermano de Roughs Tower que en cambio sí estaba dentro de aguas territoriales británicas.
Bates se pasó el 2 de septiembre de ese año a Rough Sands precisamente pensando en que estando en aguas internacionales, las autoridades británicas no podían interferir. Aún teniendo la maquinaria necesaria para continuar con su estación de radio pirata, no lo hizo, y dejó de transmitir 24 horas seguidas, como tenía acostumbrado en Knock John. Eso sí, proclamó la independencia de la nueva plataforma que ocupaba y la denominó el Principado de Sealand. Con él, por supuesto, como el monarca de la vieja estructura de concreto en medio de un desolado mar.
Las micronaciones
Al igual que Bates, Robert Ben Madison, residente de Milwaukee, Wisconsin, fundó Talossa, en su habitación en 1979, otra las micronaciones que hoy existen en el mundo.
Ese concepto de micronación, supuestamente acuñado por Madison, abarca toda entidad que sostiene ser una nación o estado independiente, pero que carece de todo reconocimiento de los gobiernos mundiales u organismos internacionales, a diferencia de los movimientos de autodeterminación o pequeños países con escaso soporte oficial, que sí cuentan con algún tipo de reconocimiento. Las micronaciones además se caracterizan por tener o bien un territorio virtual (cobran vida en Internet) o por detentar espacios muy pequeños.
En diálogo con EL COLOMBIANO, Diego Cediel, politólogo y docente de la Maestría en Derecho Internacional de la Universidad de la Sabana, considera que aunque muchas micronaciones se podrían confundir con microestados, la diferencia radica en que no tienen ningún reconocimiento formal por parte de la comunidad internacional u otros gobiernos.
“Las micronaciones, en el mejor de los casos, hacen referencia a reclamos de soberanía y proclamación de supuestas naciones en medio de coyunturas de poca presencia estatal, aunque este no es el caso siempre. De hecho, Sealand es uno de los más representativos. Allí parece que hubo una especie de colonización o asentamiento en una especie de tierra baldía en aguas internacionales”, dijo.
“Pero a la larga, sin ni siquiera un reconocimiento parcial y formal de la comunidad internacional, las micronaciones como Sealand resultan un territorio o instancia en donde si bien hay ciertas normas entre sus supuestos ciudadanos, no hay dinámicas derivadas de que la comunidad internacional trate directamente con sus ‘autoridades’. Por tanto es algo que le quita toda legitimidad”, agregó.
Sealand se intentó legitimar precisamente obligando a que la comunidad internacional decidiera sobre su supuesta potestad para establecer leyes o defender un territorio soberano conformado por una plataforma de la Segunda Guerra Mundial y, de ahí en más, un pedazo de solo mar.
En agosto de 1978 —tres años después de que se estableciera una “Constitución”, himno, bandera y moneda en la plataforma—, mientras el príncipe Roy se encontraba adelantando gestiones fuera de Sealand, el “primer ministro” Alexander Achenbach (ciudadano alemán) decidió poner en marcha un “golpe de Estado”, junto a compatriotas suyos y holandeses ávidos de anécdotas.
Entre festejos y licor tras haber proclamado el nuevo gobierno de Sealand, y con el hijo de Roy Bates, Michael, rehén de los “golpistas”, ninguno de ellos se imaginaba la respuesta del “legítimo príncipe”. Conformó un grupo de asalto armado a la plataforma, que se subió a un helicóptero para retomar finalmente la fortaleza.
El príncipe Roy mantuvo a los invasores como “prisioneros de guerra”. La mayoría de los participantes en la invasión fueron repatriados al cese de la “guerra”, pero tanto Achenbach como Gernot Pütz —un abogado alemán hasta entonces reconocido como ciudadano de Sealand—, fueron acusados de traición contra el “país” y serían mantenidos cautivos a menos que pagaran 75.000 marcos alemanes de entonces.
El gobierno alemán tuvo que informarle la situación al británico para solicitarle acciones en busca de la liberación de Achenbach y Pütz. Londres respondió que no podía hacer nada por tratarse aún de aguas internacionales que no las gestionó realmente como soberanas sino hasta 1982. Los alemanes, por tanto, tuvieron que enviar a un diplomático a Roughs Tower para pactar finalmente la repatriación de ambos ciudadanos semanas después. Estos establecerían un “gobierno en el exilio” que aún perdura y reclama la plataforma.
Eso fue, por lo demás, lo más cerca que estuvo Sealand de obtener algún tipo de reconocimiento de un país, por lo que irrevocablemente siguió solo como uno de los mejores ejemplos de micronación.
Carlos Arévalo, abogado, docente y expresidente de la Academia Colombiana de Derecho Internacional, explicó a EL COLOMBIANO que “para entender el surgimiento de un Estado, debe cumplir con cuatro criterios contenidos en la Convención de Montevideo: que tenga un territorio; que tenga población estable; que tenga suficientes instituciones y gobierno efectivo; y por último que tenga la capacidad de entablar relaciones internacionales con otros Estados. Esto es, que obtenga reconocimiento de los mismos”.
En el caso de las micronaciones algunos de estos criterios no se cumplen, en especial el último, el del reconocimiento, “dado que sin este no se puede hablar de soberanía. El Estado debe ser primero avalado por otros”, argumentó por su parte Cediel.
Bromas y locuras
Fuera de las excentricidades de la historia de Sealand, otras micronaciones tienen reclamos que, al menos en el papel, resultan más formales. La localidad italiana de Seborga, cercana a la frontera con Francia, es uno de estos casos.
Basándose en documentos históricos, en 1960 el jefe de una cooperativa agraria llamado Giorgio Carbone, crea la idea de una Seborga independiente de Italia. Su principal argumento es que el pueblo fue un principado independiente hasta el 20 de enero de 1729, cuando Víctor Amadeo II, rey de Cerdeña, lo compra. Desde Seborga se argumenta que esta compra nunca fue registrada por el reino sardo, por lo que el municipio se encontraría en una ambigüedad política.
Aunque la micronación no obtiene reconocimiento de ningún país (sería en ese caso un microestado), sus reclamos son más legítimos que otras como Celestia, que dice ser soberana del espacio exterior. O que Westartica, que pide la Tierra de Marie Byrd, el último pedazo libre de la Antártica. O Filletino, un pueblo italiano que declaró su independencia en 2011 y hasta lanzó su propia divisa, el fiorito, en protesta a las medidas de austeridad del gobierno de Italia durante la crisis.
Así las cosas, cualquier persona podría fundar, si no un Estado, una micronación. Aunque tal vez nadie le reconozca la broma o la utopía.