Medellín

Entre miedos y sueños, la historia de Valerin en la Casa de la Divina Providencia

En este hogar de paso se acoge a menores de edad que quedan en embarazo. Allí viven sus historias de dolor y de esperanza.

hace 8 horas

Por Isabel Ramelli

En Medellín existe la Casa de la Divina Providencia, un hogar de paso católico donde madres adolescentes encuentran apoyo, esperanza, y oportunidades.

El hogar, respaldado por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), ofrece a las madres jóvenes y a sus hijos un entorno seguro y digno donde pueden recibir apoyo psicológico, orientación espiritual y los insumos básicos necesarios para su estadía.

Detrás de cada habitación, de cada mirada joven y de cada hijo que vive en la Casa de la Divina Providencia, se esconden historias de valentía que exponen el verdadero amor maternal. Varias madres adolescentes decidieron abrir su corazón y compartir sus vivencias: relatos marcados por desafíos, pero también por segundas oportunidades y esperanza.

Valerin: Una historia de fortaleza, amor y resiliencia

Valerin Steffany Castro es una joven de 19 años que nació en Cisneros, Antioquia, y es madre de Evelyn, una pequeña de tres años. Desde la niñez, Valerin sufrió la ausencia familiar: Dilia María Londoño, su madre, era golpeada por su padrastro: “Nos tocaba meternos en la mitad para separarlos”.

Cuando tenía 13 años, recibió el golpe más duro: la muerte de su madre. Valerin jugaba con sus amigas, cuando le ordenaron entrar a la casa, ya era y debía madrugar para ir al colegio. Molesta, con la rebeldía propia del adolescente, y sin imaginar la trascendencia de sus palabras, contestó: “Ojalá mañana yo amaneciera muerta para no ir a estudiar,” a lo cual su madre respondió: “¿Y si soy yo la que amanece muerta?”.

Valerin recuerda que ese día su madre tenía planes de venir a Medellín. Salió temprano y en el bus desde Barbosa hasta Medellín, Dilia sintió mucho frío, cuando llegó se desplomó con un fuerte dolor en el pecho. La llevaron al hospital y falleció a las 2 de la tarde. Valerin la esperaba en casa, desesperada, mientras en su mente repetía el “te amo” que su madre le dijo antes de que saliera para el colegio, dos palabras que no le decía seguido.

“Le pedí disculpas, pero siento que nunca fueron suficientes”, dice. Tras la pérdida, sus hermanos se dispersaron y ella quedó a la deriva. Vivió algunos días con una mujer, buena samaritana, pero había desarrolado tendencias autodestructivas y la señora le pidió que se fuera, pues temía encontrarla malherida, o muerta. Al poco tiempo, se fue a vivir con su tía, quien la acogió y la inscribió al colegio. “Mi mamá llevaba apenas días de haber fallecido. Un día salí de clases porque mi tía me regaló un teléfono y ahí tenía fotos de mi mamá. Me puse a ver las fotos y salí para el corredor a llorar. Me salí, y allí llamaron a mi tía de rectoría para decirle que yo no quería estudiar y me quitó el apoyo”. En esa época conoció a quien sería al padre de su hija.

El embarazo en medio de la violencia

A sus 15 años, Valerin quedó embarazada. “Todo el embarazo fue muy duro. Sufrí violencia y luego entré bajo custodia del ICBF, algo muy complejo para una menor de edad, sin experiencia ni apoyo”, dice.

La internaron en un hogar de paso para consumidores de sustancias psicoativas, aunque ella no consumía. Valerin se sintió atrapada y decidió escapar. Buscó refugio en casa de su suegra, sin embargo, ella no le abrió las puertas debido a la complejidad del caso y a las implicaciones legales. Se escondió en una vereda de las afueras de Barbosa durante tres meses, amparada por una amiga de su suegra, pero pronto la policía de Infancia y Adolescencia la localizó. “Me fui por una cañada para evadirlos, porque no quería volver al encierro”. En la huida, embarazada de cinco meses, resbaló en una piedra, una caída dolorosa, pero esto no la detuvo. Finalmente, la atraparon y volvió al hogar. Participó en planes de escape con otras chicas desesperadas y consiguió evadirse una vez más, y una vez más la atraparon.

Los cupos en los hogares especializados para madres gestantes eran escasos, por lo que pasó meses entre hogares de paso que ella no consideraba aptos para su situación. Cuando tenía ocho meses de embarazo el ICBF tomó acción y gestionaron su traslado. Fue cuando conoció a una familia sustituta que cambiaría su vida.

Valerin fue acogida por una mujer mayor recomendada por la directora del hogar. “Fue lo mejor que me pasó en la vida. Esa familia era lo máximo”. La recibieron con cariño en su casa y la cuidaron como a una hija. “Fue una experiencia superbonita. Lo mejor que me pudo pasar, fue tener a mi hija y haberlos tenido a ellos, quienes fueron la familia que no tenía”.

Sin embargo, debido a los protocolos del ICBF, la familia sustituta pronto no pudo velar por Valerin y su hija, lo que significaba que Valerin debía entrar a un nuevo hogar de paso. Gestionaron su entrada en La Divina Providencia, pero ni Valerin ni la familia sustituta querían separarse. “Había tanto apego que ellos mintieron diciendo que yo me había ido, aunque yo seguía allí”.

Llegó el momento en el que Valerin debía registrar a su hija en Cisneros, su tierra natal. Valerin contactó de nuevo al padre de la niña. Creyó en su promesa de estar juntos y huyeron sin dejar rastro, dejando atrás a su familia sustituta. “Hasta hoy me duele. Me arrepiento de no haberles dado las gracias por todo lo que hicieron por mí”.

Las consecuencias no tardaron. Como seguía bajo custodia del ICBF, la buscaron de nuevo. Acudió a la Comisaría de Familia en Barbosa para manifestar que no quería continuar con el proceso. Le advirtieron que si no regresaba a las casas de paso y se alejaba del padre de su hija, podrían quitarle a la niña. Aceptó y fue trasladada de nuevo a La Divina Providencia, donde permaneció hasta enero de 2024.

Hoy Valerin valora lo aprendido y reconoce los desafíos. “Mi mayor miedo como madre es no darle un buen bienestar a mi hija. Da miedo, a veces pienso que no lo estoy haciendo bien, pero ella es mi fuerza”. Asegura que el reto más grande ha sido criar a su hija sin orientación, habiendo perdido a su madre y cargando un pasado traumático. “He aprendido a controlar mis emociones, a ver la vida diferente. Acá entendí que no todo se hace como uno dice” Ahora trabaja como auxiliar de secretariado en una mensajería y celebra sus logros, como poder comprarle juguetes a su hija. “Me da mucha felicidad cuando ella me dice: ‘mamá, quiero esto’ y yo puedo dárselo”. Valerin ha transformado su dolor en fuerza. “Mi hija es una guerrera, igual que yo. Por ella quiero lograr muchas cosas. Aprendí a valorar lo que antes no entendía, y aunque no tengo a mi mamá, intentó ser la mejor madre para Evelyn”.

De Mama a Policía: la chica de 17 años que ha convertido su dolor en valentia y fortaleza

A sus 17 años, una madre adolescente lucha por construir un futuro distinto para ella y sus hijos. Entre pérdidas, errores y sueños, hoy transforma su historia en una lección de valentía.

Perdió a su madre cuando tenía diez años y desde entonces, como ella misma cuenta, conoció lo que era “la calle”. No contaba con una figura materna, y viviendo en un entorno inestable, acogió el alcohol como refugio a sus 15 años, tras tener a su primera hija. “Empecé a tomar mucho, a ahogar las penas en el trago. Sentía que no tenía a nadie”, recuerda.

Sin embargo, al poco tiempo, la vida en la calle y las circunstancias difíciles la distanciaron de ella, pero no ha perdido la esperanza de recuperar ese vínculo. “Con mi hija, estoy intentando reconstruir un vínculo. No ha sido fácil, pero cada vez que estoy a su lado, trato de guiarla y de recuperar esa cercanía. Quiero volver a tenerla conmigo, que sepa que soy su mamá y que siempre luché por recuperarla.”

Aunque la distancia las ha separado por momentos, su hija siempre ha sido su apoyo silencioso y esa motivación que le recuerda cada día que vale la pena seguir. Agradece saber que ella está bien y sabe que siempre será “su niña”, la mujer a quien espera ver crecer y decir con orgullo: “Ahí está mi chiquita”.

A sus 17 años, volvió a quedar embarazada de su segundo hijo, pero debido al estrés y a las situaciones complejas, su bebé enfrentó serios problemas de salud. Nació enredado en el cordón umbilical, morado, luchando por respirar. Pasó meses hospitalizado, y ella, entre hospitales y momentos de desconsuelo, sintió el miedo constante de perderlo. “Me ponía muy triste ver que mi niño no mejoraba. Le dio neumonía y volvió a estar hospitalizado. Cuando le dieron la salida, empecé a cuidarlo mejor, a estar más pendiente de sus tratamientos, de todo. Todo fue mejorando poco a poco, hasta que con el tiempo tuvo otra recaída; y le dio bronquiolitis. Yo sentía miedo, al verlo conectado a tantos aparatos. Era el miedo de una mamá de perder a su hijo. Había momentos en que no podía estar presente porque tenía que lidiar conmigo misma, tratar de entenderme, de desestresarme, de intentar ser una mejor mamá... pero, en esos momentos, sentía que no era capaz.”

En medio de todo, su situación empeoró cuando el padre de su hijo fue detenido y enviado a la cárcel, obligándola a enfrentarse a la maternidad sola, y tener que criar a su hijo con la ausencia de su papá. “Él me pide mucho a su papá. Y eso me duele porque siento que, aunque le doy todo mi amor, no es lo mismo. Un niño necesita el calor del papá”, dice.

La situación de vulnerabilidad se agravó al punto de que el ICBF tuvo que intervenir. La comisaría de familia le dio dos opciones: perder la custodia de su hijo o ingresar voluntariamente a un hogar de protección. Sin pensarlo, eligió lo segundo. “Todo lo que fuera por mi bebé”, dice.

Desde entonces, su vida ha tomado otro rumbo, lleno de sueños y metas a cumplir desde su ingreso en La Casa La Divina providencia.

“Estoy tratando de cumplir mis sueños. Actualmente, estoy estudiando y muy pronto voy a empezar un curso de uñas para ser manicurista. Pero, en realidad, mi gran sueño es ser policía. Siento que tengo el don de ayudar a los demás. Me imagino con un uniforme verde, ayudando a niños, apoyando a la gente y haciendo lo que pueda para hacer un cambio. He tenido una vida muy difícil y quiero que otras personas no tengan que pasar por lo mismo que me tocó a mi. Quiero darle a mi hijo un buen futuro, enseñarle que su mamá, aunque no planeó muchas de las cosas que vivió, logró cambiar su vida y estar siempre a su lado. Deseo que él crezca, tenga sueños, metas y estudie lo que quiera, pero sobre todo, que siempre me vea como su apoyo. Quiero ser esa persona que un día pueda decirle: ‘Hijo, lo lograste, te felicito’.”

La ausencia física del padre de su hijo, quien actualmente se encuentra en la cárcel, ha marcado profundamente su vida y sus decisiones. Ella busca cambiar la narrativa sobre las personas privadas de la libertad. “Sé que hay muchas personas que juzgan a los presos y creen que se desconectan de sus hijos, pero me he dado cuenta de que eso no es cierto. Aunque ellos no puedan estar presentes físicamente todo el tiempo, nunca olvidan a su familia y mantienen ese vínculo vivo,” dice. Quiere demostrar que sí es posible mantener una familia unida a pesar de las dificultades, impulsando su sueño de ser policía, con la esperanza de ayudar a que otros jóvenes y familias no pasen por las mismas situaciones dolorosas que ella ha vivido, y para construir una sociedad más justa y comprensiva.

Hoy, mientras continúa su proceso de protección y formación, reconoce que su mayor impulso ha sido su hijo. “Él ha sido mi héroe. Me salvó de un lugar muy oscuro”, asegura.

“Pese las dificultades, lo más bonito es que mi hijo ha podido estar conmigo todo el tiempo. He recibido un apoyo que creía que había perdido. Nunca había sentido tanto respaldo. Sentí que encontré un hogar que no tenía. Al llegar aquí, después de todo lo que había vivido con mi hijo —sus enfermedades y tantas dificultades— volví a encontrar un propósito, una razón para seguir adelante.”

A lo largo de su vida, la ausencia de su madre ha sido una de las heridas más profundas que ha tenido que cargar; una pérdida que afectó grandemente su proceso, aprendiendo a ser mamá sin tener una que le enseñe como hacerlo. “Sin ella quedé completamente sola, sin saber qué camino tomar. Pero sé que desde el cielo ella me está guiando y ha sido quien más me ha ayudado. Todas las noches, antes de dormir, lo primero que hago es decir: “Madre, gracias. Gracias por darme una nueva enseñanza, y espero que mañana me sigas guiando y mostrándome otro camino.’ Valoren mucho a su mamá mientras la tengan, porque madre solo hay una, y ellas son valiosas. Luchen por ellas, no abusen de su amor ni de su confianza. Siempre debemos tener confianza con nuestra mamá, porque es la única que de verdad nos comprende y apoya en todo. Ahora que yo también soy mamá, entiendo ese amor incondicional y desinteresado y por eso lucho cada día más por mis hijos.”

Sus dos hijos, aunque de padres diferentes, son la razón de su lucha diaria y son la luz que ilumina el camino hacia una vida mejor. Hoy sueña con construir una familia junto a su hijo, y con la posibilidad de, algún día, reconectar con el papa de su hijo. “Hemos hablado mucho, y soñamos con darle a nuestro hijo una vida feliz, diferente a la que nosotros tuvimos”, explica.

Más allá de sus circunstancias, su historia es la de una joven que ha decidido romper con los ciclos de dolor, que lucha cada día por sus sueños y que, pese a todo, sigue creyendo en las segundas oportunidades. “Uno sí puede. Si uno se propone cumplir una meta, la logra. No se dejen caer. Si son mamás solteras, luchen por sus hijos. Valoren a su mamá mientras la tengan, porque madre solo hay una”.

Más allá del miedo: Una madre encuentra fortaleza y esperanza en medio de la adversidad

Para muchas madres, el cuidado de un hijo representa un desafío constante. Pero para algunas, como esta otra joven madre de 16 años, esos desafíos se multiplican cuando las circunstancias de vida parecen estar en su contra.

“Lo que más me ha costado manejar y entender es el comportamiento de mi hijo, porque sé que él no está bajo las mejores condiciones”, comparte con sinceridad. Situaciones adversas que rodean a su hijo hacen que incluso gestos simples, como una pataleta o el proceso de lactancia, se conviertan en momentos difíciles. Sin embargo, a pesar de todo, ella siente que su hijo es un nuevo compañero de vida y agradece cada día por su presencia. “Siempre agradezco a la vida por tenerlo a mi lado y poder brindarle todo mi amor”, afirma.

El camino no ha sido fácil. Llegó a la Casa de la Divina Providencia, tras romper la relación con el papá de su hijo, quien comenzó a amenazarla a ella y al bebé. Fue entonces cuando el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) decidió internarla para protegerlos. “Al principio fue muy difícil aceptar la situación de vulnerabilidad y adaptarme a la nueva rutina intensa, con muchos compromisos y tareas diarias. Pero me encanta estar aquí porque recibo el apoyo que necesito y me siento acompañada”, explica.

El respaldo de su familia ha sido fundamental en este proceso. “Mi familia siempre ha estado ahí para mí, han sido mi principal apoyo y gracias a ellos tengo la fortaleza para enfrentar esta realidad y aprender algo nuevo cada día”, comenta con gratitud. Ella reconoce que uno de los mayores obstáculos ha sido superar el miedo y la inseguridad, emociones que la afectaron profundamente. “He aprendido a soltar esas cosas que me hacían daño y a ser una mejor mamá, más confiada en mí misma”, dice con orgullo.

Aunque hablar de su pasado le resulta difícil, entiende que soltar esas cargas es necesario para crecer en armonía y construir un futuro mejor para su hija. Actualmente, tiene como meta terminar el bachillerato y continuar estudiando para brindarle la mejor vida posible a su hija.

Para quienes enfrentan situaciones similares, su mensaje es claro y lleno de esperanza: “Siempre escuchen a quienes los aman y quieren lo mejor para ustedes. A veces uno es terco y no quiere escuchar, pero es necesario llegar al fondo de las cosas para enfocarse en lo que realmente importa”.

Esta historia es un testimonio de resiliencia y amor, una invitación a enfrentar el miedo y la adversidad con valentía, para construir un camino de prosperidad y bienestar.

Estas historias nos recuerdan que, más allá de las dificultades, el amor de una madre y la esperanza son fuerzas poderosas que transforman vidas. A pesar de la ausencia, el miedo y las heridas del pasado, estas mujeres han encontrado en su fortaleza interior y en el apoyo que reciben, la energía para seguir adelante. Su camino no ha sido fácil, pero su compromiso con el bienestar y el futuro de sus hijos ilumina un mensaje universal: no importa cuán oscuras sean las circunstancias, siempre es posible renacer, luchar y construir un futuro lleno de amor, dignidad y posibilidades. En ellas vemos la verdad profunda de que ser madre es un acto de valentía infinita, un camino de entrega que inspira y enseña a todos a nunca rendirse.

*Estudiante de The Columbus School. Este es parte de su trabajo de grado.