Diarios de motocicleta: la pareja de antioqueños que se fue por tierra a donde comienza y termina el mundo
Santiago y Andrea sueñan con recorrer el mundo entero en su moto. Su punto de partida fue Envigado y desde ahí recorrieron miles de kilómetros hasta Ushuaia y Alaska.
Administrador sin ejercicio y periodista sin sección
¿Cómo ir desde Medellín hasta Alaska en moto? “Te vas por toda la Regional, te subís por San Juan y cogés la vía hacia Urabá, ahí llegas hasta Turbo y podés montar la moto en una lancha como hicimos nosotros para cruzar el Tapón del Darién. Ya estando en Panamá le das derecho, derecho, por toda la Panamericana, pasás por Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala, luego México que sí es más larguito que los anteriores. Nosotros entramos por el estado de Quintana Roo y ya luego Yucatán, Campeche, Oaxaca, Chiapas y unos cuantos estados más. Pa´ coger para la costa nos tiramos de Jalisco a Sinaloa y ahí en ferry para pasar a California. Ya estando en la USA agarrás la Costa Oeste y antes de cruzar a Canadá vas a pasar por Seattle, te vas a encontrar ahí mismo con Vancouver y ya de ahí a Alaska son solo 3.000 kilómetros y llegaste. Tratá de llegar entre junio y julio porque yo llegué en septiembre y la carretera se me congeló”.
Ese es el guion del video viral de un minuto en el que Santiago Pérez cuenta que se fue en moto con Andrea, su novia, hasta Alaska.
Santiago y Andrea empezaron a planear el viaje en 2020 mientras estaban atrapados con otros colombianos moteros en un hostal de Arequipa, Perú. Las cuarentenas los cogieron cuando venían de regreso de Ushuaia, el último estado de la Patagonia, donde se acaba el mundo. Hasta allá llegaron en moto pasando por ocho países: Ecuador, Bolivia, Perú, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil. Salieron en enero y planeaban regresar a mediados de abril, pero el encierro fue largo y solo pudieron volver tres meses después en un vuelo humanitario desde Lima.
La pandemia fue un idilio. Cuatro moteros y aventureros colombianos crearon una amistad que al día de hoy no se rompe. Dos de ellos consiguieron una ayuda económica del consulado y con eso vivieron todos: eran 66 dólares al día. Cocinaban, hacían ejercicio y tocaban algún instrumento. Solo un año después pudieron volver por las motos, pues consiguieron un permiso que los dejaba cruzar en un tiempo breve las fronteras ecuatorianas. Eran tres las motos, dos grandes que escoltaban a una pequeña que iba en la mitad. Santiago iba atrás y desde ahí tuvo que ver como uno de sus amigos chocaba contra una valla, caía al suelo y un carro le pasaba por encima de la pierna. “Le pulverizó la tibia y el peroné, todavía está en terapia pero ya está caminando otra vez”, cuenta. En ese viaje, además, conoció los dos paisajes más impresionantes que recuerda: las montañas repletas de nieve del Chaltén, en Argentina, y el salar de Uyuni en Bolivia.
52.000 kilómetros después de ese viaje por Suramerica, después de haber llegado hasta Alaska tras superar el taco en la Regional, cruzar 11 países, conocer las auroras boreales y ver osos cruzar la calle, Santiago no tiene una foto que reemplace la del Chaltén en el fondo de pantalla del celular.
La planeación del viaje a Alaska duró tres años. El plan era que durara seis meses y que la llegada al ártico fuera a principios de septiembre para conocer las auroras boreales, con lo que no contó era que con el invierno el último tramo de carretera era solo apto para patinadores profesionales.
Fueron, como dije arriba, 52.000 kilómetros y 11 países incluyendo Colombia. Una semana turisteando en cada uno de los países de Centro América. Ni un rasguño. Apenas una varada y un solo intento de accidente cuando Santiago, en contra de todas las recomendaciones, quiso seguir solo en el norte para llegar al punto donde se acaba la carretera, y es que si Ushuaia es el fin del mundo, ese debe ser entonces el comienzo. Una moto enorme y seis maletas: una para los implementos de cocina, otra para las carpas y las sábanas, otra para las herramientas, otra para las cámaras, el dron y los computadores, la más pequeña de todas para la ropa, Andrea llevó lo justo: cinco vestido de baño, secador y plancha para el pelo.
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Ella, menudita, extrovertida, fotogénica se encargó de las fotos y los videos que no solo les consiguieron más de 100.000 seguidores en redes sociales sino amigos en todo el mundo. En Centroamérica y Estados Unidos había gente esperándolos para invitarlos a almorzar, a cenar, a pasar una noche en su casa. El viaje les costó unos 13.000 dólares y tenían presupuestado casi todo menos que en Estados Unidos se iban a conseguir una aplicación donde cientos de moteros reciben a otros viajeros de todo el mundo gratis en sus casas. “Solo dormimos una noche en un chuchitril, de resto eran camas gigantes y casas muy bonitas”, cuenta Andrea.
Santiago ya conocía Estados Unidos. Había ido y venido de Boston a Medellín mientras estudiaba Ingeniería Civil en Eafit. Tenía ganas de comprarse su primera moto pero el papá no lo dejaba, prefirió ajustarle para el carro, pero al final uno es lo que hace cuando no hace caso.
Estudiaba un semestre y paraba otro para irse a trabajar en lo que fuera: lavando platos en un restaurante japonés o repartiendo pizzas en uno italiano. Cuenta que así empezó a conseguir algunos pesos para invertir. Ahora hace de todo menos de lo que estudió: tiene galpones de gallinas, tomateras, una tienda de productos para mascotas y este año se va a lanzar como guía turístico, pues a partir del éxito que tuvo compartir en redes sociales su viaje a Alaska, va a hacer un tour con otros colombianos por algunos estados de Estados Unidos el próximo mes.
Santiago, que sabe muchas cosas menos quedarse quieto, y Andrea, que está dispuesta a acompañarlo a donde sea que vaya, esperan seguir recorriendo el mundo y haciendo amigos en moto. Sigue África y Europa, pero todavía no hay fecha.