“Trocha es trocha”: los cargueros que mueven mercancías en la frontera de Colombia y Venezuela
A pesar de la reapertura de los puentes internacionales, comerciantes de los municipios de la zona de frontera prefieren pagar para que sus productos pasen por los potreros.
Periodista egresada de la facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana.
“Aquí esto no es un empleo. Es de quien tiene guáramo para montarse un saco”. Ese es el relato de un trochero que se mueve en la frontera entre Colombia y Venezuela llevando a cuestas todo lo que le pidan transportar –huevos, embutidos, electrodomésticos y hasta chatarra– a un precio que define el peso y el contenido de la carga.
Acarrear un costal significa llevar sobre la espalda unos 80 kilos, a veces más o menos según lo que contenga, y para transportarlo durante media hora entre los potreros y riachuelos que enlazan a los dos países hay toda una técnica que él relata mientras anda por la frontera embarcando restos de metal para venderlos en Villa del Rosario, en el lado colombiano.
Hay que caminar rápido como si se estuviera corriendo, pero sin correr del todo porque el peso impide que el cuerpo agarre velocidad. Se pisa firme a pesar de estar cruzando por una quebrada o el río, sin detenerse, porque en una parada el bulto puede ganarle al cuerpo y arrojarlo al piso.
La técnica se aprende con los viajes de un país a otro que se han mantenido vigentes desde antaño a pesar de los cierres y aperturas de frontera que han decretado el régimen de Nicolás Maduro y los gobiernos de la Casa de Nariño. Ese centralismo de Caracas y Bogotá jamás logró clausurar las trochas.
“Trocha es trocha”, dice otro hombre delgado, de un metro con sesenta de estatura y unos 50 años de edad de los que ocho se los ha pasado transportando costales entre los dos países. Su jornada “laboral” inicia cada mañana cuando se para en un garaje de reciclaje que está en el lado colombiano de la frontera, hasta donde llegan los clientes para organizar el paso de la mercancía.
A ese pedazo de pasto enrejado con montañas de reciclaje dispuestas en macizos medianos llegan los carros de los comerciantes cargados con mercancía para cruzar. Sin afán, los trocheros empacan los productos en costales para cargarlos al hombro o en carretas cuando son más pesados para emprender el tránsito por la trocha.
Los artículos pueden ser carnes o embutidos, paquetes de grano y hasta un cúmulo de cajas de huevos por 30 que desafían la inestabilidad del sendero. Si el embalaje es liviano el paso vale $30.000 o $40.000, para los más pesados cobran hasta $70.000 o más porque de ese dinero sale el pago del impuesto que cobra la guerrilla y el jornal del combo de cargueros que lo arrastran.
El negocio involucra a varios actores: los comerciantes binacionales, los mismos trocheros y un grupo armado irregular que se asienta en las riveras del Táchira, justo al lado de los dos únicos puentes de guadua y madera que hay sobre el afluente, y cobra a cambio de dejar cruzar los productos.
A pesar de sus armas, que tienen el tamaño de un brazo, y de su camuflado sin emblemas, los hombres de la trocha confían más en los guerrilleros de debajo de los puentes que en los uniformados que están en tierra firme. “Aquella gente no es mala, nos están cuidando porque al trochero que haga lo malo lo pelan. Acá no hay que estar pendiente de las cosas del otro, sino de las cosas de uno y más nada”, cuenta otro.
El paso de la mercancía se coordina de un país a otro. El trochero se encarga del peaje en la caseta de los sujetos armados, pero arriba el comerciante “cuadra” con la Fuerza Armada Nacional Bolivariana para que le dejen entrar la mercancía y tiene listo el transporte hacia el interior del país.
Los trocheros esquivan las cámaras, piden que no los graben mientras caminan y solo uno de ellos aceptó dar una entrevista formal y en medio del afán para pasar siete carretas con restos de vehículos viejos desde Venezuela hacia Colombia. Se hace llamar Leo, tiene la piel bronceada por trabajar bajo el sol y unas ojeras en su rostro que delatan el peso de cada uno de los carritos con 70 kilos de chatarra que arrastra con sus compañeros.
– ¿No le da miedo que la apertura de los puentes les baje el trabajito? – le preguntó.
– No, porque sabemos que no va a ser así – dice él.
– La gente dice que tiene que pasar cosas...
– Por lo menos por arriba por el puente no pasan huevos, pollos o refrescos. Lo que el comerciante se va a gastar por arriba para pagarle a la Guardia Nacional prefieren dárselo a un trochero, más la colaboración que uno le da a la guerrillla.
La trocha pega duro y no se cierra. Más que unos potreros, parece un isla sin ley entre dos países que quieren regularizar su comercio en una frontera plagada de grupos ilegales. Y es en esos mismos montes es que el régimen de Maduro y el gobierno de Gustavo Petro quieren mover 4.000 dólares en mercancías y 35.000 personas de forma regular.