Críticos

Petro poeta, Petro lector

Periodista, Magíster en Estudios Literarios.

hace 30 minutos

El presidente Gustavo Petro es un lector ecléctico, desordenado. Este rasgo suyo resulta muy claro al escuchar sus discursos o leer sus trinos, a menudo escritos al borde del amanecer y con una sintaxis caprichosa. También es un lector combativo. A la menor oportunidad esgrime en su defensa los nombres de Gabriel García Márquez, de Simón Bolívar, de Lao Tse. Lo hace en medio de una refriega discursiva con la oposición y en el mitín de sus adláteres. No satisfecho con esto, da rienda suelta al mal poeta que todo colombiano lleva dentro y comete crímenes de lesa lira. (Lo del virus de la vida ya hace parte de la antología de descaches presidenciales, junto al así lo querí de Duque).

Por un juego de las paradojas, las citas de Petro afianzan su fama de tipo culto, con la solvencia para hablar sobre lo divino, lo animal y lo humano. Sin embargo, si uno se detiene en sus declaraciones se da cuenta que sus citas están hechas sin curia, precisamente de las obras que han pasado al acervo de la cultura general. Además, solo tienen un papel decorativo. De esa forma, por ejemplo, el universo de García Márquez se reduce al cliché de las mariposas amarillas y al final de Cien años de soledad —sí, el que habla sobre la segunda oportunidad en la tierra de las estirpes... Petro sacrifica el rigor para pulir una mala metáfora.

Más allá de lo pintoresco de este rasgo de la personalidad presidencial -¿quién alguna vez no ha fingido haber leído un libro?-, dicha recurrencia pone de manifiesto que la cultura es para Petro una instancia de validación social y vital. Como muchos colombianos, el presidente le confiere a la lectura el poder mágico de sacar a los individuos de la ignorancia para conducirlos a la libertad. En su caso, la ignorancia se traduce en posturas conservadoras, de derecha, mientras la libertad siempre tendrá la sustancia del pensamiento zurdo. Pero no cualquiera, sino aquel que resulta afín a las aspiraciones y ejecutorias del Pacto Histórico y de la Colombia Humana.

En esa óptica, el presidente asume que cualquiera que lea los libros indicados arribará a las mismas conclusiones a las que él ha llegado. No sobra decir que en este aspecto el presidente derrapa en el “buenismo” literario, esa idea fabricada por los gestores culturales que insiste contra toda evidencia que la lectura es el elíxir de los buenos ciudadanos y las personas ejemplares. Por eso, no han sido pocas las veces que él ha mandado a leer a sus adversarios o les ha recomendado un libro a sus opositores. En ese rol de padre y maestro de la patria, el lápiz que sostiene en las entrevistas televisivas se convierte en el báculo episcopal.

No obstante, Petro está lejos de llenar con suficiencia los zapatos de un maestro. Y esto es así por dos razones. En primera instancia, el poder y la enseñanza están en las antípodas. El docente es un incitador de preguntas mientras el poder del gobernante descansa en las certezas compartidas por el cuerpo social. Además, el presidente pertenece a la línea de los líderes inspirados, aquellos que pontifican sin freno sobre los más variados asuntos. En ese sentido, hace parte de una tradición de blacamanes cuyos especímenes de muestra son Fidel Castro y Hugo Chávez. Todos ellos confunden la inteligencia con la desmesura verbal.

Los viejos dicen con razón que la lengua es el azote del culo. De las miles de frases que ha querido acuñar a lo largo de su mandato, Petro será recordado con la que escurrió el bulto de la paternidad de Nicolás -”Yo no lo crié”- y por decir que los huracanes defienden el Caribe. No pasará lo mismo con sus citas fatigosas, que, por fortuna, no mancharon la fama de García Márquez, Bolívar y Lao Tse.