Medellín

Las peripecias que hace el padre Leo para sacar a flote la Catedral Metropolitana de Medellín

El párroco acaba de hacer una rifa y busca recursos para renovar las redes eléctricas y realizar otras reparaciones. Fuera de eso, busca destrabar el proceso de cerramiento periférico.

16 de agosto de 2025

Dos loras tan grandes como si fueran gallinas y de color verde purpurina se sostienen con sus garras a la superficie rugosa que forman los adobes en uno de los muros laterales de la Catedral Metropolitana de Medellín. Los movimientos repetitivos de sus picos llaman la atención.

La imagen es captada por el padre Leonardo Martínez desde la casa cural que queda en frente, al lado contrario de la calle Ecuador, y el sacerdote le dice a alguien que lo acompaña, como quien conoce el libreto de la película de tanto repetirla: “Ahí van a tirar ese adobe, cae sobre el techo y rompen todas esas tejas. Mañana toca traer quien arregle”.

De pronto, como si se tratara de una premonición, una de las aves se aparta e instantáneamente cae un ladrillo macizo al vacío. Lo siguiente es un golpe seco: ¡tas! Y se cumple la profecía.

El padre cuenta que antes eran solo las palomas las que producían un daño descomunal con el excremento que dejan en los techos y las cornisas, pero desde hace unos tres años empezó a sentirse la amenaza de las loras que llegan a aparearse y sacan a relucir dotes de demoledoras profesionales con el fin de generar oquedades para sus nidos.

A fuerza de lidiar con ellas, él ha tenido que investigar y por eso sabe que por la ciudad vuelan dos especies. Unos son los pericos pequeños que hacen escándalo en los árboles de la avenida Oriental. Inofensivos hasta donde él conoce.

Pero estas son distintas, mucho más grandes. De acuerdo con el religioso, comenzaron a aparecer; no se explica cómo ni por qué. En su hábitat natural establecen sus nidos en los riscos; por tanto, al parecer encuentran alguna semejanza con los muros de adobe a la vista color ocre que hacen singular a la Catedral Metropolitana, los cuales están hechos de una argamasa de boñiga, cal y sangre de animales. Las aves horadan los empates hasta que los arrancan completos.

Los agujeros que quedan al golpear contra el tejado a veces son tan grandes que, en medio de los aguaceros, les ha tocado suspender celebraciones eucarísticas para esquivar los chorros en el altar.

En otra ocasión ocurrió algo que le hace temer al párroco por una consecuencia mayor a futuro, aunque asegura que se ha curado en salud frente a posibles demandas de responsabilidad civil haciendo el respectivo informe ante la Secretaría de Medio Ambiente de la Alcaldía. Un terrón cayó desde lo alto por la calle e hizo blanco en la cabeza de un niño que pasaba. “Gracias a Dios”, apunta él, el pedazo era pequeño y solo le pintó la testa de sangre.

En el costado derecho hay siete de esos huecos ocasionados por las parlanchinas aves, tan perfectamente rectangulares como los espacios que uno va dejando en un juego de jenga al sacar cada pieza.

El padre relata que al principio hasta bonito le parecía que las cotorras adornaban la panorámica ocre del templo, pero apenas se percató del daño que ocasionaban comenzó a mirarlas con recelo.

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No por ser más conocido el problema de las palomas resulta menos preocupante. Estas, por una parte, mantienen lleno de estiércol el piso circundante así como el tejado y, de contera, transportan hasta los techos semillas que encuentran en ese muladar un sitio propicio para germinar. El testimonio del fatídico resultado son las plantas que crecen y alcanzan a avistarse desde las afueras de la Metropolitana, generando un aspecto de abandono.

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Las palomas, poco pudorosas como son ante los temas de la fe, penetran también y hacen de las suyas en el interior del templo dejando caca y plumas hasta en los confesionarios.

Diana Marcela Sasha es una de las aseadoras y asevera que, en los últimos tiempos la plaga voladora se ha agudizado más, sin que tampoco tenga una explicación clara del porqué.

El tema de los habitantes de calle que deterioran las paredes al pulverizar los ladrillos con el fin de mezclarlo con estupefacientes para hacerlos rendir es otra historia cien veces contada y sin solución hasta el momento.

Otros son los recicladores que separan su mercancía en las aceras contiguas y las escalinatas. El padre Leo hace hincapié, sin embargo, en que no son esas personas las únicas que dejan el hedor a orina y heces, sino algunos taxistas que adolecen de falta de recato para descargarse allí en las noches ante alguna urgencia intestinal.

Como es bien sabido, la propuesta del padre Leonardo es enverjar la catedral, es decir rodearla con una reja de hierro forjado que sirva como barrera. No obstante, esa es una posibilidad que además de costosa requiere del visto bueno de la sección de Patrimonio del Ministerio de las Culturas.

Una complejidad más que atenta contra el templo católico más importante de la ciudad es el envejecimiento propio de una construcción que comenzó a levantarse a finales del siglo XIX. De ahí viene el desgaste natural de los techos de caña brava y la obsolescencia de las instalaciones eléctricas.

Lo ideal, según los expertos, es hacerle mantenimiento a los tejados en promedio una vez al año y en este caso todavía más para asegurar que el material vegetal que crece no invada las canoas o dañe los bajantes; pero, resulta casi imposible seguir este ritmo oneroso y fatigante. Desde hace cinco años, cuando llegó el padre Leo a cargar con la cruz de mantener operando la Metropolitana, le ha hecho tres intervenciones en las cuales limpian, resanan los empates de las canoas y cambian las tejas quebradas. Si mantener una casa sin goteras es una odisea, ¿cómo será con la Metropolitana que tiene un área total de 7.300 metros cuadrados?

Pero ahí no cesan las complejidades de la misión del padre Leonardo, pues si uno mira en derredor de la iglesia verá que esta cuenta con un zócalo en cemento y encima hay una sombra que sube varios centímetros más. Se trata de la humedad que se genera por el alto nivel freático.

Ahí hay que recordar que los predios donde hoy queda este majestuoso templo, en los tiempos de upa, los atravesaba la quebrada La Loca, por la calle La Paz, y para poder avanzar con la construcción desviaron el afluente quedando la especie de humedal. Ese es el origen de la mancha húmeda que sube por la pared.

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En teoría el agua debía circular por debajo y quedar parcialmente aislada por la capa de piedra sobre la cual reposa el piso. Y la textura del adobe debía colaborar igualmente para que los muros transpiren, pero la realidad es que ese friso de cemento que hizo algún párroco con el fin de detener el daño que los sacrílegos, en épocas en que el control no era tan estricto para bienes de interés patrimonial como este, generó un bloqueo que está causando un daño mayor porque retiene la humedad por dentro. “Lo que hicieron fue ahogar el adobe”, apunta el padre Leo.

La solución al problema es en apariencia sencilla: retirar el cemento. Solo que ahí entramos de nuevo en un círculo vicioso, ya que no tendría sentido hacerlo sin antes encerrar para que los dañinos no vuelvan a actuar.

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El padre Leo resalta que para mantener la Catedral y sus alrededores hay siete empleados “y se necesitarían más”. La nómina más los gastos de la casa cural, las compras para las obras sociales como parroquia, los 400 almuerzos que reparte los domingos, 200 mercados quincenales, el ropero para vestir a los necesitados, la escuela de música para los hijos de migrantes que habitan del sector así como la atención psicológica y espiritual, lo mismo que el apoyo a las parroquias de la periferia que son más pobres, y los nueve millones de pesos que le llegan de servicios públicos, suman en total unos 40 millones de pesos mensuales. Mientras tanto, el recaudo por ofrendas si acaso alcanza a la mitad. El sacerdote dice que el resto se consigue con “gestión”, un vocablo que comprende proezas con apariencia de milagros.

Las campañas para financiar los retos de la Catedral van desde una rifa que permitió recaudar cerca de 70 millones de pesos, hasta el recorderis continuo a los benefactores para que sigan colaborando.

“Yo creo que la gente debería volverse a enamorar de la Catedral. Es que desde el punto de vista cristiano, este es el corazón de la diócesis; es el lugar de la comunión, es donde nos congrega el obispo”, dice el padre Leo, a la vez que cita otros motivos para el enamoramiento: Este es el templo más grande en el mundo hecho de adobe cocido a la vista. También, que se trata de una obra de arquitectura neorromana diseñada por el famoso francés Charles Carré y por tanto es un foco para el turismo de la ciudad.

“Aquí viene mucho turista porque tenemos obras de mármol hermosísimas; tenemos un Viacrucis en mosaico hermosísimo; unos vitrales españoles hermosísimos, está el órgano tubular, que es uno de los más importantes de América Latina, y el reloj que lleva 100 años funcionando sin pararse”, resalta el sacerdote.

No obstante, tampoco ve posible hacer una explotación comercial, cobrando la entrada como ocurre con muchas catedrales en Europa, o como lo hace también la catedral de Manizales por subir a sus torres. El motivo es que, según dice, acá sigue habiendo una actividad frenética de culto religioso, con matrimonios, bautizos y entierros por doquier, y, en su concepto, siempre lo misional estará primero, de manera que no sería capaz de decirle a algún feligrés que no se puede realizar algún ritual por atender a un grupo de turistas. De manera que la única alternativa es que el padre Leonardo siga haciendo “milagros” con lo poco que tiene.