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Un cepillo salvó a Torres en Pedernales

Otro colomboecuatoriano estuvo presente en el pueblo más devastado y cuenta cómo vive por milagro.

Salsero a ultranza. Volante de salida. San Lázaro me protege antes del cierre. Máster en Periodismo - El Mundo (España). Redactor Internacional - El Colombiano.

22 de abril de 2016

Acostumbrado a la vida bohemia, a surfear y a los viajes, el colomboecuatoriano Diego Torres “el negro”, de 33 años, veía a la zona costera de su país natal como “cuartel de operaciones”. En ese sentido, cuando desde la fría Quito, su ciudad, en la empresa Farmacias Económicas para la que trabaja, le dijeron que tendría que visitar la región tropical por unos días, la emoción fue elevada.

Estuvo primero en Manta, días antes, también pasaría por Portoviejo, y apenas llegó a Pedernales el viernes. El pueblo estaba tranquilo y el sábado trabajó normalmente.

“A las 6:40 p.m. salí de trabajar en la farmacia y me iba a dirigir al hotel. Crucé la plaza principal del pueblo, donde está la Iglesia, y me fui a comprar un cepillo de dientes a una cadena que se llama SanaSana. Cuando fui a pagarlo vi que estaba muy lenta la fila, porque había un señor que estaba demorándose porque compraba con prescripción. Pregunte cuánto costaba y me respondieron que seis dólares”, relató.

“Me pareció muy caro el cepillo, yo solo tenía 15 dólares en el bolsillo y decidí que mejor comprarlo en la farmacia mía, porque tenemos un crédito de empleados con el que podemos pagar y no era necesario gastarme el efectivo que tenía. Cuando salí a la plaza nuevamente, fue que comenzó todo”, recordó.

Escenas infernales

Torres solo puede describir lo que se sintió en el desastre como una apocalíptica película de Hollywood: “el terremoto se oía como un monstruo que ruge y sacude el piso. Comienzan a caer las cosas, gente llorando. Los gritos de las mujeres, de los niños. Del susto, yo terminé montado en una cuatrimoto, y aún así el sismo me levantaba por los aires. Se fue la luz, después era todo polvo, y personas diciendo que se estaba acabando el mundo”.

Entre instantes de adrenalina, que se recuerdan a cámara lenta, Torres describe la confusión que decide fatídica el destino de muertos y de salvados de milagro: “Vi que a un señor que estaba en la farmacia le iba a caer un vidrio enorme encima, y lo empujé para que se salvara, pero no supe más, no vi que le pasó. Segundos después yo estaba corriendo y se caía un poste cerca de mí, me agaché, pasé por debajo del poste, y seguí corriendo. Sé ahora que ese poste cayó encima de un Corsa, y ahí murió una chica”.

Torres tuvo un espacio de 15 minutos para decirle a su familia en Quito que estaba bien, después de ahí, no pudo comunicarse con nadie fuera de Pedernales. Ríos de gente huían del pueblo pensando que llegaría pronto un tsunami. Torres tenía suerte, porque tenía amigos en las montañas de las afueras que lo alojaron mientras pasó la confusión.

Un milagro

El domingo fue a ver si podía recuperar sus cosas en el Hotel Royal, el mismo donde quedó atrapado y murió José David Eras, el niño colombo-ecuatoriano. El edificio estaba completamente destruido. Pero Torres sentía haber nacido de nuevo.

“Empezó a llegar la ayuda y la gente llevó palas para excavar. La desesperación los llevó a cavar sin saber dónde se debía o no. Por suerte salvaron a una niña. Por mi parte, yo no tenía mis pertenencias, solo tenía las llaves de mi habitación, pero estaba vivo. Volví a nacer: si me demoraba cinco minutos en la farmacia moría aplastado, y sí hubiera llegado temprano al hotel también. Me salvó querer comprar un cepillo de dientes sin gastar tanto efectivo”, afirmó.

Cuando se le pregunta por su opinión sobre la reacción que ha tenido el gobierno de Rafael Correa, Torres responde que “está haciendo lo que todo mandatario en cualquier país haría”, aunque advierte que “la mayor ayuda y organización ha provenido de toda la ciudadanía”.