Medio Ambiente

El cuidado de las tortugas en el mar de Necoclí

Tras años de cazar tortugas marinas, una comunidad pasó a protegerlas. Otros peligros aún atormentan las tres especies que visitan el lugar.

Comunicadora Social - Periodista de la UdeA. Amo leer historias y me formé para contarlas.

29 de abril de 2021

Un fascinante instinto de la naturaleza permite que algunas especies de tortugas marinas vuelvan exactamente al lugar donde nacieron para, 25 años después, cuando alcanzan su edad de madurez, dejar los huevos que se convertirán en su descendencia.

Ese dato que Néstor Sánchez desconocía hace más de una década fue uno de los tantos que lo enamoraron de esa especie y que permitieron que tomara una decisión radical hace unos 11 años: dedicarse a cuidar las tortugas que antes cazaban.

Néstor, un habitante de la vereda Lechugal, en el municipio de Necoclí, Antioquia, cuenta que llegó a vivir a esa comunidad hace 25 años y que lo primero que aprendió fue la tradición de cazar tortugas para consumo y venta, un comercio que, aunque ilegal por el riesgo de extinción que existe, es practicado en múltiples playas del país y del mundo.

“Nos quedábamos con la hembra y nos llevábamos los huevos, sinceramente estábamos acabando con todo”, cuenta Sánchez, quien ahora es el presidente de la Asociación de Conservación Ambiental y Ecoturística, Acaetur.

La playa Bobalito

En la punta del Golfo de Urabá, cuando solo queda arena y mar abierto, se encuentra la playa conocida como Bobalito. “Allí, llegan a desovar tres de las siete especies marinas que existen en el mundo”, cuenta Carlos Botero, Director del Grupo de Investigación en Sistemas Costeros y miembro de la Sociedad Geográfica de Colombia.

La tortuga Verde, la Carey y la Caná visitan las cálidas aguas de Necoclí para dejar sus huevos durante casi todo el año pues “la temporada de desove (que es la puesta de huevos por parte de las hembras) va entre marzo y noviembre, aproximadamente”, lo que permite observar esa maravilla durante unos nueve meses cada año.

Sin embargo, era precisamente esa facilidad de encontrar huevos y tortugas en cualquier temporada la que facilitaba el trabajo de los pescadores de la región para cazar la mayor cantidad y sobrevivir de ello.

“Pero, poco a poco, empezamos a ver que la cantidad iba mermando, que ya no llegaban tantas como al principio y que era nuestra culpa: estábamos acabando con esa especie al no ser un espacio seguro para que vinieran a dejar sus huevos”, reconoce Sánchez.

Fue ese primer aviso de que podrían dejar de llegar el que unió a toda la comunidad para tener un acuerdo de cazar menos, de permitir que durante algunas fechas las tortugas siguieran su curso y regresaran al mar tras dejar sus huevos en la arena. Eso, según detalla el presidente de Acaetur, ocurrió en 2010.

Un par de años después, como en 2012, la autoridad ambiental de la subregión, Corpouraba, escuchó de esos pescadores que habían llegado al pacto de disminuir la caza y los invitó a un seminario de tres días para explicarles lo que representaba esa especie, el riesgo en el que estaba y la posibilidad de cambio que tenían en sus manos.

“De allá no regresamos a la playa siendo los mismos -narra Néstor-. Nos vinimos convencidos de que podíamos hacer algo mejor por ellas (las tortugas) y nos reunimos entre todos para tomar la decisión de no cazar nunca más”.

Y así fue. Tras esa determinación que continúa hasta el día de hoy, los habitantes del Lechugal pasaron de ser pescadores a conservadores.

Al principio, como era de esperarse, “los campesinos empezaron un trabajo muy empírico con el que ayudaban a las tortugas marinas, pero se fueron capacitando técnicamente hasta el punto de que lo que hacen ahora es con todos los requisitos técnicos y científicos que requiere el asunto”, afirma Carlos Rojas, funcionario de la secretaría de Turismo de la Alcaldía de Necoclí.

De hecho, Néstor y otros dos compañeros de Acaetur tuvieron la oportunidad de viajar a de Costa Rica durante un mes para formarse en el tratamiento que debían darles, qué hacer y qué no y cómo marcarlas con las normas internacionales para llevar un registro útil al servicio de la conservación de la especie.

Fue así como descubrieron que tortugas provenientes del país caribeño Trinidad y Tobago, el Chocó y Canadá, entre otros orígenes; visitaban playas antioqueñas cada año.

Ahora no son solo Néstor y los pocos compañeros con los que empezó la tarea, sino que la comunidad se une frente a ese mismo objetivo.

“Actualmente, Acaetur está conformada por varias familias, es una tradición que se está formando desde los adultos y se está transmitiendo a los niños, por eso Corpouraba se unió también a esa estrategia y los ha venido acompañando con capacitación y con honorarios para algunos de ellos”, afirma Tomas Teherán, secretario de Turismo, Productividad y Desarrollo Económico de Necoclí.

Pese a esos aliados que adquirieron las tortugas marinas durante estos años, otros problemas de gran magnitud ponen en riesgo la sobrevivencia de esa especie en las playas antioqueñas.

Salvarlas: tarea pendiente

Son tantas las travesías que tienen que superar, que se estima que solo una de cada 1.000 tortugas marinas llega a su edad adulta y reproductiva: luchan desde el momento en el que tienen que romper el cascarón y empujar, junto a sus hermanas y hermanos, para abrir un pequeño agujero en la arena que les permita dirigirse al mar.

Tan solo minutos después, corren hacia el agua intentando sobrevivir a múltiples depredadores, que van desde animales más grandes hasta humanos y, ya en el mar, se topan durante toda su vida con múltiples peligros y contaminantes.

“Por eso es tan relevante buscar un ambiente seguro para cuando llegan a desovar, pero a veces no lo encuentran por múltiples condiciones que ha creado el ser humano”, dice Botero. Para el caso de Necoclí hay tres grandes problemáticas que requieren de atención local, departamental y nacional.

Una primera es la erosión. “Hay que aclarar que este es un proceso natural donde las playas ganan y pierden arena durante las diferentes temporadas del año”, explica Camilo Botero, pero las construcciones a menos de 100 o 200 metros de las costas alteran ese proceso provocando que cada vez haya menos espacio disponible para que las tortugas pongan sus huevos en lugares seguros.

Por este punto, distintas organizaciones ambientales insisten en la necesidad de ser estrictos con que no se construya cerca a playas como Bobalito y que, en caso de que se permitan visitas de turistas, se hagan con cuidado de no afectar de ningún modo el ecosistema.

La contaminación, que afecta a los mares y ríos en general, es otro factor importante. Además de los daños evidentes del plástico y los residuos que van a parar al mundo marino, a las tortugas las afecta en especial porque se enredan en los desechos sin poder flotar para buscar comida e, incluso, a veces asimilan las basuras como si fueran comida y mueren producto del ahogamiento.

Solo por mencionar un ejemplo, durante un Campamento Científico Tortuguero realizado en abril de este año, un grupo de voluntarios recolectó más de una tonelada de basura en apenas un kilómetro. “La playa es remota, no hay turistas frecuentes, pero llegan toda clase de residuos: neveras, televisores y plásticos”, describió Daniel Ortega, uno de los estudiantes universitarios que hizo parte del voluntariado.

Un tercer punto es la llegada masiva de troncos de madera que van a parar a las orillas de la playa. Dicho problema no es nuevo en Necoclí, pero se ha incrementado aún más durante los últimos cinco años según narran los habitantes del Lechugal.

“Los troncos son producto de las talas de árboles que se realizan en el Chocó (en su mayoría ilegales), bajan por el río Atrato, que se conecta con el mar, y se vienen con la corriente hasta llegar a las playas”, describe el secretario Rojas.

Esa cantidad de madera, según explica Néstor Sánchez, se convierte en un grave problema por una razón básica: “cuando las tortugas llegan, en extrema vulnerabilidad porque están en trabajo de parto, intentan esquivar la madera, pero terminan dejando los huevos en sitios inseguros, donde fácilmente se los puede llevar la corriente o encontrar otro animal”, explica.

La solución a esta problemática sería dejar de talar los árboles en el departamento vecino e impedir que los troncos se arrojen al mar, pero esa es una tarea compleja que implica otras gestiones. Para el caso de Necoclí, en específico, “la tarea es remover esos troncos”, dice Botero.

“Pero la misión es muy costosa, y un municipio de sexta categoría como el nuestro no tiene la capacidad económica para asumir esos costos”, justifica el secretario de Turismo Carlos Rojas. Otro impedimento es que no se puede usar maquinaria porque se afectaría los huevos que se están incubando en el mar, “por lo que todo el trabajo tiene que ser manual y se hace más difícil de gestionar”, añade Botero.

Se sabe que el trabajo para conservar esa especie requiere de gestión e inversión estatal, pero también de un compromiso ciudadano por cambiar hábitos que afecten dichos ecosistemas. “Al final, vale totalmente la pena, es muy bonito verlas llegar y formar su ciclo de vida. Ahora nos encargamos de enseñarles a los niños algo distinto a lo que nos enseñaron a nosotros y crear una nueva cultura y un nuevo legado”, concluye Sánchez