Economía

“Una persona empleada es un fogoncito encendido para una familia”, el legado de don Jorge Agudelo

Soy afortunado porque me gano la vida haciendo lo que amo. Fanático de la salsa brava y los timbales. Amo a mi familia.

29 de diciembre de 2021

Cuando pasan los camiones de TCC por las calles, la gente no alcanza a imaginar la historia detrás de su fundador, un hombre que no sufrió de complejos y se encargó personalmente de entregar los primeros paquetes en 1968.

Para ese entonces, nadie hubiera pensado que aquel emprendedor estaba dando vida a una compañía que actualmente cuenta con más de 4.000 colaboradores en toda Colombia. Su nombre era Jorge Ignacio Agudelo Restrepo, uno de los empresarios antioqueños más respetados de la región y el país.

Falleció el pasado lunes 27 de diciembre a sus 84 años. Y aunque desde 1980 ya no era el encargado de dirigir la empresa, los empleados lo recordaban por su sencillez.

Soñó con ser un torero de grandes plazas, pero en cambio terminó convertido en un patriarca que no solía divulgar sus buenas obras.

De hecho, su historia completa no se encuentra con facilidad porque no le gustaba llamar la atención. Solo hasta 2013, a manera de homenaje, la compañía le encargó al cronista Juan José Hoyos un libro para conmemorar su legado.

El escritor estuvo recorriendo las diferentes sedes de TCC por un año buscando construir este perfil desde las anécdotas de quienes lo conocieron. A su juicio, básicamente, Jorge Agudelo fue un líder sin formación académica que no se apegaba a ningún manual de gerencia y acudía a su intuición para tratar de manera asertiva con los empleados.

Los cimientos

Juan Gabriel Arango, promotor de fiestas bravas, también conocido como ‘Aranguito’’, se hizo su amigo en la década de 1950, cuando don Jorge aun soñaba con capotear toros. Sin embargo, el anhelo se iba diluyendo porque era difícil en aquel entonces atraer público y monetizar las corridas. Entonces –según Arango– la familia le recomendó buscar empleo en una empresa o explorar otra fuente de ingresos.

Tiempo después, arribó al departamento de Huila, en donde conoció a Rosalba Trujillo, su esposa, con quien fundó en 1968 la pequeña empresa de repartos, registrada inicialmente como Jorge Agudelo y Compañía, que terminaría rebautizada como TCC.

Constituyó la empresa porque así se lo prometió a su esposa, puesto que ella trabajaba para otra compañía de transporte y la oficina en que laboraba había sido cerrada. Desde luego, él no quería que allí culminará el camino laboral de su compañera y ese fue el combustible que impulsó el sueño hasta materializarlo.

En los primeros años de operación, él mismo manejó el único camión que tenían y realizaba entregas entre Tolima, Cundinamarca y Santander. Es decir, experimentó en carne propia la responsabilidad de llevar la carga y, quizás por esa razón, desarrolló una gran empatía hacia los conductores de la empresa.

Era un avezado piloto de tractomulas: cuando los choferes de TCC tenían dificultades para estacionarlas, él tomaba el volante y les daba cátedra, tal como lo recordó Juan José Hoyos.

Así lo recuerdan

Raúl Álvarez, amigo suyo y arquitecto encargado de levantar el primer gran edificio de TCC en Medellín, durante 1973, lo recuerda como un hombre estricto, pero amable.

“Nunca lo vi bravo, no le tenía miedo a nada y cuando hacía algo, lo hacía de la mejor manera posible. Además, era muy generoso, ayudó a mucha gente”.

De esa faceta altruista dieron fe muchos conocidos cuando Hoyos recopilaba testimonios para el libro de homenaje. Por ejemplo, a un exempleado le obsequió una casa y, paralelamente, le costeó un tratamiento médico que necesitaba.

Como nunca dejó de ser un ganadero, tuvo diversos hatos y, pese a que le proponían instalar ordeñadores mecánicos, nunca lo aceptó para no dejar sin empleo a las 400 personas que dependían de esa actividad.

Su sensibilidad social, en palabras de ‘Aranguito’ hacen de su partida una “pérdida irreparable” para sus amigos, su familia y la sociedad en general.

Por su parte, TCC recordó que le emocionaba la generación de empleos y subrayó una frase que lo hará inmortal para la compañía: “una persona empleada es un fogoncito encendido para una familia”.

Antioquia despide a uno de esos empresarios instintivos y poco teóricos que han abierto las sendas del desarrollo social y económico en el departamento y el país.